martes, 11 de octubre de 2011

No tientes tu suerte

María del Mar estaba mareada.

- Todo eso… es imposible… habría pruebas, restos…

- La tecnocracia hace bien su trabajo, han conseguido que el condicionamiento abarque a casi toda la población y que además sean los propios durmientes los que sigan condicionándose unos a otros. Mírate, has visto y hecho magia hace apenas unas horas y aun así te niegas a creerlo. –Miles seguía hablando con suavidad – Pero en el fondo lo sabes, sólo tienes que aceptarlo.

- ¿Y qué puedo hacer ahora?

- Por desgracia las batallas continúan, aunque se libren de formas muy distintas, acabas de entrar de lleno en un mundo hostil y peligroso, sin conocer nada de él, sin guía ni protección y te ves en la tesitura de elegir entre bandos que ni sabías que existían, lo único que puedo decirte, y no es algo agradable, es que la decisión que tomes te afectará el resto de tu vida, debes ser cauta.

Sonaron varios golpes en la puerta, enérgicos, y luego se abrió, un hombre, de unos cuarenta años, perfectamente arreglado, impoluto, y con un extraño brillo tenue a su alrededor apareció tras la puerta.

- Arjon ha convocado concilio para conocer a la nueva despertada y decidir su futuro- y tal como había llegado se fue.

María del Mar estaba algo aturdida y miró a Miles en busca de una explicación, pero el aún miraba hacia la puerta, apretando las mandíbulas y cerrados los puños, los nudillos estaban blancos.

- Es cosa tuya, ¿verdad? –se dirigía a Judith, quien solo mantenía una sonrisa deslumbrante.

- Hay que darse prisa, Arjon nos ha convocado.

- Adelantaos, yo ahora iré con la chica.

Judith entrecerró un poco los ojos, pero obedeció, al poco la siguieron el impasible Dís y Haxor Ran, ésta murmurando por lo bajo improperios.

Una vez solos, Miles suspiró:

- Esto no estaba previsto, no te dejes intimidar, no dejes que decidan por ti, eres tú y solo tú quien decidirá.

- Quiero ser uno de vosotros… creo.

Miles esbozó una leve sonrisa.

- Puede que te arrepientas, novata, somos los vencidos. –Se ajustó de nuevo las gafas de sol- Adelante.

La guió por varios pasillos, decorados con un gusto muy clásico, hasta unas puertas de roble, dobles, tachonadas, que daban a una antecámara.

- Demasiado precipitado – Murmuró Miles- A ver con que no sale esta vez. Espera aquí, esto puede llevar un buen rato.

En efecto, el tiempo pasaba y no la llamaban, para matar el rato se fijó en los detalles de la antecámara. Era una sala cuadrada, de techos muy altos, con una única lámpara de cristales en el techo, justo en el centro, las paredes estaban empapeladas de tal manera que parecían de terciopelo rojo, con líneas de un tono más brillante, hasta media altura, la parte inferior estaba forrada con madera vieja, de color marrón oscuro. Los asientos le recordaban a los que aparecían en las películas de los mosqueteros, en los palacios de los reyes y nobles franceses, estampados con flores sobre fondo blanco… bastante antiestéticos a decir verdad. Una planta en cada rincón de la sala, de una especie de la que no conocía el nombre y allá arriba los moldes de yeso remataban la parte alta de las paredes con formas de águilas de dos cabezas.

No supo decir cuánto tiempo estuvo esperando, quizás horas, quizás minutos, pero se le había hecho eterno. Finalmente las puertas se abrieron y dejaron a la vista lo que había detrás. Le recordaba mucho a una iglesia, era una sala rectangular, alargada, con columnas que sostenían un techo abovedado, las decoraciones eran simples y muy lisas. En la punta contraria había un estrado con una mesa que impedía ver la mitad inferior del cuerpo de los que ahí se sentaban. Mesas iguales pero sin estrados se alzaban a los lados, un poco más cerca de ella. Lo que era la nave central estaba despejada salvo por una silla justo en el centro, a la que se dirigió, cohibida, María del Mar, aunque no se sentó una vez estuvo al lado de la silla.

- Quiero hacer constar, nuevamente, lo irregular de éste concilio- La voz de Miles retumbó en la sala cargada de ira contenida mientras las puertas se cerraban… ¡¿solas?!- La chica aun no ha terminado de asumir la nueva realidad y no esta capacitada para decidir.

- Precisamente por esta incapacidad es este concilio- La voz pertenecía al hombre que se sentaba en el centro de la mesa del estrado, a sus lados se sentaban cuatro hombres, dos a cada lado, todos vestían de forma parecida, bien arreglados con traje, todos afeitados y con el pelo bien corto, justo a la izquierda de el del centro estaba el que los había llamado a Concilio antes.- Es nuestro deber asegurar que los recién despertados reciben las atenciones correctas y apropiadas.

- No eres tú, Arjon, el que debe decidir qué camino va a seguir, sino ella misma – La rabia de la voz de Miles seguía siendo contenida, pero parecía que a duras penas.

Arjon era un hombre mayor, como casi todos los de su mesa, rondaba los sesenta años, aunque el del extremo derecho debía tener noventa años al menos.

- Yo quiero aprender… - La voz de María le temblaba, estaba nerviosa y tenía miedo, ni siquiera sabía porque estaba hablando.

- ¿Quieres aprender de las tradiciones? – Arjón clavó la mirada en la joven.

- S-si…

- ¿Ves, Miles? Ya ha decidido y por ello decreto que forme parte de vuestra cábala para mayor gloria del Uno –Sentenció con firmeza dando por zanjado el asunto.

Haxor Ran se levantó airada de su sitio.

- ¡No tienes derecho!

Miles la acalló con un gesto, haciendo que se sentara. Miles se sentaba en el centro de la mesa, a su derecha estaba Haxor Ran, a su izquierda Dís, en el extremo derecho Judith, el otro extremo estaba vacío.

- Según los estatutos de la capilla cada cábala decide internamente su propia composición, sin que las otras cábalas puedan influir en ello.

- Lo sé Miles, pero eso es en el caso de las cábalas de pleno derecho, la vuestra es Peregrina, además, como bien sabes se estipula que el tamaño máximo de las cábalas es de cinco miembros y tanto la cábala Regente como la Cábala Fiducia están completas, además de que nuestras dos cábalas tienen prohibido el ingreso de mujeres.

- Ya nos endosasteis a Judith con ése argumento, propongo que creen una cábala propia y así la voluntad de nuestra cábala se verá cumplida en virtud de nuestro derecho a decidir quién la compone, Arjon.

- Para crear cábalas nuevas se necesitan tres magos, es imposible.

- Puede alguno de vuestros devotos compañeros opte por ser el tercer miembro, para que se pueda crear dicha cábala – Miles estaba en completa tensión y en cada palabra se podía adivinar desprecio, casi incluso odio.

- Nuestras cábalas son inmutables, no cederemos a ningún miembro y reitero, vuestra Cábala es Peregrina, acatará la decisión del Regente y punto. La chica pertenecerá a vuestra cábala. – A diferencia de Miles, Arjon mostraba su ira abiertamente, sin intentar disimularla. – Judith se encargará de adiestrarla ya que esta claro que no lo haréis vosotros.

- Alto ahí, Arjon, la relación maestro aprendiz se establece libremente entre ambos, así mismo, la chica podría decidir no pertenecer a nuestra capilla, piensa que hay otra más en esta isla.

- Ésa capilla de depravación y hedonismo la echaría a perder si es que no la matan en alguno de sus sangrientos rituales paganos - explotó el que se sentaba a la izquierda de Arjon.

- Yo… creo que quiero quedarme en esta… - musitó María del Mar, haciendo que Arjon sonriera triunfante. María se aferraba a los que hacía unas horas la habían salvado y le habían empezado a explicar lo que necesitaba saber, pero tuvo la sensación de que acababa de ganarse la antipatía de Miles y Haxor Ran, de Dís era difícil saberlo, permanecía inexpresivo y en silencio.

- Decidido entonces, pequeña, Judith te…

- No decidirás a su maestro por ella, Arjon –Miles ahora sí dejaba brotar el enfado mientras hablaba, interrumpiendo a Arjon y provocando que el rostro del hombre se ensombreciera.

Una brisa de origen desconocido rodeaba a Miles y movía las vestiduras y el pelo de los que se sentaban cerca de él, su aspecto era temible, a María le habría gustado ver lo que reflejaban los ojos del mago, pero las gafas oscuras seguían ocultándolos.

- Ha quedado claro que vosotros no…

- No tientes tu suerte, Arjon. –Miles, amenazador, había interrumpido por segunda vez a Arjon, pero ésta vez Arjon tragó saliva disimuladamente.

3 comentarios:

  1. Aaaaa quiero que corra la sangre, sacaos vuestras pollas de magos y demostrat quien la tiene mas larga. E dicho.

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