Sola de nuevo, por
elección propia, se enfrentaba al que sería quizás uno de los retos más
desagradables del viaje. Barcelona contaba con tres capillas generalmente
enfrentadas entre sí y con una política de alianzas fluctuante que impedía que
cualquiera de las tres llegara a destacar excesivamente. Aquella situación, así
como el hecho de las intrigas internas de cada capilla, dificultaba enormemente
la decisión sobre la capilla a la que debía presentarse.
No había ningún mago
Verbena en aquella ciudad, la mayoría estaban en poblaciones más pequeñas en
las inmediaciones de la metrópoli. Aprovechando los pocos contactos que los
magos de la torre del bosque de Bretesche mantenían con el exterior sabía que
en aquellos momentos la capilla preeminente era la capilla en la que se
concentraban los magos de la Orden de Hermes y que se había hecho famosa en los
últimos tiempos por su feroz cacería dirigida hacia las criaturas
sobrenaturales que pululaban por toda Cataluña y por el riguroso control y
vigilancia a los que sometía a todas las capillas cercanas. No hacía falta
ponerle mucho imaginación para saber que los líderes de la capilla y buena
parte de sus miembros pertenecían a la casa Quaesitoris, la casa que formaba a
los fiscales, jueces y ejecutores de la Orden.
Aquella no era una opción
agradable, pero probablemente sería la más inteligente, ya que de lo contrario
eran capaces de, al descubrir su llegada, retenerla hasta asegurarse de que no
era un “elemento peligroso”. Las otras
dos capillas, que actualmente colaboraban estrechamente para intentar
contrarrestar el poder de la primera, agrupaban por un lado a Cultistas del
Éxtasis y Adeptos Virtuales, tradiciones numerosas en la ciudad; y por el otro a miembros del Coro Celestial. Había
unos pocos miembros de esas y otras tradiciones no alineados en ninguna de las
capillas, pero resultaba complejo encontrarlos. Se encaminó hacia la sede de la
Capilla hermética, en pleno casco antiguo barcelonés.
El edificio de la Capilla
era la actual biblioteca de Cataluña, un edificio con cerca de seiscientos años
de antigüedad y que en sus orígenes había sido uno de los mayores hospitales de
los reinos peninsulares.
Alanna suspiró
profundamente antes de entrar, tratando de reducir su nerviosismo. Subió las
escaleras y se acercó al hombre que estaba sentado tras el mostrador. El hombre
le dirigió una mirada aparentemente falta de interés, pero pudo captar en ella
un matiz analítico.
-
¿Qué desea? – la voz del hombre sonaba ronca, se la aclaró.
-
Venía pour ver… - Alanna se
detuvo unos instantes, además de un fuerte acento afrancesado su dominio del
castellano era poco más que un espejismo y con respecto al catalán apenas sabía
chapurrear cuatro palabras. – a los Mâitres d’Art.
El hombre enarcó una ceja
con un gesto cansado.
-
¿Francesa?
-
Bretagne.
La respuesta pareció
despertar la curiosidad de su interlocutor.
-
¿Qué edad tienes, pequeña? Esto es una biblioteca, aquí no hay Maestros de
Arte. – Alanna notó que el hombre ocultaba parte de la verdad.
-
Creo que no me he expresado bien – Alanna remarcó sus siguientes palabras.
– Quisiera hablar con los Mâitres d’Art.
-
Jovencita, creo que no me entiendes, es una biblioteca, no una escuela. –
El hombre seguía terco en su postura, Alanna suspiró, empezando a exasperarse.
-
Mire, señor – Esta vez Alanna acompañó sus palabras con un hechizo de mente
para desbloquear la situación – Busco a los Mâitres
y ellos esperan que las étudiants como
yo les visiten cuando están près de leur
école.
-
Ya veo… - el hombre parecía un poco asustado. – Disculpe, señorita… son las
normas… ya sabes… - bajó la voz - ¿a quién tengo que anunciar?
-
Alanna de Carnac de la tradition du Verbena.
El hombre asintió,
descolgó el teléfono y tras unos breves segundos de charla guió a Alanna hasta
una habitación de acceso restringido, tras ello volvió a su puesto. En la
habitación no había nadie y con el paso de los minutos Alanna seguía estando
sola allí. Tomo asiento.
-
Buenos días – un joven había aparecido al fin, hablando en un francés
perfecto – Bienhallada Alanna de los Verbena, la presencia de miembros de
vuestra tradición es rara en la ciudad. Soy Sexto, aprendiz de Máximo de la
casa Quaesitoris, seré tu guía aquí.
Alanna apenas tuvo tiempo
de asentir, Sexto dio media vuelta y la llevó hacia el interior de la capilla.
No era alguien muy hablador, explicaba cada una de las habitaciones por las que
pasaban de forma concisa y no planteaba otros temas de conversación. Pudo ver a
bastante gente allí dentro, en su mayoría acólitos atareados, con prisas y
cargados de libros.
Sexto la llevó hacia una
zona que definió como “Ala de residencia para invitados” compuesto por un largo
pasillo, bastante oscuro, con puertas bajas a ambos lados que daban a pequeñas
habitaciones que recordaban más a las celdas de un monasterio que a otra cosa.
-
Te hospedarás aquí. – Cordial pero no amistoso – Ahora mismo los Maestros
están bastante ocupados, te atenderán tan pronto como puedan. Las comidas se
sirven a las siete de la mañana, a las tres de la tarde y a las diez de la
noche. Ya te he indicado qué zonas puedes frecuentar. Si me disculpas, seguiré
con mis obligaciones.
Y se fue. Alanna estaba
sorprendida. No esperaba un recibimiento cálido, los herméticos nunca
proporcionaban tales cosas, pero aquello era un insulto deliberado. Antaño los
Verbena y los Herméticos habían competido por el dominio del Paradigma en
Europa y aquellas luchas habían engendrado un resentimiento que aún persistía.
Aprovechó los dos
siguientes días para pasear por los alrededores, buscó a R’uya y Guilles
pero ya no estaban en el albergue.
Volvía a sentirse terriblemente sola y se arrepentía de haberse ido de su lado.
Los herméticos y sus acólitos la trataban lo justo y necesario, no tenía nadie
con quien hablar y las pesadillas se habían intensificado tanto que a menudo al
levantarse por la mañana padecía dolores de cabeza o migrañas.
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