martes, 8 de noviembre de 2011

Las nueve esferas

Habían pasado ya varios días de entrenamiento intensivo, no sólo la aleccionaba en los aspectos básicos de la magia y del mundo de los magos, si no que también la entrenaba en el aspecto físico, combate cuerpo a cuerpo y con dagas, algunos días ponía en sus manos pistolas y le daba lecciones de tiro. Al principio estaba asustada ante lecciones tan destructivas, pero Dís le decía que en un mundo tan peligroso como era el de los magos, no estaba de mas saber defenderse de formas convencionales, María tenía la impresión de que la preparaba para asesinar…

Volvía a casa dolorida y agotada, pero forzándose a repetir una y otra vez las lecciones que le daba, estaba dispuesta a absorber todo ese conocimiento y deseaba comprenderlo.

La magia era la comprensión de la realidad y también la capacidad de alterar el mundo a partir de la voluntad del mago; para ello, el mago, se servía de su Avathar o Atman, que era una parte del alma propia, una que cuando se moría “el portador” volvía a la rueda y se reencarnaba, una y otra vez, acumulando el saber de cientos, quizás miles, de vidas. El Avathar se comunicaba con el mago de muchas formas distintas, sueños, imágenes… incluso conversaciones, para ayudar a su portador a avanzar a través de los retos a los que se veía sometido a lo largo de su vida, despertar era aquello que permitía al Avathar comunicarse directamente con su portador y al portador a usar el poder y los conocimientos del Avathar.

Podía parecer complejo, pero luego, recordando su Agama se preguntaba si su Avathar no sería el cuervo que la había guiado a través de las visiones… o quizás la Diosa misma que la guiaba de vuelta a su labor.

El universo, al que llamaban Tapiz, era mucho más rico y complejo de lo que habían imaginado, también mucho más peligroso, todas las cosas estaban compuestas por quintaesencia, que era como la energía fundamental de todo, la esencia de todas las cosas, y los objetos físicos eran llamados “patrones”, el mago podía afectar a los patrones o la propia quintaesencia, siempre atados a lo que llamaba los nueve aspectos de la realidad.

Para todos los magos la realidad se dividía en nueve aspectos o esferas, el dominio de las mismas marcaba la capacidad del mago de alterar al tapiz; algunos magos, le dijo Dís, teorizaban sobre una décima esfera, que era como la piedra filosofal de los magos.

Las esferas, a su vez se englobaban o agrupan según su punto en el proceso de la existencia… es decir, las esferas de Cardinal, aquella que afecta a la quintaesencia en estado puro, la de mente y la de espíritu, que estudia a la Umbra y a sus habitantes, son consideradas esferas de patrón, las que forman parte del proceso de concepción, este patrón toma forma a través de las esferas de fuerzas, que estudia todas las manifestaciones de las energías, la de materia y la de vida, así mismo este patrón, una vez existe, es percibido a través de las esferas de correspondencia, que estudia el espacio, y del tiempo, hasta que finalmente es descompuesto por la Entropía, la esfera que estudia el destino, la probabilidad y la destrucción, provocando el reinicio del ciclo.

Con ello se podía explicar lo que Dís llamaba la trinidad metafísica, las tres fuerzas universales sobre las que reposaba la existencia. El Dinamismo era la fuerza del cambio, de la creación y el crecimiento, sin ella el universo se estancaría y finalmente se destruiría; la Inmovilidad, que podría parecer opuesta al dinamismo, era la fuerza que daba estabilidad a todo, la base para la cohesión evitando que el caos se adueñara de todo en una constante pugna de infinitas realidades distintas compitiendo entre sí; finalmente la entropía, la fuerza de la que todo sale y a la que todo vuelve y de lo que vuelve a surgir, equilibrando al Dinamismo y la Inmovilidad, el ciclo de nacimiento muerte y resurrección, enviando al olvido al cambio y a lo estático para que tenga un nuevo comienzo, a esta fuerza se debían los Euthanatos, guardianes de la rueda.

María veía perfectamente el ciclo de la existencia y se sentía cómoda en él, le daba la seguridad para seguir avanzando el saber que con la muerte sólo volvía a empezar, anhelaba más y más conocimientos llegando a conseguir que Dís asintiera satisfecho mientras una sonrisa de orgullo se dibujaba en su rostro y miraba a su alumna, según le había dicho, “eres una estudiante prometedora” y era consciente de que su Acarya no era muy dado a halagos.

Se metió bajo la ducha nada más llegar a casa, dejando que el agua recorriera su cuerpo limpiándola y refrescándola, se sentía nueva. Luego salía con sus amigas para pasar la tarde y algunas noches seguía saliendo de fiesta, pero ya no era lo mismo, los chicos que se le acercaban le parecían estúpidos e insulsos, dándose cuenta de que hasta hacía muy poco ella era como ellos “pero ya no, ahora soy distinta”.

Un nuevo mundo se habría ante ella, tenía que aprovecharlo.

***

Mientras Haxor se encargaba de la vigilancia del piso franco y Dís de adiestrar a su pupila, Miles tenía sus propias tareas, entre las que estaba la de dar esquinazo a Judith cada vez que se le acercaba. Aun así Miles pasaba la mayor parte de su tiempo en su taller, antaño habría estado trabajando sin parar en sus artefactos, crearlos era su mayor placer, pero ahora se pasaba las horas mirando sus herramientas y su cuaderno de bocetos, sin tocarlos.

Se castigaba por el hecho de haber caído en silencio, su maestro se habría reído de lo lindo pero luego le habría ayudado, le habría guiado hasta conseguir volver a la normalidad, lo cierto es que se sentía abandonado, sin saber qué hacer.

Un hermético con el rumbo perdido, con ansias de venganza y con una tendencia a despreciar la propia integridad física, eso era ahora, un peligro, no solo para sí mismo sino también para sus amigos y para cualquiera que se le pusiera al lado, por ello prefería pasar largas horas solo, meditando, tratando de encontrar el camino y ante él sólo encontraba la oscuridad y la locura.

Aquello solo aumentaba su sufrimiento, estaba cansado, agotado, llevaba meses sin poder dormir bien, por las noches lo atormentaban recuerdos y pesadillas, haciendo que fuera cada vez mas arisco.

Suspiró, necesitaba un respiro, una noche de desconexión y sabía que no la iba a tener, saliendo de su taller empezó a vagar por la ciudad embebido en su propio pesar, sin rumbo y sin fijarse por dónde pasaba. Las horas pasaron y él seguía caminando, hasta que la sed empezó a ser realmente molesta y el sol se ocultaba más allá del horizonte. Miró a su alrededor, para situarse e hizo una mueca cuando se dio cuenta de que se hallaba justo enfrente del bar “Skàndol” situado en la Lonja, el único bar de la ciudad en el que abundaba la música Ska y Punk, el único bar de la ciudad que pertenecía a Érato, líder de la capilla Libertas, la misma que lo estaba mirando con una sonrisa de oreja a oreja, cálida como siempre, adorable, preciosa… negó rápidamente con la cabeza para alejar esos pensamientos.

Érato era una muchacha joven, de la misma edad que tenía Miles, sólo era un poco más baja que él, puesto que medía aproximadamente 1’75 m, su cuerpo era proporcionado, casi tanto como las esculturas de la antigua Grecia en su mejor momento, solía llevar su larguísimo pelo negro azabache suelto, a la espalda, pero de ella lo más atractivo eran sus ojos, hipnóticos, que hacían que no se pudiera dejar de mirarlos, de aquél verde irrepetible, únicos. El resto de su rostro realzaba su belleza. Era, sin lugar a dudas, la mujer más hermosa que miles había visto nunca, pero también era la que le había negado la muerte en el campo de batalla, aquella que lo había arrastrado en contra de su voluntad lejos de su capilla, lejos del frente, le había robado su honor al hacerle huir de ésa manera.

- Me alegro de verte, Aliazars. – La dulzura de la voz ablandaba el corazón a cualquiera

- No puedo decir lo mismo. – Miles se dio cuenta de que su voz era temblorosa.

- Nunca supiste mentir. – Rió Erato, y su risa era como el agua clara de una fuente.

- No estoy de humor para jueguecitos, Érato. – Miles hizo ademán de marcharse pero Érato se le acercó rápidamente, invadiendo su espacio y susurrándole al oído.

- No te vayas, pasa, te invito a una copa, pero no me llames Érato, llámame como antes… - Miles creyó detectar un deje de tristeza en la voz de Érato, pero también de súplica, era la segunda vez en todo el tiempo que hacía que conocía a Érato que ésta suplicaba, la primera vez fue meses atrás, cuando intentaba hacerle comprender que lo había salvado de una muerte segura por qué lo amaba y no para humillarlo.

Miles la siguió, dejando que lo arrastrara hacia dentro mientras le tiraba de la mano, se deba cuenta de lo absurdo que era su enfado con ella, era obvio que no lo había arrancado de las fauces de la muerte para humillarlo, pero no se sentía capaz de perdonarla y aun así no podía olvidarla, su subconsciente lo había traicionado llevándolo hasta ella.

- Las cosas no parecen muy cambiadas aquí. – Dijo Miles para romper el silencio ominoso que pesaba en la mesa en la que se habían puesto, en uno de los reservados, Érato servía dos copas de absenta con su fluidez y naturalidad habitual.

- No demasiado, es verdad.

- ¿El Caminante sigue haciendo de las suyas? – acababa de hacer reír otra vez a Érato.

- ¿Y cuando ha dejado de hacerlas, Al? – “Encantadora, sencillamente encantadora” pensaba Miles “ si sólo pudiera perdonarla, todo sería como antes… no, no sería como antes”

- Haxor me dijo que le habías pedido información.

- Así es, me ayudó a localizar a unos pocos magos sin capilla.

- ¿Reclutando?

- Arjon está moviendo sus piezas para aislar a Libertas, no puedo quedarme de brazos cruzados.

- Haces bien.

- Son chicos prometedores… y hay algo que debo enseñarte – “¿está dudando?”

Miles se ajustó las gafas de sol y suspiró. Érato se alejó, dejándole a solas con su copa de Absenta.

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