jueves, 16 de febrero de 2012

Fraternidad

Salir del sofoco y la pesadez de los túneles al frescor nocturno era un cambio realmente agradable, habían triunfado sin excesivos problemas, uno de los coristas, Raphael, se había llevado unos buenos golpes. Realmente la peor parada era María del Mar, que tenía varios zarpazos, en la espalda y en los brazos, que escocían y el doloroso golpe en la rodilla. Dís, una vez fuera, revisó las heridas de su pupila bajo la luz de la luna, mientras Miguel hacía lo propio con su compañero.

Dís optó por la vía rápida y usó magia para curarla, aunque los con la ropa no había nada que hacer, la blusa estaba rasgada y sucia con la sangre, dejando entrever algunas de las virtudes de María, virtudes que no pasaban desapercibidas por los dos coristas, los cuales, pese a todo, mostraban un recato aceptable y no pasaban de las miradas furtivas.

María se dejó hacer, el dolor de la rodilla no se curó, mostró resistencia a ello y Dís susurró algo sobre la paradoja y sus efectos, pero estaba contenta y animada, de hecho se sentía más viva que nunca, pese a su Agama, para ella realmente ésa era la primera vez que se enfrentaba realmente a la muerte, si la adrenalina había hecho reír con histerismo a los dos coristas, a ella la había hecho sentir mucho más viva y necesitaba regodearse en esa vitalidad, quería hacer algo que hacía tiempo que no disfrutaba, quería salir de fiesta y pasárselo bien, sin magos ni magia alrededor, quería divertirse y desconectar… lejos de casa y de todos los que la conocían, podía hacer lo que quisiera allí, sin miedo al qué dirán que habría tenido en Palma.

Todo aquello la hacía sentirse liberada y vibraba toda ella ante las posibilidades abiertas, pero no haría nada salvo que Dís le diera permiso. Entre tanto se encaminaron hacia la capilla de los Coristas, donde se suponía que Miles y el líder de Dei Gratia les aguardaban.

María no sabía mucho del líder local, sólo que su nombre era Iaccobus y que era un mago bastante joven, al igual que sus dos compañeros, y fundador de Dei Gratia, pero antes de encontrarse con él y con Miles, tenía que ir a cambiarse, pues con la busa rota y sucia no estaba presentable y no se sentía completamente cómoda con las miradas de los otros.

En el hotel no se entretuvo mucho, corrió escaleras arriba deseando que no se fijaran en ella en recepción, contó con la suerte suficiente como para no encontrarse a nadie en el pasillo y cuando cerró la puerta de la habitación tras de sí dio un largo suspiro. Abrió los cajones donde había guardado su ropa y escogió un vestido de lino blanco, fresco, casi en previsión para salir después a divertirse, cuando fue a cambiarse se vio sucia, con restos de sangre seca y polvo, con lo que decidió darse una ducha rápida. Se secó el pelo lo justo y los rizos pronto se formaron en bucles elásticos, se puso el vestido y unas sandalias, cogió su bolsa y bajó, todo el proceso le había llevado apenas veinte minutos.

Dís no se había ensuciado durante la expedición, y los coristas no parecían incómodos pese al polvo que llevaban encima, la habían esperado en un bar que había a escasos metros del hotel, tomándose una caña y con los dos coristas envueltos en un parloteo trivial sobre el que Dís no se molestaba siquiera en fingir interés.

La recibieron con una familiaridad y amabilidad que resultaba chocante. En Harmonía, no había ni pizca de cordialidad, era rígida, estricta y formal; si bien era verdad que en Libertas si se sentía más acogida, su estilo no era exactamente de su agrado, quizás demasiado informales o quizás excesivamente bohemios. Lo cierto es que en exiliados tampoco se podía decir que se sintiera acogida: Judith era una muestra perfecta de los magos de Harmonía, al no haber aceptado su tutela la había “rebajado” a la categoría de pagana insalvable, además de que tanto Dís como Miles sospechaban que Judith formaba parte del entramado que pretendían derribar; Haxor seguía considerándola una niñata que la capilla les había impuesto, entre ellas había una tensión que estallaba con facilidad; Dís era su maestro, era el único que le había demostrado aprecio y ella también tenía a aquél hombre en alta estima, pero no podía ser más diferente a ella y, en cuanto a Miles, se mantenía distante, no sólo con ella, sino con todos salvo con Dís y Érato, aunque en ambas excepciones era una cercanía que iba a ratos, según fluctuase su humor, el propio Dís había comentado más de una vez que Miles necesitaba relajarse.

María tenía malas sensaciones con todo aquello, aunque partes de su nueva vida le gustaban y no las cambiaría por nada, se sentía en la cima de un castillo de naipes, añoraba a sus amigas, a las que apenas veía ahora y temía que pronto dejaran de llamarla y de contar con ella; añoraba la despreocupación previa a su despertar, sabía que tenía que escoger que carrera quería estudiar, sabía que había peligros enormes que acechaban a su cábala, a su capilla y en general a todo el mundo mágico de las islas, una batalla se estaba preparando y tenía miedo y dudas sobre su desenlace… irónicamente todo aquello reforzaba esa sensación de vitalidad y las ganas de disfrutar de aquella noche.

Se pasaron cerca de media hora más en aquél bar, mientras apuraban algunas rondas de cerveza más, antes de volver a ponerse en marcha. No llegaron a alcanzar la capilla, Iaccobus y Miles les habían salido al paso y ambos parecían de buen humor, más Iaccobus que Miles, quien para variar mostraba un aspecto taciturno. Miguel y Raphael se pusieron a relatar inmediatamente el ataque a los vampiros, con pelos y señales, mientras Dís seguía impasible y María se sonrojaba levemente ante la lluvia de elogios y alabanzas que vertían sobre ella, que se removía incómoda mientras echaba miradas a su alrededor buscando una salida.

Continuaron caminando, todos juntos, durante un rato, el ambiente de camaradería que se había generado ablandó las expresiones tanto de Dís como de Miles. Hasta cierto punto hasta ellos se sentían más cómodos allí que en su propia casa, mientras cenaban en un celler todos, sin excepción, bebieron y rieron, María pudo descubrir que Dís tenía un repertorio de chistes sobre las tradiciones que era bastante envidiable y que Miles se soltaba bastante cuando bebía vino, hablando sobre cosas que escapaban todavía de su comprensión pero que provocaban las risas de los demás.

Al final pasó algo que no se esperaba, pero esa historia… era otra historia.

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