martes, 3 de enero de 2012

Favor por favor

El viejo mago renqueaba mientras avanzaba hacia el torreón, alejándola de los seres faéricos que al miraban con curiosidad, no dijo nada más hasta que las puertas del torreón no se hubieron cerrado tras de sí.

Aquél era el mago más joven de la torre y contaba con cerca de noventa años, pertenecían a una casa extraña de una tradición tan compleja como la hermética, a diferencia de la mayoría de herméticos, los Merinitia sabían ver mas allá, era la casa que reunía a aquellos magos que trataban con las hadas y eran capaces de usar su magia, a menudo corría por sus venas sangre de aquellas criaturas, pero éste tipo de magos cada vez escaseaban más y la casa estaba cayendo en franca decadencia. Si algún día desaparecía, la orden de Hermes no se daría cuenta, pero habrían perdido la capacidad de maravillarse.

El mago la guió escaleras arriba, en un lento ascenso con frecuentes descansos y mientras iba aleccionándola sobre la cultura faérica, era increíble la cantidad de información que estaba condensando en apenas unos minutos.

También la puso en situación, le contó que las hadas del lugar habían sido atacadas por otras, oscuras, que pretendían someter toda la región, esas mismas hadas oscuras asediaban ahora el torreón y aunque las defensas resistían, la situación no podría durar.

Llegaron a la cima del torreón, se trataba de una sala amplia, circular con un gran pentagrama profusamente decorado y con un trono en cada punta, cuatro de ellos estaban ocupados, el quinto era el del mago que la había guiado, la invitaron a situarse en el mismo centro del pentragrama.

Eran tres mujeres y dos hombres, todos increíblemente ancianos, con pieles pálidas y arrugadas, claramente en el ocaso de sus vidas, especialmente agotados al tener que mantener y reforzar constantemente las guardas mágicas, era como si los estuvieran drenando. Los cinco, la miraron pensativos durante mucho tiempo.

- Bienhallados seais nobles ancianos, he venido en busca de vuestra sabiduría. – Alanna mantenía la mirada baja y la cabeza ligeramente agachada, en señal de respeto.

- ¿Qué te preocupa, niña? – Había hablado una de las mujeres, su voz quebradiza y débil denotaba su avanzada edad, pero era dulce a su manera, casi cálida.

- Tengo unos sueños recurrentes, ominosos y oscuros… me empujan hacia el sur…

Una corriente de poder la envolvió, los cinco entonaban un viejo cántico que le trajo a la mente los sueños de una forma vivida pero como si no fuera suyo, lo veía en tercera persona, supo que los magos también lo veían. El espejismo duró sólo unos minutos.

- Debemos meditar sobre lo que hemos visto, nuestros poderes están menguados mientras nos vemos obligados a defendernos del ataque. – Dijo la primera anciana.

- Necesitamos tu ayuda, joven maga. –Dijo el mago que la había guiado.

- Nosotros ya no podemos hacer nada, solo defender hasta que se agoten nuestras fuerzas y terminen lo que han empezado. – Intervino un tercero.

- Las hadas necesitarán que las guíes y liberes a las que siguen prisioneras. – Volvió a hablar la primera.

- Para ello necesitarás esto. – Dijo el mago que la guió hasta la cima, tendiéndole un anillo sencillo de plata, sin marcas ni adornos. – Dentro de la torre puedes ver a las hadas tal y como son, pero fuera de ella no podrías distinguirlas de las personas, éste anillo corregirá eso… pero no abuses de su uso pues la locura acecha a los que no están preparados. Tu maestro te enseñará llegado el día.

- Mi…

- Ve.

Alanna bajó hasta el patio, confusa, y se reunió con las hadas, el que se había presentado como Pea la aguardaba, apoyado en un sauce.

- Así que tu eres la respuesta a nuestras plegarias. – No era una pregunta y el tono era, en general, de desagrado. – ¿Qué puede conseguir una niña como tú donde un grupo de bravos guerreros han fracasado?

- No lo sé.

La franqueza de la niña dejó a Pea anonadado, acostumbrado a las bravatas de los nobles y la miró con renovado interés, también reparó en el anillo que portaba, con esa enorme esmeralda tallada en forma de flor, Alanna siguió su mirada y se sorprendió al ver que el anillo era distinto al que le habían dado.

- Así que aún quedan anillos de esos, los magos de la torre deben haber visto en ti algo que yo no veo, no son fáciles de conseguir los anillos de hadas.

- Se ve que tengo que guiaros a la victoria y liberar a los prisioneros – Dijo Alanna, arqueando una ceja sin creerse capaz de conseguir tal cosa.

- En ése caso, iré yo contigo.

- ¡Y yo! – Saltó una muchacha de detrás del sauce. - ¡Seguro que nace una gran canción de esta gesta y seré yo la que la componga!

- Ella es R’uya, una juglar Eshu.

La muchacha tenía un aspecto claramente árabe, recordaba a los cuentos de las mil y una noches, piel morena, pelo moreno y rizado que caía largo a su espalda, ojos marrones almendrados, labios carnosos…

- ¿Eshu? – Alanna no sabía que significaba ello.

- Uhm – Pea la miró pensativo - ¿Primer encuentro con hadas?

Alanna asintió.

- Bien, bien, las hadas pertenecemos a diferentes linajes o razas si te es más fácil entenderlo así yo soy un Sidhe, el noble linaje, somos… fuimos la casta dirigente y algún día lo volveremos a ser, como puedes ver nuestro aspecto es elegante – se hinchó de orgullo – hermoso y nuestra es la nobleza, los Eshu son hadas venidas originalmente de oriente, aman los relatos y los peligros por igual, los que tienen aspecto de cabra son Sátiros, tan borrachos como sabios y los bajitos son Boggan, unos sirvientes perfectos, dedicados y grandes cocineros, los azules son mercenarios Troll, recios como montañas, sus juramentos son inquebrantables. Hay otros linajes, pero no aquí, antes de que termine esto habrás conocido alguno más…

Alanna intentó asumir toda esa información tan rápido como pudo. Pea continuó:

- A parte de R’uya nos acompañará uno de los troll, no les ha sentado bien ser derrotados por Redcaps, una especie de hada parecida a eso que llamáis orcos. R’uya, ve a buscar a Wilhelm.

R’uya corrió a toda velocidad en dirección a los mercenarios, que se mantenían algo apartados de los demás.

- Mientras tu, Alanna de Carnac de los Verbena, y yo vamos a empezar a planear la incursión.

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