martes, 14 de febrero de 2012

En los túneles

Anochecía, Dís y María del Mar se habían pasado todo el día trazando planes junto con los dos magos de la capilla local, conocida como Dei Gratia. Los dos estaban cortados por el mismo patrón, eran jóvenes de en torno a 23 o 24 años, llevaban el pelo corto, casi rapado y era de color oscuro, eran bastante alegres y simpáticos, nada comparables a Dís, María hizo migas con ellos, sus alias eran Raphael y Miguel y se trataba de dos coristas celestiales muy distintos a los que ella conocía, parecían disfrutar realmente de una fe abierta y comprensiva y se entusiasmaban con facilidad. Miles por su parte se había pasado el día con el líder de Dei Gratia para trazar sus propias negociaciones.

Dís, María del Mar, Raphael y Miguel se encaminaron, sin haber cenado, hacia la guarida de los vampiros en el Castell de San Felip, en cuyos túneles se escondían. Sabían que podían encontrarse con alrededor de media docena de vampiros, quizás algún ghoul, nombre que recibían los desdichados que los vampiros esclavizaban al alimentarlos con su sangre. El objetivo era sencillo, entrar en los túneles y limpiarlo de alimañas, para ello los coristas se habían preparado a conciencia, llevaban estacas de madera, protecciones en el cuello, gruesos guantes y muñequeras, así como chalecos y pantalones de cuero reforzado, junto con pesadas botas militares, salvo Dís, que vestía con su habitual traje negro y, como siempre, llevaba las gafas puestas. También llevaban, los coristas, dagas y algunas pistolas de calibre medio, Raphael y Miguel llevaban sendas cruces y varios botecitos de agua bendita y esencia de Ajo, pese a que Dís les había indicado la inutilidad de los mismos.

María del Mar, por su parte, se había puesto unos vaqueros y unos zapatos ligeros, llevaba una blusa negra y se había recogido el pelo con las agujas de plata. Sus únicas armas eran la daga que le regalara Dís y el peine de hierro y madera que la noche anterior le había permitido abatir al vampiro. Según Dís, las primeras armas había que ganárselas. Dís no parecía armado, nunca lo parecía, pero María sabía que llevaba dos pistolas pesadas en sendas sobaqueras y dos dagas, una en el antebrazo derecho y otra en la pierna izquierda, además de un maletín alargado donde tenía su fusil de francotirador.

Aquello no era un mero entrenamiento, iba a estar bajo fuego real, en combate real. A diferencia de la noche anterior aquí no iba a poder seducir al vampiro y jugar con él y su deseo de sangre, ésa noche invadían su casa y la situación iba a ser hostil.

En la entrada de los túneles Miguel y Raphael empezaron a rezar, conjurando de esa manera varios hechizos de protección; Dís y María se sentaron y realizaron sus propios hechizos, mejorar la visión, silenciar sus movimientos, generar un escudo térmico, visión de auras y encantamiento de las dagas. Por ahora ella dominaba pocos hechizos más, aun no era capaz de generar llamas más allá de las que generaría una pequeña hoguera y algunos más relacionados con la parte más destructiva de la entropía. Al terminar los rituales se adentraron en la oscuridad.

Los túneles eran húmedos y fríos, plagados de recodos y giros, avanzando en silencio y con lentitud. Miguel y Raphael iban con las pistolas en las manos, mientras que Dís y María preferían tener las manos libres, para no precipitarse atacando o disparando ante el primer sonido inesperado y para poder inspeccionar a su alrededor, María sabía que Dís debía estar pensando en lo novatos que eran los otros dos, incluso ella estaba mejor preparada y aquella iba a ser su primera batalla real.

Avanzaron durante cerca de una hora, buscando pasadizos ocultos o de acceso restringido cuando los oyeron. Había dos personas hablando con voz queda, apenas se les oía y no podían entender lo que decían, los dos coristas levantaron automáticamente las pistolas y sólo el imperioso gesto de Dís impidió que dispararan, dejaron escapar un leve suspiro de fastidio, lo que provocó que Dís se girara hacia ellos, pese a las gafas se podía adivinar que les estaba dirigiendo una dura mirada de reproche, ambos coristas se encogieron un poco y guardaron la compostura.

Con una mueca de fastidio Dís se volvió de nuevo hacia la dirección de las voces y con un gesto le indicó a María que le siguiera, ambos desenfundaron las dagas.

Los nervios de María iban creciendo a cada paso que daban, la noche anterior no había tenido tiempo para pensar, simplemente había actuado, ella era la presa, pero ahora era el depredador y no quería decepcionar a su maestro… pero si había ghouls… no quería matarlos, pese a todo eran hombres vivos…

Gracias a los conjuros pertinentes, a la oscuridad de la que venían, a la luz que deslumbraba a los dos sujetos pudieron situarse en el límite del círculo de luz, sin ser vistos.

- … te digo que no volvió anoche. – dijo uno de los dos, alto, situado a la derecha, con un aspecto paliducho pero claramente vivo.

- Estará en algún agujero de alguna de sus presas, ya sabes como és. – dijo el otro, bajo, gordo y de voz más grave.

- Pero hoy me tiene que dar la sangre… -el alto parecía claramente preocupado.

- Puede que ya no le sirvas – respondió con una risa el gordo en la que casi se atragantó, dejando claro que él también estaba vivo.

- No te rías imbécil, la vida me va en ello.

Dís le hizo un gesto a María, aún no atacarían.

- Tú... tú crees que alguno de los otros amos…

- Ni lo sueñes, los amos no comparten siervos, deberías saberlo ya y mantén un poco de dignidad, pareces un Yonki de mierda.

- Pero Grishnak…

- No

- Y Rai? O Malacath?

- Que no cojones, tampoco Roth así que ni lo preguntes.

El alto suspiró abatido, pero del fondo se oyeron rozaduras de piedra y el crujido de varias puertas al abrirse.

- Que coordinados hoy, aunque han tardado – Dijo el gordo, con fastidio – Vamos a lamerles el culo antes de que decidan dejarnos secos.

Ambos se encararon hacia un pasadizo que llevaba hacia la derecha y entonces dio la señal para noquearlos. Dís y María se adentraron de un salto en el círculo de luz y lanzaron sus respectivos ataques, en pos de la silencio, Dís propinó un tremendo puñetazo en el esternón al gordo, que lo dejó sin habla ni respiración; María, que no contaba con la fuerza de Dís, optó por un poco elegante pero efectivo rodillazo en la entrepierna del alto que, cogido por sorpresa, se dobló sobre sí mismo sin pronunciar palabra y se desmayó. Dís golpeó en la nuca al gordo dejándole sin conocimiento. Los dos coristas se acercaron con las estacas prestas pero de nuevo los gestos de Dís les disuadieron, con una breve orden, ataron y amordazaron a los dos Ghouls.

Avanzaron por el pasillo oyendo algunas quejas e improperios de los vampiros mientras llamaban a sus sirvientes, tenían que actuar rápido por lo que aceleraron el paso y llegaron a una galería amplia con varias columnas y elevada que daba a una sala abovedada en la que cuatro hombres, extremadamente pálidos y uno de ellos también extremadamente deforme, se desperezaban.

Dís obligó a sus acompañantes a pegarse a la pared y avanzar mientras él abría el maletín y preparaba su rifle con precisión profesional. Los dos coristas amartillaron sus pistolas y se colocaron detrás de las columnas, María se colocó en otra columna, empuñando el peine, tanto ella como Dís ya habían comprobado que no había más salidas que aquella por la que habían entrado.

Los cuatro vampiros se habían cansado de llamar a sus sirvientes y de amenazarles y habían decidido que ya era momento de renovar el servicio, empezaron a dirigirse hacia la salida. Dís estaba terminando de preparar su rifle, pero los Coristas estaban nerviosos y dispararon sin demasiada fortuna.

- ¡Idiotas! – gritó María.

Los vampiros se precipitaron hacia ellos, Dís voló la cabeza del primero justo antes de que alcanzara a los coristas, María empujó a otro de los vampiros contra el deforme, el último vampiro consiguió golpear a uno de los coristas que voló hasta estamparse contra una de las paredes.

El vampiro deforme se liberó de su compañero con un empujón y se encaró a María, el rostro del vampiro estaba lleno de pústulas purulentas, en algunos puntos había excemas y en otras se podía ver el hueso, los ojos eran completamente negros y el hedor que desprendía era comparable al de un trozo de carne en putrefacción, María tuvo que contener las arcadas y mantener la concentración.

El vampiro hizo una mueca parecida a una sonrisa, en la que mostró sus dientes podridos y deformados, de sus dedos surgían una especie de garras y se movía a una velocidad inaudita, sus primeros zarpazos casi golpearon a María, que se limitaba a defenderse. El Vampiro rió.

Dís voló la cabeza al segundo vampiro, aquél que su compañero empujara, los dos coristas habían empezado a descargar sus pistolas en el cuerpo del tercero, que reía alocado mientras seguía avanzando hacia ellos.

María estaba sorprendentemente tranquila, concentrada, entendía ahora aquello que Dís le decía sobre el combate “una vez empieza, no hay tiempo para nervios o miedos, deja que tu instinto te guíe… yo te entreno para que tu instinto sea capaz de utilizar todo lo que te he enseñado”. Ahora María estaba utilizando no solo el peine, sino también la daga, parando a duras penas los zarpazos del vampiro.

María se movía paso a paso, llevando a su oponente hacia donde ella quería, un paso atrás, dos a la izquierda, otro paso atrás… pronto estuvieron en el mismo centro de la sala, María se sabía observada por Dís, que esperaba, con el rifle preparado, pero sin intervenir. En un momento dado el vampiro desapareció, aquello desconcertó a María y entonces llegó el primer zarpazo, que rasgó su blusa en la espalda y dejó tres largos cortes superficiales en su piel. María serró los dientes mientras miraba a su alrededor, nerviosa, oyó una risa cruel y el segundo zarpazo la alcanzó en el brazo del peine, que cayó al suelo.

María cerró los ojos y murmuró “no te fíes de tus ojos, hay demasiadas cosas que no pueden ver, siente tu entorno”.

El tercer zarpazo la abría alcanzado en la cara, pero María dio un paso atrás en el momento justo.

“Pyros” susurró extendiendo su mano libre hacia la derecha, una pequeña llamarada surgió de su mano y golpeó al vampiro, cuya invisibilidad se rompió y, llevado por el pánico, emitió un agudo grito y saltó hacia un rincón de la sala, sus ojos brillaban ahora rojizos. Pero tras la llamarada María dio un paso atrás y sintió que una extraña fuerza actuaba sobre ella, tropezó golpeándose la rodilla.

Los dos coristas estaban sin balas y su vampiro seguía avanzando, Dís suspiró y viendo que su pupila se las apañaba sola apuntó y voló la cabeza del tercer vampiro.

- Domingueros. –espetó con desdén.

María no quería que Dís matara al último, tenía que hacerlo ella si quería demostrarle que estaba preparada, se puso de pié pese al dolor en la rodilla y miró al vampiro, que la miraba con un odio profundo, varias ratas se estaban congregando a los pies del vampiro y aquello no le gustó a María, en primer lugar detestaba las ratas y en segundo… parecían obedecer al vampiro.

El truquito del fuego no le iba a servir si no se acercaba lo suficiente al vampiro, suspiró para serenarse y pensar sus movimientos mientras se acercaba, sin apartar la mirada, al vampiro. Las ratas, ahora ya en un buen número corretearon hacia la magam ella ya esperaba aquello por lo que de un salto se subió a la mesa, ganando unos pocos segundos que aprovechó para dar una patada a una jarra de barro que había allí, usando a toda velocidad sus conocimientos de materia, convirtió el agua de la jarra en alcohol puro. El vampiro esquivó la jarra agachándose pero la jarra estalló al estrellarse contra la pared y lo empapó.

Las ratas ya estaban sobre la mesa, María tomó impulso y saltó de nuevo, hacia el vampiro esta vez, quien se apartó con la mayor celeridad posible, aunque no la suficiente para esquivar completamente la nueva llamarada que María creó.

El alcohol prendió, envolviendo en llamas al vampiro. Éste profirió un largo alarido que les forzó a taparse las orejas mientras tropezaba con todos los muebles que encontraba a su paso y los destrozaba llevado por una furia irracional, las ratas se dispersaron.

Pronto el vampiro cayó al suelo y se arrastró varias decenas de centímetros, entre gemidos lastimeros, María se acercó con precaución y en cuanto tuvo oportunidad usó la daga para separar la cabeza del vampiro de su cuerpo.

Los coristas rieron de forma estridente, llevados por la descarga de adrenalina, Dís empezó a desmontar el rifle y María se quedó mirando a su maestro. Cuando éste hubo guardado el rifle en el maletín la miró y asintió levemente, sólo entonces María se permitió el lujo de sonreír con alivio.

3 comentarios:

  1. Hoy me ha quedado mas largo de lo normal, pero creo que no se hace pesado, en todo caso, ya me diréis que tal.

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  2. Joder como se nota que estas terminando los exámenes, te as explayado a gusto con el relato. Mola XD

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  3. hombre... me queda un examen y sólo dos trabajos para el jueves... ahora tengo tiempo xD

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