sábado, 3 de diciembre de 2011

Entrenamiento

No la habían atado, ni encerrado, ni siquiera la habían golpeado ni amenazado, sólo el collar que le habían puesto y que era incapaz de quitarse, se podía mover con casi total libertad por la casa, pero nada más, cada vez que se acercaba a los límites el collar brillaba y se calentaba, también se le hacía cada vez más complicado seguir caminando, se le agarrotaba el cuerpo y pronto aparecían calambres cada vez más dolorosos.

No le gustaba admitirlo, pero era el mejor sistema de contención que había visto nunca entre los subversores, llevaba días buscando la manera de burlar el sistema pero no había manera. En esos días había visto el día a día de aquel grupo…

El pálido al que llamaban Dís estaba adiestrando a la joven nerviosa, que se llamaba Morríghan, luego una joven que iba y venía siempre con ordenadores, una maldita adepta virtual, cada vez que la veía le entraban ganas de golpearla, su traición les había causado incontables contrariedades a lo largo de los años. Luego estaba el que la había capturado, Miles, del subgrupo que se llamaba a sí mismo “Orden de Hermes”, equivalentes en peligro a los adeptos, pero con una molesta tendencia a destruirlo todo a su paso.

Pese a todo, el día a día de aquellos subversores no era nada del otro mundo, tampoco peligroso, Miles pasaba muchas horas elaborando joyas y obras de artesanía o combinando ingredientes en una suerte de juego de química elemental y primario, la adepta no se centraba en nada concreto y los otros dos seguían con las lecciones.

Le daban de comer regularmente y apenas trataban con ella, no sabía cómo tomárselo aunque suponía que la habían capturado de forma inesperada, no con una emboscada preparada de antemano, era como si no supieran que hacer con ella.

Aquél día sí que había algo novedoso, Miles y Dís estaban en una sala amplia, frente a frente con estoques en las manos, en la galería superior Morríghan se había recostado con los codos sobre la barandilla y apoyando su barbilla en la mano izquierda, llevaba el pelo recogido en una cola de caballo y miraba con interés a los dos contendientes. Ella se puso al lado de la chica y se dispuso a mirar.

Miles y Dís se miraban, apenas pestañeaban, al unísono se saludaron con los estoques, apenas un suspiro después empezaron las hostilidades, entrechocaron rápidamente los hierros, tanteándose, avanzaban y retrocedían, lanzando estocadas mortíferas y defendiéndose. Se movían en círculo, atacando y defendiendo, defendiendo y atacando.

Tenía la impresión de que sólo estaban calentando, y así era, pronto las espadas se convirtieron sólo en un complemento y empezó el intercambio de hechizos. Miles aprovechó un momento en el que se había acercado a Dís para lanzar una llamarada contra él al grito de “ignis”, la esquivó a duras penas girando sobre sí mismo y lanzando un tajo que generó una potente ráfaga de aire que desequilibró a Miles, con una sonrisa Dís no dejó pasar la oportunidad y cargó, pero el espacio que ocupaba Miles ahora estaba vacío, un pequeño estallido delató su posición, dos metros por encima de su cabeza y precipitándose hacia Dís, el cual, a su vez, también se teleportó, unos metros más allá poniéndose a la espalda de Miles mientras la espada de este se estrellaba contra el suelo. Dís avanzó un paso, moviendo todo el cuerpo, concentrado y haciendo un gesto en el aire con la mano abierta, casi como si diera un zarpazo de abajo a arriba, varias baldosas fueron arrancadas y proyectadas hacia Miles, quien apenas tuvo tiempo para conjurar una especie de barrera mientras gritaba “Scutum”, las baldosas se hicieron añicos.

En apenas unos segundos había pasado todo esto, Morríghan miraba fascinada, ella también, el combate era casi hipnótico. Mientras los restos de las baldosas se esparcían por el suelo Miles se recolocó las gafas, tenía la frente perlada de sudor, movía los labios pero no podían oír lo que decía, cuando los abrió de nuevo avanzó a la carrera, Dís se preparó para contener el ataque.

Miles chasqueó los dedos, Dís se hundió varios centímetros en el cieno que se había formado bajo él, a punto de perder la estabilidad se mordió un dedo con furia, abriéndose una herida y lanzó dos gotas de sangre contra el ya muy cercano Miles, que frenó en seco tratando de evitar el contacto con las gotas, una golpeó la espada, sin mas efecto, pero la otra fue a parar en su antebrazo, se le crispó la mano y dejó caer la espada. Retrocedió dos pasos, ambos se miraron largamente, completamente inmóviles.

La adepta se había situado a su lado, en la galería, y murmuraba algo incomprensible.

- ¿Perdón?

- Que siempre están igual, perdiendo el tiempo con eso en vez de aprender a hacer cosas útiles. – La adepta siempre hablaba con bastante rudeza.

- Déjalos, Hax, sólo entrenan y me gusta esto de ser la que mira por una vez.

- Morr, tú deberías estudiar ahora mismo, ya va siendo hora de que empieces a ser capaz de hacer algo útil.

Morríghan resopló y dirigió su mirada hacia la prisionera.

- Aún no nos has dicho cómo te llamas – sonrió con amabilidad.

- Eh… m-me llamo Elsa.

- Yo soy Morríghan, me alegro de que al fin haya otra mujer aquí, pese a las circunstancias… - bajó la voz, algo apesadumbrada mientras miraba el collar.

- ¿Y yo que soy? – Haxor, irritada.

- ¿El que necesites preguntarlo no te da la respuesta?

Elsa no pudo evitar que escapara una leve risa, era la primera vez en años… Morríghan parecía una mosquita muerta pero de vez en cuando parecía que sacaba carácter, Haxor, por su parte, se dio la vuelta, indignada, y se fue sin despedirse.

Abajo, Miles y Dís se disponían a comenzar de nuevo

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