viernes, 9 de diciembre de 2011

Alanna

El sol nacía en el horizonte, dejando caer sus primeros rayos para que iluminaran la tierra, refulgiendo en las gotas de rocío posadas sobre las briznas de hierba que se convertían en destellantes diamantes que se destacaban en las cimas de las suaves colinas que ondulaban el terreno. En cambio, entre las colinas, la niebla aun reinaba y pese a que pronto se levantaría, en aquél instante le daba al ambiente un aire de misticismo y magia que le quitaban el aliento a Alanna.

Sintió el placentero escalofrío de la maravilla contemplando el contraste de los valles ensombrecidos cubiertos por el mar de niebla y las cimas luminosas del verdor del pasto. Allí de pie, al alba, el frío húmedo de la mañana la rodeaba, calándola hasta los huesos, pero amaba esa sensación y esos instantes en los que su alma se sentía una con el mundo.

La leve túnica blanca que portaba, ceñida al talle por un fino cinto de hilo de oro y plata, con gemas engarzadas, apenas cubría su cuerpo fino y vital mostrando una piel clara, apenas bronceada, las mangas abiertas caían a los lados, siguiendo al cuerpo, mientras Alanna alzaba las manos para saludar al sol. A su espalda, el pelo dorado, con bucles hermosos, también destellaba ante los primeros rayos solares por las cuentas cristalinas y los argénteos cascabeles que la engalanaban.

Era un día especial, era el día de su partida, por eso se hallaba allí, absorbiendo con su mirada hasta el último detalle del paraje más hermoso de su hogar, la esperaba una lejana isla donde los sueños la guiaban, una lejana isla donde la muerte se ceñía inexorable sobre muchos de sus habitantes, muertes que ni podía ni debía evitar, con la salvedad de una sola.

Su círculo la enviaba a ella y sólo a ella, quizás porque era la más joven, con diferencia, de todas las brujas de la zona, las otras eran demasiado ancianas para las pruebas que habría que superar, también porque era la única del círculo que entendía el mundo moderno, las demás apenas salían del bosque.

Miró a sus pies, como siempre que iba descalza las flores habían aparecido y crecido a su alrededor y a sus pasos, la marca de la sanadora decían las ancianas, pasando suavemente la planta de los pies por encima de la hierba sonrió alegre, le encantaba aquél lugar ¿cómo sería su destino? Los sueños no lo mostraban, solo advertían de un gran mal que estaba a punto de mostrarse y que ella era quizás la única que podía evitarlo, aunque aun no sabía por qué en ellos se sentía completa, como si todo su yo fuera uno, sensación que contrastaba tanto con la vacuidad que la embargaba tras esos sueños.

Las ancianas tosieron disimuladamente y Alanna las miró, los rituales debían empezar, las siguió adentrándose en el bosque de robles, antiguos y poderosos, en pos del círculo de piedras, Bretaña era un país hermoso.

Éstas eran de un tamaño considerable, hincadas en el suelo se alzaban varios metros, y en el centro del círculo un altar blanco como la nieve, las ancianas se dispusieron en círculo entre las piedras exteriores, la suma sacerdotisa de pie tras el altar la esperaba. Cuando Alanna se hincó de rodillas ante ella, la sacerdotisa tomó uno a uno varios cuencos y ungió, con lágrimas en los ojos, con todos los aceites de los cuencos los cabellos de Alanna, las ancianas del círculo cantaban todas en la lengua antigua pidiendo a los dioses que protegieran a la joven en su cometido.

Quince eran los años con los que contaba, los cumplía aquél día, y quince fueron los cervatillos sacrificados a los dioses, mientras su sangre era recogida en tinajas y vertida en una especie de bañera, en la que Alanna fue sumergida ceremoniosamente.

Al salir de la bañera, cubierta de la sangre de los cervatillos, con la túnica, ahora roja, pegada al cuerpo y dejando ver todo su cuerpo, Alanna temblaba de frío y sentía unas ganas terribles de llorar, la tristeza y la melancolía era compartida por todas las brujas, Alanna era querida en aquél círculo y su partida era sentida como un sacrificio mayor.

Fue guiada hasta la playa que había al otro lado de la colina y sumergida nuevamente, dejando que las corrientes lavaran su cuerpo y su espíritu, el frío la atacó de nuevo cuando salió del agua, la desnudaron y la secaron en la misma orilla.

Ahora que estaba limpia y seca, la vistieron con una blusa blanca de lino y una falda, también blanca y de lino, que llegaba por debajo de las rodillas, ancha, unas sandalias de esparto. La bolsa de viaje con aspecto de mochila escolar pero de tejidos completamente naturales, preparada mágicamente, llevaba varias mudas así como monedas y billetes modernos y otros productos de primera necesidad.

Alanna se sentía intranquila, iba a dejar los bosques en los que se había criado para adentrarse en un mundo sucio, de metal y plástico, de humos y basura, un mundo en desequilibrio, camino de un lugar desconocido sin conocer apenas la ruta y lleno de gente que no era capaz de comprender… Finalmente no pudo contenerse más y lloró, tenía miedo, y las caricias de la Sacerdotisa sólo consiguieron que llorara con más fuerza, pero no cambiaron de opinión y la guiaron a las lindes del bosque, donde había una carretera por donde pasaban esos carros infernales conocidos como coches que la disgustaban, quizás nunca volvería y miró atrás para ver como se alejaban las ancianas y se perdían en la espesura, ya sólo le quedaban sus conocimientos y habilidades como defensa, ya estaba hecho y no había vuelta atrás.

Alanna empezó a caminar en pos de su destino.

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