lunes, 27 de febrero de 2012

Reino de Pesadilla (I)

Pasaron esas horas vespertinas sin más contratiempos durmiendo el resto de la noche, dejando a Abdap montar guardia tal i como había pedido.

A la mañana siguiente el sol se alzó radiante y el paisaje a su alrededor había cambiado, ahora espesos bosques los rodeaban, lo único que seguía igual era el camino empedrado con el hilo de plata en el centro.

Se levantaron al alba, Abdap seguía de pié junto a los restos del fuego, tambaleándose por el sueño y manteniéndose despierto a duras penas. Alanna creó de nuevo comida por medios mágicos, algunos cereales y bellotas para el ratón y leche y huevos para ellas, que prepararon en el fuego reavivado.

Hubieran disfrutado de un baño refrescante en el riachuelo si éste todavía estuviera ahí, pero no era el caso por lo que en unos pocos minutos habían hecho de nuevo el equipaje y habían iniciado de nuevo el camino. Alanna cogió a Abdap y lo metió en un bolsillo de su mochila, para que pudiera descansar.

Unas pocas horas más tarde Abdap volvía a dar guerra con su conversación interminable, iba con su ajuar impoluto, sentado sobre los hombros de Alanna:

- …y entonces alcé mi espada y cargué junto a mis hermanos contra las hordas de Gatila, fue una batalla épica en la que muchos familiares míos cayeron, pero contra todo pronóstico, la que tenía que ser nuestra última carga que nos adentrara en la leyenda se convirtió en una marcha triunfal en la que los Gathunos huyeron despavoridos, éramos tantos que no pudieron comernos a todos y nuestras afiladas espadas les destrozaron.

- Qué interesante, sigue, sigue Abdap – Dijo Alanna sin verdadero interés.

- Creo que podríamos llamarlo “La marcha de los Blueblue” si hiciéramos de esto una canción – R’uya hablaba con aquél tono difícil de discernir.

- Claro que sí – Abdap no se daba cuenta de lo que sucedía a su alrededor, demasiado embebido en su propia historia – Pero no puedes olvidarte de que después de aquella batalla, los ratones supervivientes entramos triunfalmente en la Gran Madriguera con una alfombra de pieles de los gatos abatidos bajo nuestros pies… ¡Oh, qué tiempos aquellos!

- ¿Y qué ha provocado que estés tan lejos de tu hogar, Abdap? – Preguntó Alanna llevada por la curiosidad.

Pero no obtuvo respuesta, a su alrededor el aire se había vuelto frío, la luz del mediodía había sido substituida por una luz crepuscular y los árboles eran negros y estaban cubiertos de nieve. Abdap se escondió en la melena de Alanna y apenas asomaba la cabeza cerca su cuello. Cada vez que exhalaban se formaban pequeñas nubes de vaho.

- ¿Qué ha pasado? – Alanna estaba atónita.

- Creo… que es un reino de la pesadilla… - R’uya parecía algo intranquila pero estaba sacando ropa de abrigo de su bolsa para cubrirse.

- ¿Qué es un reino de la pesadilla? No suena muy halagüeño… - continuó preguntando Alanna mientras imitaba a R’uya sacando ropa de abrigo y un pañuelo para que Abdap lo usara como manta.

- El ensueño es un reino creado por todos los sueños, todos ellos, por eso es tan cambiante. Pero el “todos los sueños” incluye a las pesadillas – explicó R’uya – A menudo estas se agrupan y crean reinos propios y acechan a los viajeros incautos para atraparlos.

- ¿Quieres decir que estos reinos tienen voluntad propia?

- No es eso exactamente… imagínate que estás en medio de una pesadilla, una muy intensa, estas pesadillas crean Quimeras de pesadilla, las quimeras son seres hechos de sueños, como el propio Abdap, viven de ellos y tienen poderes sobre ellos. –Respondió R’uya - Estas quimeras de pesadilla suelen representar un mal puro, la oscuridad, el miedo y la desesperanza y una especialmente poderosa suele reunir a su alrededor a otras pesadillas y les da una forma, las lidera…

- Entiendo. – Alanna se mordió el labio inferior, mirando a su alrededor buscando ojos en la oscuridad.

- Estas quimeras quieren convertir a todo el ensueño en una gran pesadilla y por eso atrapan a todos los viajeros que pueden, su miedo los alimenta y fortalece. – Intervino Abdap, tembloroso. – Son nuestro peor enemigo… Gatila y sus Gathunos eran quimeras de pesadilla y por eso nos enfrentamos a ellos.

- ¿Y no podemos salir volviendo atrás?

- Me temo que no… - Dijo R’uya.

- ¿Estamos atrapadas? – continuó preguntando Alanna.

- A menos que derrotemos a la pesadilla mayor de este reino… - dijo Abdap.

- Quietas aquí no haremos nada pues, si hay que enfrentarse a pesadillas, cuanto antes mejor. – Alanna se puso de nuevo la mochila al hombro y empezó a caminar, Abdap se arrebujó en el pañuelo mientras permanecía en su cálido escondite, entre los rizos dorados de Alanna.

Parecía el típico bosque invernal de los cuentos, árboles pelados con ramas cubiertas, el camino estaba embarrado y sucio, con un trazado irregular y con las marcas del paso de incontables carros a lo largo de los años.

Hacía frío, era un frío penetrante y húmedo, se colaba entre sus ropas y calaba hasta el hueso, caminaban encogidas esperando encontrar algún refugio ya que según R’uya, incluso en las peores pesadillas había algunos lugares seguros donde habitaba la esperanza.

Se sentían observadas y de vez en cuando creían entrever el resplandor de unos ojos maléficos entre la arboleda. Las ramas de los árboles se alzaban como dedos retorcidos de manos que suplicaban piedad y sus troncos se inclinaban hacia el camino creando una especie de túnel que no era sino una sarcástica burla del túnel floral que habían atravesado días antes.

La quietud del bosque sólo era rota por el ulular de algún búho oculto en la espesura y por el aleteo de sus alas, a los que Abdap respondía encogiéndose y cubriéndose con el pañuelo y los rizos. Alanna se había acostumbrado rápidamente al peso y la presencia del ratoncito cerca del cuello, que era como una pequeña estufa. En la lejanía retumbaron los truenos de una tempestad que se iba acercando.

- Creo que deberíamos acelerar, no me apetece nada mojarme con este frío. – Dijo R’uya olfateando el aire – Y el viento empujará la tormenta hasta nosotros en poco tiempo

Ni Alanna ni Abdap objetaron, aceleraron el paso todo lo que pudieron sin bajar la guardia, siguiendo el serpeante camino hasta alcanzar un giro bastante pronunciado tras el cual divisaron las luces de varias casas.

Se adentraron en la pequeña población buscando una posada, porque como dijo Abdap “Siempre había una posada” y en efecto, la había, un viejo edificio de madera de dos plantas que necesitaba urgentemente arreglos y varias manos de pintura, la puerta antaño debería haber sido maciza y hermosa, pero ahora la humedad y el paso del tiempo la habían convertido en una puerta fea y que empezaba desmenuzarse en algunos puntos, olía a podredumbre. La aldaba era una sencilla argolla metálica, sucia y pesada, que hicieron sonar tres veces antes de que oyeran las blasfemias del dueño que se acercaba para abrir.

Una cálida luz amarillenta se desbordó desde el interior cuando la puerta se abrió, tras ella había un hombrecillo que no debía medir más de un metro veinte, extremadamente peludo y que vestía con ropas gruesas y sucias de grasa, sus ojos eran mezquinos y calculadores, tanto Alanna como R’uya dedujeron que estaba calculando cuánto podría cobrarles para pasar la noche.

- ¿Qué se les ofrece por estos pagos, señoritas? – El enano suavizó la expresión de mal humor al ver a las dos jóvenes.

- Buscamos un lecho blando y un techo firme bajo el que pasar la noche.

- De esas cosas no tenemos aquí, pero si un lecho normal y un techo sin demasiadas goteras os vale, encantado os serviré la cena y os prepararé unas habitaciones.

- Sería muy amable por su parte, señor.

- Chompick es mi nombre y tabernero mi profesión, pasad, pasad.

Chompik se hizo a un lado dejándolas pasar, la sala común no presentaba un aspecto mucho mejor que el exterior, los suelos sucios, las mesas desordenadas y las sillas envejecidas dotaban, junto a la pobre iluminación, a aquella sala del aspecto de refugio de ladrones y asesinos, cuando la puerta se cerró tras ellas ambas empezaron a arrepentirse de haber entrado.

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