lunes, 24 de octubre de 2011

Especial Halloween (I)

Meses atrás

Clara se miró en el espejo, roto y cubierto de polvo, su reflejo estaba deformado gracias a las roturas del cristal, pero siempre era un semblante hermoso, lo odiaba, siempre que se miraba a un espejo recordaba…

Su abuela siempre se lo había dicho, el pelo rojo era señal demoníaca, y ella lo tenía, al nacer se había llevado la vida de su madre, había nacido consumiendo vida y su abuela insistía siempre en que era mala, un engendro que no debería haber nacido, el engendro que se llevó a su preciosa hija.

Las voces que oía desde que tenía memoria no habían servido para mejorar la situación, la llamaban a gritos, algunas pedían ayuda, otras la llamaban para que se uniera a ellas, algunas, pocas, se convirtieron en amigas, sus únicas amistades, pero otras eran aterradoras, salidas del los infiernos la amenazaban, la atacaban y no sabía cómo escapar de ellas.

El pelo rojo y las voces no eran suficiente para atormentarla, la piel era blanca, nívea y sin ninguna imperfección, su abuela le decía que le faltaba vida, que la absorbía de los de su alrededor, la culpaba de los crecientes achaques que había padecido a lo largo de los años, los ojos eran negros, “como su alma” decía la vieja arpía, y algunas voces apoyaban a su abuela.

Clara era alta y de movimientos gráciles, y su cuerpo bien contorneado desde la temprana adolescencia despertaba el deseo de los hombres, apenas un gesto y los tenía comiendo de la palma de la mano; al principio disfrutaba jugando con ellos pero su abuela la castigó duramente cuando lo descubrió, era una hija del diablo, una niña que despertaba los apetitos pecadores de quienes les rodeaban y por eso le pegaba, con furia, le hacía mucho daño, tanto que esa vez tuvieron que llevarla al hospital.

Entonces ya no volvió a ver a su abuela, pero en vez de sentirse libre, sintió desasosiego, cuando habló de las voces que la torturaban, el médico negó entristecido con un movimiento de su cabeza. La llevaron a un edificio donde había otros muchos infelices y desgraciados, la sacaron del instituto instruyéndola ahí mismo, no tenía amigos tampoco ahora, sólo voces enloquecidas y sometidas a tales ensoñaciones que la cabeza le dolía casi permanentemente, no paraban de acosarla, ni de día ni de noche, allí había muchas... demasiadas para que sus nervios pudieran soportarlo. Los hombres, tanto los cuerdos como los locos, la miraban con deseo y ella tenía miedo. Apenas hablaba y cuando lo hacía rara vez subía la voz, nadie la escuchaba, estaba sola, rodeada de gente y voces, pero sola.

Estuvo los siguientes años zafándose y escapando del guardia nocturno, ya desde la primera noche había intentado tomarla y ella se había conseguido escapar por poco, pero no siempre lo conseguía y la amenazaba con que si contaba algo le haría tanto daño que desearía morir, ella ya deseaba morir desde hacía tiempo, pero tenía pánico al dolor, un pánico que superaba al asco que se daba a si misma cada vez que aquél salvaje la agarraba y se la llevaba a un lugar apartado, al asco que generaba que su piel quedara embadurnada del sudor de aquel ser despreciable, se odiaba, se sabía débil pero no encontraba fuerza, lloraba todas las noches, escondida en algún lugar apartado para que el guardia no la encontrara, muchas veces la encontraba, también lloraba mientras el guardia la tomaba.

Pero aquella noche ella ya no lo soportaba mas, quería dormir, quería descansar y sabía que no podría. Se levantó de la cama tan pronto como el personal se fue, cuando ya solo quedaba el guardia nocturno dando vueltas, subió por las escaleras hasta el terrado, a cada paso que daba había voces que la animaban a continuar, había tomado la decisión correcta, sumergirse en el olvido, liberándose de las cadenas de la carne.

Llegó a la azotea sin que nada la hubiera detenido, el coro de voces la empujaba, la llamaba. Se acercó a la cornisa y respiró el aire fresco y húmedo de la noche, sobre su cabeza el cielo cubierto por nubes de tormenta empezaba a retumbar y las primeras gotas caían, colándose entre las ondulaciones de su cabello, cerró los ojos y dio un paso adelante colocándose justo en el límite de la cornisa, uno más y obtendría la paz, la tan ansiada paz, pero de sus ojos empezaron a brotar lágrimas, odiaba llorar.

Temblando y llorosa, oyó los pasos del guardia, que se acercaban, que se acercaban demasiado. Contuvo la respiración y cerró los ojos con más fuerza, resonó un trueno y el rayo la delató recortando su sombra, las voces se reían de ella.

- Aquí estas ratoncita – la voz gutural de esa bola de sebo era incapaz de parecer siquiera dulce.

- Por favor…

El guardia avanzó los pasos que lo separaban de ella, sollozó cuando el hedor de aquél hombre llenó el espacio, se negaba a continuar así, la mano áspera del guardia la agarró por el pelo obligándola a retroceder.

- NO

Él se rió, las voces también con sus risas estridentes, y trató de quitarle el camisón, pero ella se revolvió con la ira y la frustración de años de abusos y lo empujó consiguiendo apartarlo.

- He dicho que NO.

- No puedes evitarlo – se rió, esta vez molesto, violento. – Hoy voy a tener que hacerte mucho daño, ratoncita, para que recuerdes cuál es tu sitio y como tienes que portarte, estoy harto de que llores, hoy reirás para mí y gemirás, vaya si gemirás.

- Ojalá te parta un rayo y te mate, bastardo. – Y lo deseó, con toda su alma y su corazón, durante unos instantes todo su ser estaba lleno del odio que estaba dejando fluir, anheló domeñar las tormentas y que los rayos fueran suyos.

- Ve despidiéndote de tu bonita piel inmaculada, putita.

Y el deseo se cumplió, un relámpago resonó en el espacio golpeando al guardia con una fuerza increíble y lanzándolo más allá de la cornisa. Ella se colocó de nuevo en el límite, la lluvia arreciaba empapándola, limpiándola, se sentía libre y las voces habían quedado silenciadas, sabía que había hecho que eso ocurriera, no sabía cómo, pero lo había deseado y había ocurrido, no se sentía culpable, si deseaba algo con la fuerza suficiente, sabía que podría volver a hacerlo.

Miró a su alrededor y vio que no estaba sola, las voces que en sueños siempre la llamaban, las que se burlaban de ella cuando estaba despierta, ahora estaban allí, blanquecinas, nebulosas, flotando a su alrededor, la mayoría iban con camisas de fuerza o tenían cortes en los brazos fantasmales, otros con sogas en el cuello o espumeando por la boca. Aunque la mayoría de ellas a lo largo de los años la animaban a darse muerte, sugiriéndole muertes indoloras, para unirse a ellos en el eterno vagar, otras la habían animado a luchar, a rebelarse para ser libre y ahora podía verlas.

Siempre había creído que estaba loca, que el demonio realmente la había engendrado para sufrir castigos por algún crimen desconocido cometido en otra vida, pero ahora los veía, algunos le sonreían, otros gemían y lloraban, los más la miraban con abierta hostilidad y la habrían atacado si unas pocas no la hubieran protegido, obedeció los gritos de estas, que la conminaban a salir de ahí inmediatamente, corrió escaleras abajo, hasta un pasillo que daba al jardín, saltó por la ventana y corrió hacia los muros. Cuando pasó al lado del cuerpo del guardia nocturno se paró horrorizada, pudo ver como exhalaba el último hálito, pero lo peor fue lo que ocurrió después, el alma negra del guardia se separó del cuerpo y la miró, supo que iba a matarla si le daba la oportunidad, aterrorizada corrió, los muros eran fáciles de escalar. Pocos minutos después vagaba por las calles en lo profundo de la noche, con la lluvia dándole esa sensación de libertad que no había sentido jamás y anhelando olvidar lo que había visto.

Así había despertado años atrás, tantas cosas habían pasado desde entonces… Ella, la que sería su maestra, la encontró por la calle esa misma noche, la había acogido y le enseñó los rudimentos de las artes de los espíritus y otras distintas, la había adoptado y acogido en su propia casa, la adentró en el mundo de lo místico y la introdujo en la capilla de Scorsa Stagione, Clara de hizo llamar desde entonces Iris entre sus iguales.

Poco tiempo después, en el psiquiátrico del que se había escapado, varios trabajadores se volvieron locos y mataron a prácticamente todos los que allí estaban para luego suicidarse, muy pocos escaparon y hablaban de gritos y fantasmas y de una sombra negra y malvada, nadie les creyó. Solo Clara.

Clara pasó varias veces por el antiguo psiquiátrico, que quedó abandonado, sin llegar a entrar nunca, pues sus ojos veían un mal que atrapaba las almas de los que allí habían muerto y podía oír sus gritos agónicos.

Desde entonces habían pasado muchas cosas, su aprendizaje, sus primeros amigos… hasta la destrucción de su capilla y la de la capilla en la que se habían refugiado, donde había conocido a Miles… los supervivientes de ambas capillas crearon una cábala, Exiliados y trabajaban bien juntos, pero a ella había algo que la atormentaba.

Muchas almas estaban atrapadas en ese psiquiátrico por su culpa, ella había liberado al ser que los ataba, ella debía liberarlos, pero no podía decírselo a Miles, no la habría dejado ir, o peor aún, habría insistido en acompañarla, era demasiado peligroso, él no comprendía a los espíritus, los subestimaba.

Dejó una escueta nota “Lo siento” y se fue sabiendo que Miles la iba a odiar por eso, él no la amaba, era verdad, no como ella si lo amaba a él ya que él ya había entregado su corazón a otra, pero él había hecho que Clara viera el mundo como un lugar de esperanza, con él había reído por primera vez…

Sacudió esos pensamientos, tenía que concentrarse, ante ella se alzaba ya el viejo psiquiátrico.

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