lunes, 30 de abril de 2012

Barcelona (y IV)



La sensación de urgencia crecía en su pecho a cada día que pasaba, hasta que ya no pudo esperar más a que la recibieran. Buscó a Sexto a la hora de la comida:

-          Sexto. – Era al único al que conocía ahí – Debo partir hoy y continuar mi camino, tareas urgentes me reclaman y no puedo esperar más.

Sexto levantó con lentitud la mirada de su plato y miró sin un particular interés a Alanna.

-          Seguramente no tarden mucho – mentía descaradamente.

-          Ya no importa, me esperan y ya me he demorado demasiado.

Esta vez fue ella la que dio media vuelta y se marchó a por sus cosas. En la habitación la aguardaba Abdap, como siempre oculto y vigilante.

-          Vengo sola, Abdap, puedes salir. – dijo con dulzura.

-          No me gusta esta gente, es desagradable estar cerca de ellos.

-          Allá donde voy hay mucha gente así, quizás peor.

-          Aguantaré todo lo que sea necesario, Alanna.

-          No, Abdap. Necesito que hagas otra cosa…

-          No me dejarás aquí.

-          Abdap, no tengo tiempo para discutir. – el tono de Alanna no permitía respuesta, el ratón suspiró entristecido. – Necesito que encuentres a R’uya.

-          ¿A R’uya? – aquello animó al ratón - ¿Quieres que ellos te acompañen también?

-          No, no es eso. – La decepción se hizo evidente en el rostro de Abdap. – Quiero que la encuentres y la protejas a ella, para sí estar segura de que dentro de un tiempo nuestros caminos puedan reencontrarse.

-          Pero… ¿y a ti? ¿Quién te protegerá a ti? – Alanna no respondió, se limitó a sonreír y terminó de hacer la maleta.

Horas más tarde Alanna se hallaba en el puerto intentando comprar un pasaje para el siguiente ferry hacia las islas, pero el primero que salía era el nocturno que hacía la travesía en ocho largas y tediosas horas. Tuvo que comprarse algunas cosas para poder cenar y también una pequeña manta, pues la habían avisado de que en el barco pasaría frío, pese hallarse a finales de agosto.

Del bar salió con un bocadillo para llevar y algunas bebidas. Tenía varias horas antes de embarcar y las dedicó a pasear frente al mar. Aquél mar era muy distinto a lo que estaba acostumbrada. El océano Atlántico, de aguas frías, oscuras y vastas, recordaba chapotear en él a lo largo de su infancia. El Mediterráneo en cambio era, o había sido, de aguas más claras cuya contaminación había afeado. Eran aguas cálidas y tranquilas.

Suspiró, el canto de las olas al romper la llenó de melancolía y de recuerdos. La brisa salobre, el sol del atardecer y las aguas calmas componían una estampa que difícilmente olvidaría. Pero la beldad de aquél momento se veía atenazada por el lejano horizonte y lo que se escondía tras él, como una amenaza ominosa.
Lo más desconcertante era la ignorancia. No sabía que se encontraría, ni siquiera sabía qué era lo que tenía que hacer, sólo que tenía que llegar lo antes posible. Nadie le había dicho qué se encontraría ahí, había esperado poder preguntar algo en la capilla per no se habían dignado a dirigirle la mirada siquiera y su resentimiento hacia los herméticos había crecido exponencialmente.

Subió por la pasarela que conectaba el muelle con la cubierta, ya era noche cerrada y el ambiente había refrescado el aire. Siguió las indicaciones de la azafata y trató de acomodarse en aquellas butacas de color azul, marronoso por la suciedad. Trató de inclinar el asiento pero la inclinación que permitía era ridícula.

A través de las ventanas el puerto empezó a alejarse. Las sensaciones de Alanna en ése momento eran difíciles de describir: Emoción por la partida, alegría por estar al fin tan cerca del objetivo, miedo por lo desconocido, tristeza por la soledad… todo aquello y muchas más que era incapaz de identificar se concentraban en la boca de su estomago. Tenía el corazón acelerado y se revolvía en el asiento mientras buscaba una postura cómoda para poder dormir, sin éxito.

Extendió la manta en el suelo y se tapó con ella, usando la mochila como almohada. Se concentró en el balanceo del barco y poco a poco sus párpados le pesaron más y más hasta que finalmente se cerraron y el sueño la ganó.

Había un enorme reloj de péndulo oscilante frente a ella, las agujas del reloj marcaban casi las doce, faltando apenas unos segundos para que tocara la hora. Alanna se vio invadida por el pánico y gritó, tratando parar del tiempo, pero el tiempo es inexorable. Corrió hacia el péndulo y trató de pararlo, pero pesaba demasiado y se movía con demasiada fuerza. Lloró cuando empezaron a sonar los tañidos de la campana que marcaba la hora.

Uno, dos, tres…

Alanna bajó la cabeza, derrotada.

Cuatro, cinco, seis…

Se dejó caer sobre el suelo.

Siete, ocho , nueve…

Alanna se incorporó, apartando la manta, de nuevo en el ferry, en su mente resonaban aún los tañidos.

Diez, once y doce.

-          He fracasado, llego tarde… - murmuró con voz quebrada.

Se levantó y salió a cubierta, el olor a sal y el frescor de la noche le agradaban y le mejoraban el humor habitualmente. Aquella noche no. Ahora que el silencio nocturno sólo era roto por el sonido de las olas contra el casco y los riscos y acantilados de las montañas de la sierra de Tramuntana se recortaban oscuros en la noche, podía ver las manchas de luz de las diferentes poblaciones que se repartían entre las montañas. Minutos más tarde el barco estaba llegando a puerto, cercano al muelle y disponiéndose a atracar.

Alanna tenía prisa por salir de allí, de pisar tierra y caminar. De alguna manera sabía, sin saber, dónde tenía que ir. Sentía al destino obrando aquella noche.

jueves, 26 de abril de 2012

Entropia (y III)


Miles escupió a un lado poniéndose a cubierto, ya no le quedaban balas y había visto como su amigo moría. Se removió inquieto, airado, en el sitio en el que estaba. Lanzó una mirada furibunda a Morríghan, quien miraba inexpresiva el cuerpo de su maestro. Se estaba poniendo en peligro.

-          ¡Vaya, vaya! ¡Miles! – Arjon hablaba a voz en grito – ¿Llegas tarde y envías a tus subordinados a hacer tu trabajo? Pero Dís, tu valedor, tu escudo, tu sostén ha muerto y nada te queda ya. Traicionado por los tuyos… ¿Qué harás ahora?

-          Tu hija también ha muerto bastardo. – Gritó Miles.

-          Por poco tiempo, la Maestra la alzará: su vida a cambio de las vuestras almas. – Arjon se rió.

Miles arrojó la pistola a los pies de Morríghan. Ella la miró, agachándose para cogerla y la apretó contra su pecho como buscando protección, cerró los ojos con fuerza

-          A tomar por culo – Miles se levantó murmuró algunos hechizos y entró en el salón.

Dirigió dos bolas de fuego consecutivas contra la mesa de Regente, que estalló en una lluvia de astillas. Varios de los magos que conformaban la cábala estaban ahora caídos y heridos, pero Arjon y Iustos estaban de pie, intactos.

-          Tú y yo tenemos un duelo pendiente, hermético. – Tronó Iustos, con aspecto grave.

Miles no respondió de inmediato, solo asintió levemente y sonrió mientras caminaba con lentitud hacia el centro de la sala, donde había grabado en la piedra un círculo de duelos tan antiguo como la propia capilla.

-          Parece que a ti, al menos, te queda un poco de honor. – Miles se posicionó, extrajo de su riñonera un pequeño cilindro metálico, plateado y con filigranas en oro.

Se había colocado en escorzo, levantando el puño izquierdo cerrado en torno al metal hasta la altura del hombro y apuntando hacia Iustos. Con un lento movimiento, rozando con la planta del pie izquierdo el suelo, lo retrasó trazando una curva y rompiendo el escorzo. A la vez, mientras cambiaba de postura para encararse a Iustos, fue bajando el brazo hasta colocarlo semioculto a su espalda. Ahora la barra de metal se había estirado y alargado hasta convertirse en una vara apta para combatir, casi tan alta como él. Iustos enseñó los dientes y enarboló un mandoble de metal burdo, adquiriendo una postura impecable entrenada durante años manteniendo la guardia baja.

Miles vestía botas militares negras y vaqueros azules, mientras que cubría su torso con una camiseta gris de manga larga. Había recogido su pelo en una cola de caballo y llevaba puestas las gafas. Iustos vestía unas sandalias mallorquinas, de tela blanca con suela de esparto, unos pantalones beige también de tela y una camisa blanca de lino. Se había rapado el pelo y ningún pelo, salvo las cejas y las pestañas, embrutecía la piel de su cabeza.
Ambos se concentraron, ofreciendo un aspecto imponente para los pocos que quedaban para mirarlos. Morríghan entró, ocultándose parcialmente tras una de las columnas. Los contendientes caminaron de lado siguiendo las líneas del círculo, sin dejar de mirarse a los ojos.

Como si lo hubieran pactado, avanzaron a la vez e intercambiaron algunos golpes antes de volver a separarse y volver sobre la línea y seguir trazando el círculo. Miles se quitó las gafas con la mano derecha y las lanzó hacia Morríghan quien las cogió al vuelo no sin sorpresa

-          ¿Así que te vas a poner serio, eh? – Por primera vez Iustos sonrió, su espada destelló mientras lanzaba el primer conjuro, liberándolo con un movimiento ascendente del acero.

El conjuro se estrelló contra la vara que Miles había usado para protegerse. Miles avanzó girando sobre sí mismo para obtener mayor inercia en el golpe mientras murmuraba un hechizo. Iustos paró el golpe, y en aquél instante surtió efecto, ampliando las vibraciones que el golpe había generado las concentró para golpear al corista con ellas.

Iustos trastabilló y retrocedió unos pasos, Miles optó por no darle tregua y avanzó golpeando a cada paso. Los movimientos eran rápidos y fluidos pero  no había en ellos la precisión que Morríghan estaba acostumbrada a ver. Miles estaba preocupado por algo. Se sorprendió a sí misma al descubrirse pensando de aquella manera. El entrenamiento de Dís surtía efecto.

Mientras seguían combatiendo María llegó a la conclusión de que la preocupación de Miles era Érato. La ignorancia de si estaba bien, mal o de si le había traicionado debilitaban la concentración, evidenciando que los sentimientos eran perjudiciales cuando la vida o la muerte estaban en juego.

El intercambio mágico, mientras tanto, estaba alcanzando su cénit. Tanto María como Arjon habían tenido que ponerse a cubierto en varias ocasiones para no ser heridos. Fuego, hielo, viento y agua corrían libremente sin llegar a dañar a ninguno de los dos pero provocando un fuego que poco a poco se fue extendiendo por la sala y el edificio.

Iustos usó artimañas una tras otra, obligando a Miles a colocarse en una posición poco ventajosa y fue golpeado por una piedra desprendida del techo durante el combate y que Iustos había estado manteniendo en el aire. Miles tuvo que apoyar una rodilla en el suelo, mareado por el repentino golpe. Iustos aprovechó esos segundos para conjurar con más calma.

Gritó y una furiosa llamarada surgió de sus manos, Miles apenas tuvo tiempo para levantar el escudo y le costó mantenerlo alzado.

Tras ello hubo unos segundos de absoluta quietud. Miles, aún con la rodilla en el suelo miraba a Iustos. Éste alzaba de nuevo la espada y avanzó hacia Miles. Apoyó la hoja en el hombro del hermético.

-          ¿Últimas palabras?

-          Sí.

-          Tú dirás- Sonrió.

Miles inclinó la cabeza, dejando salir el aire lentamente por la boca.

-          Inferno

Al principio no pasó nada, luego una llama negra y azulada  apareció flotando sobre la palma extendida de Miles. La arrojó contra Iustos mientras este retrocedía unos pasos. La llama le impactó en el pecho donde permaneció llameando y todos contuvieron la respiración. La risa de Iustos fue atronadora.

-          ¿Eso es todo?  - casi parecía decepcionado - ¿Así morirá el gran Miles? ¿Con un efecto de feria?

Iustos palmeó la llama para apagarla, pero se pego también a su mano.

-          ¿Qué demonios…?

-          Mientras pueda consumir tus reservas de quintaesencia, no te dolerá. – Miles se incorporó con ligereza.

-          ¿Y luego? – Iustos se asustó al ver como las llamas se extendían por su cuerpo y no podía apagarlas.

No fue necesario que Miles respondiera, cuanto más se extendían las llamas, más rápidamente consumían la quintaesencia, hasta que ha no encontraron más. Iustos crispó los músculos y aulló de dolor. Era un aullido largo y desesperado. Se plegó sobre sí mismo y cayó al suelo. Lentamente la piel fue ennegreciéndose y Iustos padecía fuertes espasmos por el dolor. Su grito se fue ahogando y tosió, escupiendo sangre. Las llamas se intensificaron y tras la piel fueron los músculos y los huesos lo que se consumió. En apenas unos minutos de Iustos no quedó ni siquiera la ceniza y la llama, falta de alimento desapareció en aire.

Tanto Arjon como Morríghan miraron horrorizados la escena, cómo Iustos desaparecía en la nada para luego mirar a Miles. Él se giró hacia Arjon:

-          Arjon, Septariano del Coro Celestial, Lider de la Cábala Regente y de la Capilla Harmonía. En nombre del concilio de las Nueve Tradiciones, yo, Miles, antaño conocido como Hefaistos, filius de Aequitas de la casa Tremere, Miembro de la Orden de Hermes, te acuso de prácticas infernalistas e instigar al infernalismo, traición a las Tradiciones, asesinato de magos y de colaboración con la tecnocracia. ¿Cómo te declaras?

Arjon enarcó una ceja y empezó a reírse, enajenado.

-          Herméticos, todos iguales, me hubiera gustado ver a tu maestrillo soltando discursos similares a la tecnocracia mientras le mataban. ¿Sabes? Lo mismo le habrá pasado a tu amiguita la puta, ahora mismo estará nadando en su sangre, y ¿por qué? Porque al señorito hermético le apetecía más jugar a ser el héroe que proteger a su putilla.

-          ¿Debo entender esto como una confesión? – Miles se mantuvo impertérrito, pero en su voz había matices salvajes.

-          Entiéndelo como quieras y muere. – Arjón proyectó energía en bruto hacia Miles.

Se oyó un chasquido y Miles se teleportó justo detrás de Arjon.

-          Nunca estuviste a la altura.

Miles desenvainó un puñal que llevaba oculto y agarró por el pelo a Arjon echándole la cabeza hacia atrás y dejando al descubierto el cuello.

-          Siente la justicia. – La voz de miles era sibilante y su mirada poseía una cualidad que erizó la piel a María. Era una mirada desprovista misericordia, la mirada de un loco.
El movimiento fue rápido e inevitable, la hoja del cuchillo mordió el cuello del regente y la sangré brotó a borbotones, manchando el hasta entonces impoluto traje de Arjon, quien cayó de rodillas y, lentamente, se desangró hasta morir. Sólo entonces Miles soltó el pelo a Arjon y su cuerpo sin vida cayó al suelo.

El incendio ahora ya era incontrolable. Lo habían ignorado hasta ése momento debido al combate pero ahora ya no podían seguir haciéndolo. El humo llenaba toda la capilla y se hacía cada vez más difícil respirar. Miles se encaminó hacia la salida seguido de cerca de María.

lunes, 23 de abril de 2012

Barcelona (III)


Sola de nuevo, por elección propia, se enfrentaba al que sería quizás uno de los retos más desagradables del viaje. Barcelona contaba con tres capillas generalmente enfrentadas entre sí y con una política de alianzas fluctuante que impedía que cualquiera de las tres llegara a destacar excesivamente. Aquella situación, así como el hecho de las intrigas internas de cada capilla, dificultaba enormemente la decisión sobre la capilla a la que debía presentarse.

No había ningún mago Verbena en aquella ciudad, la mayoría estaban en poblaciones más pequeñas en las inmediaciones de la metrópoli. Aprovechando los pocos contactos que los magos de la torre del bosque de Bretesche mantenían con el exterior sabía que en aquellos momentos la capilla preeminente era la capilla en la que se concentraban los magos de la Orden de Hermes y que se había hecho famosa en los últimos tiempos por su feroz cacería dirigida hacia las criaturas sobrenaturales que pululaban por toda Cataluña y por el riguroso control y vigilancia a los que sometía a todas las capillas cercanas. No hacía falta ponerle mucho imaginación para saber que los líderes de la capilla y buena parte de sus miembros pertenecían a la casa Quaesitoris, la casa que formaba a los fiscales, jueces y ejecutores de la Orden.

Aquella no era una opción agradable, pero probablemente sería la más inteligente, ya que de lo contrario eran capaces de, al descubrir su llegada, retenerla hasta asegurarse de que no era un “elemento peligroso”.  Las otras dos capillas, que actualmente colaboraban estrechamente para intentar contrarrestar el poder de la primera, agrupaban por un lado a Cultistas del Éxtasis y Adeptos Virtuales, tradiciones numerosas en la ciudad; y por el  otro a miembros del Coro Celestial. Había unos pocos miembros de esas y otras tradiciones no alineados en ninguna de las capillas, pero resultaba complejo encontrarlos. Se encaminó hacia la sede de la Capilla hermética, en pleno casco antiguo barcelonés.

El edificio de la Capilla era la actual biblioteca de Cataluña, un edificio con cerca de seiscientos años de antigüedad y que en sus orígenes había sido uno de los mayores hospitales de los reinos peninsulares.

Alanna suspiró profundamente antes de entrar, tratando de reducir su nerviosismo. Subió las escaleras y se acercó al hombre que estaba sentado tras el mostrador. El hombre le dirigió una mirada aparentemente falta de interés, pero pudo captar en ella un matiz analítico.

-          ¿Qué desea? – la voz del hombre sonaba ronca, se la aclaró.

-          Venía pour ver… - Alanna se detuvo unos instantes, además de un fuerte acento afrancesado su dominio del castellano era poco más que un espejismo y con respecto al catalán apenas sabía chapurrear cuatro palabras. – a  los Mâitres d’Art.

El hombre enarcó una ceja con un gesto cansado.

-          ¿Francesa?

-          Bretagne.

La respuesta pareció despertar la curiosidad de su interlocutor.

-          ¿Qué edad tienes, pequeña? Esto es una biblioteca, aquí no hay Maestros de Arte. – Alanna notó que el hombre ocultaba parte de la verdad.

-          Creo que no me he expresado bien – Alanna remarcó sus siguientes palabras. – Quisiera hablar con los Mâitres d’Art.

-          Jovencita, creo que no me entiendes, es una biblioteca, no una escuela. – El hombre seguía terco en su postura, Alanna suspiró, empezando a exasperarse.

-          Mire, señor – Esta vez Alanna acompañó sus palabras con un hechizo de mente para desbloquear la situación – Busco a los Mâitres y ellos esperan que las étudiants como yo les visiten cuando están près de leur école.

-          Ya veo… - el hombre parecía un poco asustado. – Disculpe, señorita… son las normas… ya sabes… - bajó la voz - ¿a quién tengo que anunciar?

-          Alanna de Carnac de la tradition du Verbena.

El hombre asintió, descolgó el teléfono y tras unos breves segundos de charla guió a Alanna hasta una habitación de acceso restringido, tras ello volvió a su puesto. En la habitación no había nadie y con el paso de los minutos Alanna seguía estando sola allí. Tomo asiento.

-          Buenos días – un joven había aparecido al fin, hablando en un francés perfecto – Bienhallada Alanna de los Verbena, la presencia de miembros de vuestra tradición es rara en la ciudad. Soy Sexto, aprendiz de Máximo de la casa Quaesitoris, seré tu guía aquí.

Alanna apenas tuvo tiempo de asentir, Sexto dio media vuelta y la llevó hacia el interior de la capilla. No era alguien muy hablador, explicaba cada una de las habitaciones por las que pasaban de forma concisa y no planteaba otros temas de conversación. Pudo ver a bastante gente allí dentro, en su mayoría acólitos atareados, con prisas y cargados de libros.

Sexto la llevó hacia una zona que definió como “Ala de residencia para invitados” compuesto por un largo pasillo, bastante oscuro, con puertas bajas a ambos lados que daban a pequeñas habitaciones que recordaban más a las celdas de un monasterio que a otra cosa.

-          Te hospedarás aquí. – Cordial pero no amistoso – Ahora mismo los Maestros están bastante ocupados, te atenderán tan pronto como puedan. Las comidas se sirven a las siete de la mañana, a las tres de la tarde y a las diez de la noche. Ya te he indicado qué zonas puedes frecuentar. Si me disculpas, seguiré con mis obligaciones.

Y se fue. Alanna estaba sorprendida. No esperaba un recibimiento cálido, los herméticos nunca proporcionaban tales cosas, pero aquello era un insulto deliberado. Antaño los Verbena y los Herméticos habían competido por el dominio del Paradigma en Europa y aquellas luchas habían engendrado un resentimiento que aún persistía.

Aprovechó los dos siguientes días para pasear por los alrededores, buscó a R’uya y Guilles pero  ya no estaban en el albergue. Volvía a sentirse terriblemente sola y se arrepentía de haberse ido de su lado. Los herméticos y sus acólitos la trataban lo justo y necesario, no tenía nadie con quien hablar y las pesadillas se habían intensificado tanto que a menudo al levantarse por la mañana padecía dolores de cabeza o migrañas.

jueves, 19 de abril de 2012

Entropía (II)


La música sonaba a todo volumen, aumentando el dolor de cabeza de Elsa. Dís había drenado intencionadamente gran parte de su energía y vitalidad para aparentar una tortura prolongada. Lo había hecho de manera que no doliera ni fuera realmente peligroso, pero desde entonces sentía nauseas y una debilidad extrema. Aquellas horas eran en sí mismas una tortura que le recordaban a cada instante porqué había odiado y odiaba a las tradiciones.

Pese a admitir que aquellos subversores actuaban con una gran responsabilidad, suponían un peligro y un descontrol. Quizás fuera posible convencer a alguno para que abrazara los ideales de la Tecnocracia, si había la posibilidad, ella abogaría por aquella solución. Sentía como si la estuvieran golpeando con un martillo en la cabeza. Desorientada, desconocía cuantas horas llevaba ya así atada y sufría desvanecimientos intermitentes.

Haxor contemplaba cómo el ácido corroía lenta e inexorablemente todo aquello que había construido y en lo que había trabajado desde que despertara. Por primera vez en años lloró. No había imaginado cuan doloroso podía llegar a ser presenciar aquella escena, pero el desconsuelo, el vacío que sentía en aquél instante iba más allá de todo lo que había sentido jamás.

Aquellos eran sus niños, a los que había mimado y cuidado desde el primer día. Eran su pasión y su amor. Por primera vez en su vida se arrepentía de todo, de su orgullo y de su testarudez. Sí, se había ido lo grande, pero el coste era excesivo como advertía en aquél preciso instante. Mientras las lágrimas corrían el ácido dañó el reproductor de música, emitiendo unos últimos y estridentes sonidos antes de apagarse.

Sabía que los grupos de asalto tecnócratas llegarían pronto. Valoró durante unos instantes nuevamente la idea del suicidio. Rápidamente la descartó, por los mismos motivos que la anterior vez. Le quedaban dos opciones, luchar a muerte al estilo de los herméticos o dar uso a su plan b.

Paladeó la posibilidad de combatir, pero ella no era una combatiente, no le gustaba combatir como un mago tradicional, era primitivo, sucio y molesto. Ella siempre había actuado como elemento de apoyo, los que luchaban eran Dís y Miles. Barreras defensivas, hackear sistemas… esas eran sus funciones, pegar tiros o quemar gente no iban con ella. Con todo decidió que aquello no sería apropiado.

Sólo le quedaba su netbook y decidió que puestos a caer, lo haría con estilo. Se dedicó a levantar barreras defensivas a su alrededor para poder ver a sus atacantes antes de activar el “hard reset” que había preparado en caso de necesidad, se quedaría en su configuración inicial, lo que en términos mundanos significaba que borraría de forma permanente todos sus recuerdos, del primero al último. A efectos prácticos sería como un bebé.

Aquello le resultaba medianamente gracioso, los tecnócratas se encontrarían ante un bebé de metro y medio que les había causado más problemas de los que se podían imaginar y no le conseguirían sonsacar nada.
No era un gran final, sabía que la tecnocracia la usaría como conejillo de indias, pero ya no importaba, nada importaba.

Elsa oyó como echaban la puerta abajo, oyó las voces de los agentes, oyó como la llamaban y la desataban. La identificaron con rapidez, todos los agentes del NOM estaban registrados y se requerían unas pocas células para la identificación genética.

-          ¿Dónde están los captores, agente? – la pregunta era hecha con insistencia.

Elsa apuntó débilmente hacia las escaleras y luego a un lado, hacia la biblioteca:

-          Sus… informes… mi… informe…

El agente asintió, con dos gestos rápidos y secos dividió al  su equipo en tres grupos. El primero se dirigió a la biblioteca e inició su inspección, el segundo permaneció con Elsa para iniciar su recuperación y retirarla de la acción con seguridad. El tercero se encaminó escaleras arriba.

Haxor contempló con cierta hilaridad como los comandos tecnócratas se estrellaban contra sus barreras. Siguió riendo cuando sus disparos también se toparon con la barrera. Aquello no duraría y ya les había provocado lo suficiente para irse con un buen sabor de boca, al final, sería una leyenda.

Se sentó cómodamente en la butaca y abrió su netbook. Lo había preparado previamente para que sólo contuviera un único programa ejecutable. Introdujo el código con calculada lentitud, arrastrando los dedos por el pequeño teclado.

42.61.67.41

Las sensación fue extraña, no vio pasar su vida por delante de sus ojos, solo notó un creciente vacío. Intentó recordar, pero sin saber qué. Pronto no recordaba ni qué era recordar. Sintió cierto desaliento, pero segundos más tarde aquél concepto había desaparecido y se acurrucó en el sillón.

Los comandos consiguieron romper la barrera al fin e invitaron a Haxor a rendirse. El netbook cayó al suelo y la Adepta ladeó ligeramente la cabeza mientras una baba corría desde la comisura de sus labios. La mirada sin comprensión que les devolvió a los comandos les hizo dudar unos instantes. Elsa vio cómo se llevaban a Haxor de la mano, con paso vacilante y mirada perdida.

-          ¿Qué haréis con ella?

-          Intentaremos obtener toda la información posible. – Respondió el jefe del comando – A ti, Agente, también vamos a tener que interrogarte.

Elsa asintió, la habían tumbado en una camilla portátil y ya le habían inyectado suero. Se durmió debido al cansancio y la debilidad. Cayó en el pesado y reparador sueño del que está exhausto.

martes, 17 de abril de 2012

Se acerca el final...

Como reza el título del post, se acerca el final... de esta primera aventura de los Magos, ya se ha iniciado el desenlace y en poco más de un mes, un mes y medio a lo sumo, se cerrará el primer arco argumental del relato.

Con esto, decir que va a haber algunos cambios en el blog cuando eso ocurra, tanto a nivel estilístico como a nivel de narración, por eso aprovecho para preguntaros si tenéis sugerencias o críticas que hacer,pues encantado las recibiré y valoraré tanto aquí como en la página de Google+ como en Twitter.

Los cambios, a priori, consistirán en:

Potenciación de las redes sociales: ahora mismo, debido a falta de tiempo, no le estoy sacando partido ni a Twitter ni a G+. También debido a que creé tanto la paginas de G+ como la cuenta de Twitter hace unos días, cuando la trama está llegando casi al final. Procuraré ir poniendo curiosidades, informaciones y novedades sobre mundo de tinieblas, el relato, la red de relatos y en general de lo que me de la real gana que para algo son mías ¬¬'

Cambio del tema del fondo del blog, con la intención de sustituirlo por algo más personalizado, cosa fácil teniendo en cuenta que ahora hay uno predeterminado.

Cambio en la estructura de la narración: esto se debe a que, hasta ahora, la historia narrada ha sido lineal y de muy larga duración, con lo que a aquellos lectores que se han incorporado luego o aquellos que, por las razones que fuera, no iban siguiendo la historia actualización tras actualización podían tener dificultades a la hora de enganchar el hilo de la historia.

¿Qué siginifica eso? Esencialmente, significa que trataré de hacer historias más cortas, relativamente independientes aunque seguirán el argumento principal del relato con tal de aligerar la lectura, sin que ello redunde en un perjuicio del estilo narrativo. Podrá haber (y habrá, ya que la tentación me puede) algunos relatos más largos y seguramente iré poniendo también relatos ajenos a Magi in tenebras (como por ejemplo el que ya puse aquí).

También me comprometo a actualizar la sección de personajes, que la tengo muy abandonada y daré un repaso a los links, actualizando y reordenando la lista para hacerla mucho más cómoda.

Y, por último, abrir la puerta a cualquiera que quiera colaborar con relatos, dibujos/ilustraciones o cualquier cosa digna de mención invitándole a enviarlo pues como en éste caso con Marc Reynés trataré de darle la propaganda que buenamente pueda con las herramientas que tengo. Podréis contactar conmigo en éste mismo blog o en las redes, también podréis hacerlo enviando un correo a magiintenebras@gmail.com

Dicho esto, ¡no os olvidéis de seguirnos en Twitter y G+!
Un abrazo y...

decid NO a la Facebook-cracia

lunes, 16 de abril de 2012

Barcelona (II)


Guilles se desperezó, mientras se estiraba cuan largo era y dejaba escapar un sonoro bostezo. Tras bostezar miró a su alrededor y de inmediato se dio cuenta de que Alanna no estaba. Había una nota escrita en la que se disculpaba pero que se estaba haciendo tarde y tenía muchas cosas que hacer y no quería despertarlos.

Guilles miró a través de la ventana, realmente era tarde, pasado mediodía quizás. Chasqueó la lengua para mostrar su fastidio y despertó a R’uya. Abdap tampoco estaba, seguramente se habría negado a separarse de Alanna. R’uya se incorporó, somnolienta:

-          ¿Qué ocurre? Tengo sueño…

-          Alanna sigue aquí. – dijo parcamente Guilles, mientras le tendía la nota.

-          Vaya – R’uya leyó varias veces la nota – Se ve que tenía prisa.

-          Se ha ido rauda como una tortuga.

-          Nosotros no podemos hacer nada, no sabemos donde se esconden los magos. – R’uya estaba molesta. – Pero tenemos nuestras propias obligaciones, la corte del rey nos espera.

-          Adoro los protocolos de los nobles. – bufó Guilles.

-          Tranquilo, esta corte te gustará, es diferente a las que estas acostumbrado.

-          Te entiendo… - repuso perplejo.

-          El rey es un Sátiro gruñón, o sea, muy viejo, pero es una de las cortes que mas artistas reúne.

Guilles asintió y se fue a buscar el desayuno. El mejor momento para visitar una corte feérica es la noche, cuando más hadas se hallaban libres de obligaciones mundanas y podían librarse a su aspecto feérico. En general las hadas tenían tendencia a reunirse, ya fuera en tabernas o en las cortes. De estas últimas había muchos tipos, ya que dependían del rango del señor del feudo y si eran luminosos u oscuros. De todas las cortes las cortes reales eran, por motivos evidentes, las más espléndidas o las más temidas.

Los territorios feéricos de la península se dividían en varios reinos, cuyas fronteras coincidían con los reinos del Medievo. El reino de Navarra era el más modesto, con diferencia con respecto al segundo, dada su población menor y la amenaza constante de los grandes reinos que lo rodeaban. El reino de Portugal poseía una corte variopinta que alimentaba los sueños de exploración y búsqueda de lo desconocido. El reino de castilla centraba su poderío en el ámbito militar, sus cortes eran famosas por las justas y los torneos y por sus ambiciones territoriales, especialmente por los reductos Eshu del reino de Granada que resistían valerosamente. Finalmente la corona de Aragón destacaba por su mecenazgo constante, alimentando la creatividad, dividido a su vez en diferentes reinos y condados unidos bajo el mando de un único rey.  Caso a parte era el de las Islas Baleares conformaban, que un reino independiente cuyo linaje real estaba emparentado estrechamente con el aragonés y con el que mantenían litigios constantes.

La corona de Aragón destacaba por su diversidad y su tolerancia, hecho que le había valido un aumento considerable de la población feérica con el paso del tiempo. Los reinos habían estado en guerra casi constante durante siglos hasta que, sin saberse muy bien los motivos, hacía unas pocas décadas se habían firmado diferentes pactos que habían provocado una paz quebradiza e inestable y un nuevo florecimiento en todos los reinos.

La corte real se hallaba en el edificio del Museo Nacional de Arte de Cataluña, pero aquella noche habían sido avisados de que se celebraría un concierto en el Palacio de la Música al que asistiría un gran número de hadas, tanto nobles como plebeyas.

R’uya no pudo evitar emocionarse ante la perspectiva de un gran concierto. Llevaba demasiado tiempo tocando en tabernas y habitaciones cerradas, se le haría raro no participar directamente del espectáculo pero aquella era una oportunidad inmejorable para descubrir los gustos de la audiencia local, quizás incluso podría conseguir tocar alguna pieza y llamar así la atención de posibles mecenas.

Se arregló con las mejores ropas que tenía, las que reservaba para tocar en la corte del barón de Bretesche. Forzó a Guilles a que se lavara con esmero y a que se vistiera con unos mínimos de coherencia. Parecía una colegiala enamorada a punto de ver a su amante y, en cierta manera, así era puesto que la corte barcelonesa era una de las más aclamadas artísticamente desde hacía décadas.

Una vez hubieron terminado los preparativos y hubieron cenado se dirigieron hacia el Palacio de la Música. El edificio se alzaba majestuoso, profusamente decorado no solo con una importante estatuaria, sino también con los propios elementos arquitectónicos. Los ladrillos rojos chocaban con el blanco de las estatuas y dibujaban arcos y columnas, incluso en una de sus esquinas los ladrillos habían sido dispuestos para dibujar un gigantesco árbol.

Pero si el exterior ya evocaba la belleza, el interior era como un palacio en el ensueño. R’uya admiró cada detalle con los ojos abiertos como platos. Estaba segura de que el arquitecto que lo construyera era una hada o bien había sido tocado e inspirado por estas. La sensación en el interior era acogedora para alguien como ella, un entorno creado para la música y la belleza. Se juró que algún día ella daría un recital allí.

Se quedó sin aliento al entrar en la sala de conciertos, una de las más grandes que había visto. Poco podría recordar de aquél primer día, pero siempre que lo evocara su alma vibraría con fuerza.