viernes, 25 de noviembre de 2011

El algarrobo

Como cada noche desde que le hicieran ver que había caído en silencio, Miles empezó a pasear para aclarar su mente, como siempre, pese a no pensar el camino siempre terminaba en el mismo sitio, parecía atraerle de forma irresistible.

Se encaramó a las ramas del algarrobo y se sentó entre ellas, recostándose luego cerró los ojos y suspiró profundamente, empezó a meditar dejando que al menos por esos instantes el dolor, el miedo, la frustración, todo se desvanecía poco a poco, hasta que encontraba el bloqueo, ese agobiante bloqueo que le impedía descansar, le asaltaban entonces las imágenes de su capilla destruida, de su maestro y sus amigos desfigurados por el fuego y los golpes, la ira se arremolinaba en su espíritu y las lágrimas acudían prestas a sus ojos, entonces se desconcentraba ante la marea de sensaciones y luchaba con toda su voluntad para que ni una sola lágrima asomara, era consciente de que cuando llegaba a ese punto su rostro se contraía en un rictus de dolor y sufrimiento.

Aquella noche, como todas, veía de nuevo a Érato arrancándole de las fauces de la ansiada muerte, era consciente de por qué lo había hecho y muy en el fondo se lo agradecía, pero como todas esas noches, volvía a luchar contra el bloqueo, sentía que si no eliminaba el bloqueo nada podría resolverse, aunque era cierto que había conseguido obviarlo varios días recuperando su habitual forma de hacer y de pensar, notaba que estaba ahí, acechando.

Aquella noche, a diferencia de las demás, no estaba solo, Érato lo miraba sentada en otra de las ramas del mismo algarrobo, Miles no la había percibido y ella lo había mirado en silencio, sintiendo cada una de las luchas y heridas internas de Miles, las había sentido casi desde el principio de una forma casi tan intensa como él. Ella misma había sabido que cuando lo sacó de las ruinas humeantes de Lux Triumphans Miles la odiaría, él y su estúpido orgullo hermético, ése orgullo que había provocado la caída de su antiguamente esplendorosa tradición y que seguía embargando a sus miembros… si sólo hubiera…

Miles tenía un gesto sufrido y Érato ya no pudo más, se acercó a él y le abofeteó con todas sus fuerzas, Miles abrió los ojos sorprendido y estuvo a punto de caerse del árbol, Érato lo impidió.

- ¿Pero qué..? – Miles fluctuaba entre la ira y la sorpresa.

- Despierta, idiota. –Pese a todo Érato hablaba con dulzura.

- ¿Cómo…?

- Siempre vienes aquí cuando las cosas van mal.

- ¿Cuan..?

- He llegado antes que tu, te esperaba.

- ¿Q…?

- Te he estado viendo todo el rato. – Érato hablaba suavemente, Miles volvió a tomar aire para hablar, pero una vez más Érato se adelantó - No necesitas preguntarlo, lo sabes.

Miles dejó escapar el aire mirando con reproche a Érato, por unos instantes pareció un niño pequeño molesto por qué el niño grande lo hace todo mejor que él, permanecía tenso, Érato se rió de buena gana al verlo y él desvió la mirada, algo avergonzado.

- Te conozco mejor que tú mismo, Miles.

Miles resopló aunque no impidió a Érato la caricia, se relajó y volvió a mirarla.

- No te voy a pedir perdón, Miles, hice lo correcto.

Miles saltó del árbol y desde abajo miró a Érato.

- Baja, tenemos cosas de las que hablar.

***

El sol se levantó esplendoroso aquél día, inundando la habitación, Érato miraba aquellos ojos violetas que tanto la fascinaban, ojos que rara vez quedaban al descubierto, le costaba entender porqué Miles se avergonzaba de ellos y los ocultaba tras las gafas de sol día y noche, eran, a su modo de ver, unos ojos que quitaban el aliento cuando Miles los usaba para mirar de la forma penetrante y analítica que le eran habituales.

Las sábanas les pesaban mientras el sol se alzaba perezoso por el firmamento, ambos disfrutaban el permanecer en los brazos del otro, apoyando sus cabezas la una contra la otra, Érato no quiso preguntarle a Miles por la pesadilla que había tenido horas antes, cuando él se había quedado dormido. Ella le había velado toda la noche, hacía muchas ya que no habían compartido lecho y quería grabar esos momentos a fuego en su mente.

Miles, por su parte, había sido asaltado de nuevo por el mismo sueño, en el que veía a un chico ¿o era una chica? Que se autodenominaba como su aprendiz, entregando los últimos encargos artesanales de su maestro “caído en combate, cumpliendo con su deber”. Sabía que aquello no era una mera pesadilla reiterada, era una visión de su futuro y no era un futuro lejano. Lo que le descuadraba era que el o la aprendiz parecía conocerle profundamente y parecía llevar mucho tiempo bajo su cargo, pero él no tenía aprendiz, aunque la vaga forma del mismo le resultaba extrañamente familiar, demasiado familiar.

Se desperezó sonriendo a Érato, al final habían desaparecido buena parte de los sufrimientos, habían hablado, habían aclarado las cosas y luego ambos habían dado rienda suelta a lo que deseaban, volvían a confiar el uno en el otro y aquello era una mala noticia para Harmonía si les llegaba.

Pero ahora aquellos pensamientos estaban fuera de lugar, tenían pocas horas antes de volver a la rutina y no iban a desperdiciarlas, luego, tal y como había sentenciado Miles al terminar la asamblea anterior iban a tener que empezar a mover peones.

1 comentario:

  1. Aunque el relato a estado sublime, lo siento, lo que más me ha chocado a sido el título.

    (que infantil soy a veces... anda mira, una mariposa)

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