viernes, 30 de diciembre de 2011

Un... ¿regalo?


Hoy no hay relato, propiamente, de nuestros azarosos magos, con motivo del regalo que mi buen amigo Marc Reynés (amo y señor del blog http://sinpostnohaydibujo.blogspot.com/ que desde hace un tiempo tenéis linkeado en el lateral derecho) elaboró en estas fechas voy a improvisar un minirelato que al momento en que escribo esto aun no sé de que irá y probablemente hasta que lo termine... tampoco, puede que para entonces siga sin saberlo.

***

Las tuercas de la caldera ya estaban aseguradas, ése maldito cacharro seguía traqueteando como siempre, con sus múltiples escapes de vapor y aquél calor infernal, y para variar nadie le iba a dar las gracias por evitar que murieran todos en la larga caída que había entre su zona de vuelo y la tierra yerma que habría al final del trayecto.

No, los elogios se los llevaban siempre los jardineros y guardabosques, por la nimiedad de que eran los que proveían de comida, agua y leña a los demás, si es que hasta le hacían darle las gracias al retrasado del jefe de jardinería, a él.

Si le hubieran hecho caso, a estas alturas ya no necesitarían tanta leña, era un desperdicio de espacio en la nave, pero, como no, siempre respondían lo mismo "los jardines son nuestro sustento, no tus calderas". De los 8 niveles de la gigantesca nave los dos superiores estaban dedicados a jardines y bosque y el, Ingeniero Jefe Somav, solo quería que le cedieran una cuarta parte de esos dos pisos para sus mejoras. Tonterías sobre el "equilibrio del ecosistema" impedían mover una sola piedra de esos pisos, que ésa era otra absurdidad, en una nave de acero y madera que pretendía volar... ¿para qué subieron esas malditas y enormes rocas? Todo el peso añadido de aquellos esperpentos hacía sufrir la maquinaria, pero nadie podía discutir las decisiones de los antepasados fundadores de la colonia y mientras hacía mas de doscientos años que paseaban los pedruscos por los cielos de Blaer.

Una válvula empezó a pitar y decidió que el método estándar de reparación sería suficiente una vez más. Somav cogió carrerilla y tomó todo el impulso posible al lanzarse con todo su peso sobre la válvula. El golpe resonó por todo el nivel, pero la válvula calló. Ése era su día a día, apretar tuercas, golpear válvulas, insultar a sus ayudantes y procurar dejar un legado perenne en esa nave a través de apaños firmados y útiles. Todo venía en el manual del ingeniero jefe que su predecesor le entregó años atrás.

El manual era una maravilla, describía con todo lujo de detalles cuales eran los mejores insultos para motivar y humillar, aunque rara vez establecía una linea en la que ambos objetivos tuvieran que diferenciarse, en todo caso, no importaba mucho, tal y como sucedió con su predecesor, a estas alturas ya estaba tan acostumbrado a insultar que había desarrollado un instinto por el cual soltaba lo primero que se le ocurría... y en general acertaba, por lo menos conseguía que cada día 3 o 4 ayudantes e ingenieros salieran corriendo desconsolados a esconderse a sus habitaciones, una vez incluso consiguió que Ninni, la hija del ingeniero Florthig estuviera 3 días sin querer salir ni hablar con nadie, era uno de sus mayores triunfos personales y ése día se había ganado el respeto de la mayoría, aunque no terminaba de comprender porqué desde entonces Ninni había dejado de hablarle, al fin y al cabo él solo seguía lo que decía el manual.

Luego estaba la sección del manual sobre reparaciones, la parte mas antigua era demasiado aburrida y desde hacía generaciones los sucesivos ingenieros jefes iban añadiendo sus propios métodos y sugerencias, llegando a crear nuevos estándares, como por ejemplo el de no avisar al comandante de la nave cuando algún apaño mal calculado ponía en peligro a todos, algo bastante habitual ya que un Ingeniero Jefe no podía retirarse hasta que no había hecho un número sensiblemente mayor de apaños que su predecesor y no hacía falta preocupar al comandante por minucias tales como la posibilidad de una explosión que los matara a todos.

Somav tenía hoy un encargo especial, las Luplings, las ametralladoras de las barcazas de asalto y exploración, estaban dando problemas otra vez y el Capitán de asalto Lupi exigía que fueran reparadas. Ambos, Somav y Lupi, tenían una gran afición por aquellas armas que habían ido perfeccionando desde que ambos ocuparan sus respectivos puestos, concretamente el mismo día ya que sus predecesores sufrieron un pequeño percance relacionado con borrachera, mujeres y cañones.

Las luplings se habían convertido en uno de los motivos por los que su nave no tenía que preocuparse demasiado por los asaltos de las otras naves, no había nadie lo suficientemente loco o estúpido como para acercarse a una nave donde algunos de sus oficiales apostaban por cuál de los dos disparaba más cerca de la cabeza de los visitantes sin matarlos... con ametralladoras y entre pinta y pinta del alcohol destilado, que era usado también como desengrasante y a veces, incluso, como combustible de emergencia... y éso se lo debían a ellos dos.

Las calderas, el reino de Somav, estaban en el octavo nivel, el séptimo era el reino de Lupi, el nivel militar, donde estaban las barcazas de asalto y las dependencias de la tropa y de sus familias.

En general los estirados de los niveles primero y segundo habían establecido un sistema de castas que impedía las uniones entre habitantes de diferentes niveles, pero esa norma no regía entre los despreciados ingenieros y los alocados soldados que se mezclaban con quien querían, a menudo apoyados por el alcohol y los inventos que surgían de sus enfermizas mentes y que solían implicar explosiones y fuego.

Somav usó el ascensor exterior para ascender de nivel, así aprovechaba para martillear un poco unos cuantos clavos sueltos de las guías del ascensor, había calculado que con unos 500 viajes más, martilleando frenéticamente, estarían perfectos y el ascensor dejaría de ser considerado peligroso.

Ante la puerta del ascensor estaba ya esperándole Lupi, Capitán de Asalto y hoy, como novedad, a su lado estaba el escurridizo Capitán Svraj, que se encargaba de los negocios turbios como el contrabando de alcohol entre niveles y, de vez en cuando, daba órdenes a sus exploradores para hacer cosas provechosas.

- A ver esas Luplings estropeadas - dijo Somav mientras pateaba la puerta para que se desatascase.

Lupi le tendió su petaca mientras Svraj los guiaba hasta la mesa donde iban a jugar su partida de póquer habitual, al fin y al cabo el juego estaba prohibido en la nave y había que informar de los movimientos entre niveles al alto mando... así que desde que se estableció dicha prohibición, las Luplings habían empezado a causar problemas, probablemente porque gustaban de jugar a la ruleta rusa y se habían deprimido al no poder seguir practicando su hobby.

En la sala ya estaban los otros dos jugadores habituales, Ur, del nivel sexto, el nivel donde habitaban todos aquellos que no tenían una función del todo definida pero que eran el alma de la nave, sus fiestas eran las mas aberrantes y divertidas y solían terminar cuando alguien gritaba "¡la pasma!". Ur era un reconocido filósofo, no se sabía muy bien de qué, pero de algo debía de ser para que le reconocieran. El otro jugador era Ranirio, del tercer nivel, el nivel de los casi privilegiados, en general despreciados por los nobles de los primeros dos niveles por ser demasiado burdos y barrio bajeros y por los habitantes de los 5 niveles inferiores por considerarlos una panda de pijos y advenedizos, no se sabía muy bien por qué la gente de ése nivel solía llevar un colgante con la forma de una manzana mordisqueda por emblema, algunos consideraban que se debía a que estaban cerca de la manzana de la nobleza pero que habían intentado morderla demasiado pronto, quedándose a las puertas.

Era un grupo dispar aquél, pero habían descubierto su pasión mutua por el juego y se dedicaban con pasión a él, aunque más que por el juego en si, la pasión era por las trampas, la idea era innovar en ése punto concreto, la diversión consistía en ser capaz de hacer mas trampas que el resto para ganar y eso no era tan fácil cuando todos los contendientes sacaban póker de ases o escaleras reales en todas y cada una de las manos, el número de ases y en general de cualquier carta que estuviera en la baraja no era algo que se entretuvieran a contar, eso le habría quitado buena parte de la gracia, además, el que perdía pagaba la cuenta.

Tal y como mandaba la tradición, se sentaban en cajas de metal, ni abiertas ni cerradas que contenían herramientas y munición mezclada sin ton ni son, y la mesa era una plancha de madera sobre dos taburetes y que justo debajo tenía un agujero por el cual podían tirar las cartas y demás enseres prohibidos en caso de que se presentaran los agentes de la ley. Una o dos Luplings relucientes estaban colgadas unos palmos sobre la mesa para poder fingir que las estaban examinando si se presentaba el supuesto anterior.

La partida discurría en el ambiente distendido habitual, corriendo el alcohol casero y acercándose peligrosamente al récord de ases aparecidos simultáneamente. Cuando alguien ganaba una mano al menos tenía la decencia de enrojecerse un poco. Para cuando terminaron, empezaron a vanagloriarse al detalle con todas y cada una de las trampas que habían conseguido colar y se burlaban de aquellas que habían sido capaces de ver... dijeran lo que dijeran los nobles, el juego era, junto al alcohol, el pilar de esa comunidad flotante.

5 comentarios:

  1. Dios me a encantado, sublime. Tendrías que practicar mas esto de escribir relatos con tu propia historia. Seguro que serien infinitamente mejores, de los ya de por si buenos que son tus historias.

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  2. Uo! ¿Y este cambio de temática? Me ha gustado el relato.

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  3. Me apetecía escribir algo distinto lejos de la rigidez de mundo de tinieblas, puede que vaya siguiendo esta linea (aunque en otro blog, este seguirá siendo maguil)

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  4. M'encanta en SOMAV!!
    poc adoptar es nom? porfi, porfi, porfi... Somav Rabinovich queda molt be!! ^^

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  5. Tot teu mestre, con si vols tenir el manual com herència familiar xD

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