martes, 20 de diciembre de 2011

Trucos e ilusiones

Miles y Dís se hallaban en una estancia a oscuras, uno frente al otro, ambas voluntades enfrentadas y asaltándose, podían sentir la tensión del aire a su alrededor, pero no apartaban la mirada de los ojos de su oponente, permanecían quietos desde hacía una eternidad… hasta que Miles se agachó ligeramente, hubo un fogonazo de luz y Dís pudo ver como a su alrededor volvía a haber la sala de entrenamiento.

Miles avanzó con gran rapidez y Dís trató de moverse, pero para su sorpresa una multitud de raíces se habían enroscado en torno a su cuerpo impidiéndole cualquier movimiento, frunció el ceño y suspiró resignado, no podía alcanzar el foco necesario para escapar de ahí y esperó el golpe lo más dignamente posible.

El golpe llegó rápido, apenas un toque con la punta del dedo índice de la mano izquierda de Miles en su frente, a su alrededor la realidad se deshizo.
Tambaleó cerrando los ojos.

Al abrirlos vio a Miles frente a él, a varios metros, exactamente en el mismo lugar en el que había estado cuando empezara el duelo mental, sonreía triunfante y entonces cayó en la cuenta.

Había sido engañado con maestría, el fogonazo solo fue un hechizo, una ilusión, y cayó en ella, Miles había ganado la partida mental y lo había dejado a su merced.

- Tsk. – Frustrado, reconoció la derrota.

Miles hizo una leve reverencia y salió de la sala, Dís, por su parte, permaneció quieto y pensativo, pese a estar en silencio, Miles seguía siendo un combatiente excepcional, imprudente, incluso temerario, pero eficaz. La magia de mente se les daba bien a los herméticos de la casa Tremere y eran demasiados los usos que llegaban a darle…

***

Al amanecer, siempre al amanecer, Alanna emprendió el camino hacia el interior de aquél bosque desagradable, la alegría del sol veraniego desaparecía allí. Los árboles eran robles ancianos, centenarios, y el suelo estaba cubierto por las hojas caídas en estaciones y años pasados, ni una sola ráfaga de viento se internaba entre los árboles y pocos eran los rayos de luz que traspasaban el follaje de los árboles.

La tierra era seca y las raíces ralentizaban su marcha; algunas, traicioneras, estuvieron cerca de desequilibrarla. Sentía odio a su alrededor, odio formado por siglos de talas, pero había otras cosas, mas oscuras, que se escondían en las sombras.

Aquél bosque tenía fama desde hacía siglos, lo consideraban “encantado” los más inteligentes y las abuelas lo consideraban feérico, pero las hadas de aquel lugar parecían en invierno permanente, lo mejor que Alanna podía hacer era no perturbarlas y encontrar el torreón lo más rápidamente posible.

Alanna se consideraba una buena montera, capaz de orientarse con facilidad y de sobrevivir en plena foresta, pese a ello, aquél bosque la desorientaba y la sensación de opresión crecía a medida que se internaba con más profundidad.


Una vez más añoró la falta de compañía, un compañero de viaje habría hecho aquél tramo mucho más liviano y agradable, pero estaba sola y debía continuar.

No sabía cuanto tiempo llevaba caminando cuando alcanzó al fin un claro, el cielo se veía oscuro, sombrío, pero con el sol en alto, un sol apagado y perezoso que la inquietó aún más. En lo alto de la colina central del claro estaba el torreón, de piedra gris, maltratado por el tiempo y con indicios de haber sufrido numerosos incendios, con piedras ennegrecidas y retorcidas. Todo él daban una sensación de amenaza y de hallarse a la defensiva.

No había ventanas abiertas, apenas había plantas cerca de la base, los altos muros parecían abandonados, toda la torre parecía a punto de desmoronarse, pero el ojo experto podía ver las guardas mágicas que la protegían y la entrada principal tenía marcas de movimiento reciente. Cuando se acercó a la puerta a sus espaldas, a lo lejos, en las lindes del bosque, pudo sentir los rumores de criaturas ignotas y incontables ojos clavados en ella.

La puerta se abrió ante ella, apenas un resquicio, para permitir su paso, sin preguntas, sin ver a nadie, Alanna entró.

El patio de armas era otro mundo, la luz del sol allí brillaba con fuerza, el verdor de las plantas era más vivo de lo que podía recordar y su formas apenas posibles fuera de los sueños. Y debían ser sueños lo que la rodeban pues dos criaturas de belleza imposible, ataviados con armaduras de hojas y cortezas forjadas portando sendas lanzas labradas profusamente se acercaron a ella.

Cuando pudo apartar la vista de los dos guerreros tras un esfuerzo considerable de voluntad, se percató de la presencia de un nutrido grupo de sátiros y de lo que debían ser los magos de la torre, estaba siendo examinada centímetro a centímetro, buscaban una trampa.

- ¿Qué ocurre en éste bosque?

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