jueves, 23 de febrero de 2012

Abdap

En unos pocos días habían tenido más incidentes de los que se hubiera podido imaginar, muchos de ellos rozaban lo surrealista, pero habían valido la pena ante la imagen que se alzaba ante ellas y tuvo que admitir que tener a R’uya de guía tenía sus ventajas, pese a parecer que daba rodeos innecesarios y escogía las rutas problemáticas con una pericia sin igual.

Cientos de rosales y otras plantas de bellas flores crecían a ambos lados del camino formando una tupida valla que impedía salirse del mismo, la luz del sol se filtraba entre los pétalos de las flores sin llegar a encontrar ningún acceso directo, dotando a aquél túnel de una luminosa sensación de belleza. El aire, fragante, ante la combinación de los delicados aromas de aquellas flores embelesaba los sentidos, en aquél paraje sentían paz.

Las flores estaban dispuestas de tal manera que había franjas de colores dispares, aquí rojo, allá blanco, bandas liliáceas… observando durante unos instantes era fácil ver que aquélla maravilla no estaba siendo cuidada por nadie y aquél aspecto ligeramente asilvestrado dotaba de exotismo a la belleza a cada paso que daban.

Una hierba verde, espesa y sana, cubría el suelo, haciendo que caminaran casi sobre un colchón, pero no se separaban del hilo de brillante plata que había a lo largo del mismo centro del camino, avanzando ambas a paso lento para poder admirar aquello que las rodeaba. R’uya le había indicado que no se alejara del centro, pues ahora se hallaban en un paso del ensueño, una ruta donde podían encontrarse con los mismos sueños de los hombres… y con sus pesadillas, además, el ensueño era un lugar en constante cambio donde era fácil perderse para siempre.

El que R’uya, que normalmente no valoraba el peligro, fuera tan cuidadosa en aquél lugar hizo que Alanna se tomara en serio sus avisos y sus consejos y durante el transcurso de los dos días que hacía que se habían adentrado había obedecido escrupulosamente, permaneciendo en el centro, junto al hilo.

R’uya le había contado que aquellos pasos eran vías seguras y estables que las hadas usaban para recorrer grandes distancias de forma rápida. Aquél paso, en concreto, debía acortar sensiblemente su viaje hasta los Pirineos, desde donde entrarían en las tierras del reino feérico de Aragón y, de allí, a las islas que eran su destino, pero aquello implicaba un viaje relativamente largo dentro del Ensueño y por tanto una cantidad impredecible de contratiempos e imprevistos si no se ceñían al camino.

El túnel, durante los dos días, había sido igual y aún se sorprendía de descubrir nuevos matices a los aromas de las flores y nuevas tonalidades en los colores de las flores. No encendían fuego alguno para no dañar la hierba y se recostaban sobre esta para dormir, comían aquello que la magia de Alanna creaba y no sería hasta el mediodía del tercer día cuando se presentaran los primeros cambios destacables. El túnel floral se abrió y finalmente dio paso a amplia llanuras con hierba verdeante y, a lo lejos, poderosos bosques.

Los colores en aquél lugar estaban llenos de energía, eran más vivos y emitían sensaciones, Alanna se quedó boquiabierta durante unos minutos, a la salida del túnel, anonadada por lo que sus ojos veían.

Todo aquello se estaba quedando grabado en su memoria y luego sería incapaz de explicarlo con palabras pues no encontraba palabras con un significado suficiente para retratar aquello que estaba viviendo.

Continuaron sin alejarse del camino, pese a sentirse llamadas a ello, aquí la hierba había dejado paso a la piedra, blanca como la nieve pero que no reflejaba la luz ni dañaba los ojos. El camino seguía perfectamente recto, salvando los desniveles generados por las ondulaciones del terreno, hasta el mismo horizonte, el cielo de un azul prístino y sin mancha y una brisa fresca aliviaba la presión del sol… todo aquello era demasiado perfecto para ser verdad, de manera que Alanna realmente creía que estaba soñando.

Avanzaron aún durante todo el día, sin que el paisaje cambiara significativamente y pararon cuando el cansancio las venció, cerca de un arroyo convenientemente cerca en el que se refrescaron y montaron el campamento, tendiendo las mantas sobre las que dormirían y, ahora sí, encendiendo un pequeño fuego, con las ramas que había cerca, llegadas sin saber cómo.

A Alanna le desagradaba que todo aquello fuera ofrecido “sin más” por el Ensueño, temía, cada vez con más fuerza, que algo malo pasara, que se cobrara de alguna manera todos aquellos favores y aquella intranquilidad impidió que durmiera aquella noche.

R’uya parecía estar sintiendo algo parecido, aunque en ella era la emoción de una aventura en ciernes, tampoco podía dormir aquella noche y se sentó junto a Alanna, manteniéndose ambas en silencio durante largo rato, hasta que ya no pudieron más:

- Tengo miedo – Dijo Alanna, preocupada.

- No seas tonta, siento la cercanía de una nueva canción – Respondió con entusiasmo R’uya.

- Cada vez que has dicho eso hemos estado cerca de morir las dos… - apuntó, resignada Alanna.

- Las Canciones han de tener emociones, sino nadie las escucharía.

- Todo esto es demasiado perfecto – Alanna miró a su alrededor, esperando que alguna monstruosidad surgiera de la nada en cualquier momento.

- Como en las canciones – manteniendo R’uya todo su entusiasmo.

- Estas obsesionada…

- Soy bardo, ¿Qué quieres? Las canciones son mi vida y mi razón de ser, un Eshu sin cuentos, un Eshu sin canciones, moriría.

Alanna suspiró, sabía que no conseguiría que R’uya la entendiera, para ella todo aquello era poco más que un juego, un viaje en el que vivir muchas aventuras sin preocuparse por nada más, pero para Alanna aquél viaje era parte de su destino, no quería ni podía permitirse fracasar.

Pasaron varias horas y ninguna de la dos tenía sueño, desde hacía un buen rato habían avivado el fuego y R’uya rasgaba su laúd cantando todo lo que su corazón le ordenaba, tenía un repertorio asombroso y una facilidad para componer que Alanna envidiaba. Habrían seguido así toda la noche pero entonces la interrupción que Alanna esperaba se presentó.

Un ruido en la maleza, una maleza que antes no estaba, las alertó, R’uya dejó de tocar y se preparó para defenderse, sonriendo, mientras que Alanna se había puesto de pie de un salto y murmuraba conjuros defensivos.

De la maleza surgió un ratón minúsculo de pelaje azul y una larguísima cola, andaba sobre las patas traseras y se acercó al fuego, frente al que se frotó las patitas delanteras para hacerlas entrar en calor e ignorando a las descolocadas jóvenes que lo observaban, una desilusionada al haber esperado una bestia sanguinaria y la otra sin saber que pensar.

El ratón olfateaba de vez en cuando moviendo suavemente los bigotes, llevaba un hilo de lana blanca como cinturón del que colgaba una aguja como si de una espada se tratara, una capita verde claro, y un sombrero negro con una pluma de polluelo, amarilla.

Cuando pasó el estupor inicial de Alanna, dio un paso adelante y carraspeó, el ratón levantó la mirada perezosamente y clavó sus ojitos negros en los ojos de Alanna.

- ¿Si?

- Esto… ¿Qué haces?

- Calentarme – el ratón se frotó las patas delanteras enérgicamente para ilustrarlo.

- Ya… bueno…

- No tendréis algo que pueda comer ¿Verdad?

- Lo normal es presentarse primero – dijo R’uya, aún decepcionada.

- Soy Sir Allistair Blueblue Dientecitos de la Aguja de Plata – El ratón hinchó el pecho mientras hablaba. – Abdap para los amigos.

- Mucho nombre para tan poca cosa ¿No? – Dijo R’uya.

- Y bien Abdap… ¿Qué te trae hasta el fuego de dos desconocidas?

- Sir Allistair Blueblue para vosotras – Respondió altisonante Abdap – He decidido haceros el honor de inspiraros con mi presencia, infames plebeyas. Así que… ¿Dónde está la comida?

- ¿Has probado alguna vez ratón campestre a la brasa, Alanna? – Preguntó R’uya, guiñándole un ojo a su amiga.

- No, sólo Steak Tartar de ratón. – Respondió despreocupadamente Alanna.

- ¿Cómo? - Abdap había abierto la boca mientras pronunciaba de forma estridente y aguda, alargando la última o. – Sálvajes… he ido a visitar a dos salvajes…

- Yo creo que con un poco de hinojo éste tendría buen sabor, se le ve tierno. – Continuó R’uya.

- A mi es que… ése color azul me escama, lo mejor sería hervirlo bien hervido antes de cocinarlo, por si acaso.

Abdap dio un salto hacia atrás, desenvainando la aguja y preparándose para combatir:

- Ah, monstruosas criaturas, venderé cara mi piel, nadie amedrentará a Sir Allistair Blueblue, descendiente de reyes, gran campeón de… ARGH

R’uya había cogido a Abdap por la cola y se reía ante sus vanos esfuerzos por escapar, los bigotes del ratón temblaron y rompió a llorar mientras dejó caer la aguja:

- ¿A quién quiero engañar? Va, comedme – hizo un gesto afectado y lleno de dramatismo – al menos serviré como cena.

- Vamos R’uya, no le hagas daño, con lo mono que es. – Terció Alanna y R’uya puso los ojos en blanco mientras dejaba de nuevo al ratón en el suelo; éste, que no se lo podía creer corrió y saltó hacia Alanna y se abrazó a la punta del dedo gordo de uno de sus pies.

- Habéis salvado mi vida, gran Señora, ahora es vuestra, seré vuestro campeón y defenderé vuestro honor.

- No hace falta, pero gracias por el ofrecimiento. – Sonrió.

- ¡Es mi deber y lo cumpliré, aunque la vida me vaya en ello!

- ¿Con el mismo ímpetu con el que te has defendido ahora? – rió R’uya.

- Cuando el honor de una dama está en juego, no hay miedo ni dudas, mi vida por ella.

- Es deprimente que lo más bonito que me han dicho nunca lo haya dicho un ratón azul… - Alanna hizo una mueca.

R’uya no pudo contener más tiempo la risa y rió hasta que le saltaron las lágrimas.

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