viernes, 9 de marzo de 2012

Reino de pesadilla (y IV)


La hija del Nuckelavee era un ser grotesco y con mente infantil, mezquino y acuciado por un hambre atroz. No quisieron quedarse más tiempo cerca de ella y se marcharon rápidamente. Durante el camino de vuelta hacia la ciénaga estuvieron discutiendo sobre la fiabilidad del consejo que habían recibido:

-          Digáis lo que digáis, me parece una belleza completamente sincera – dijo Guilles - ¿Qué sacaría traicionándonos? A parte de quedarse con hambre y de enfadar a su padre.

-          Las historias cuentan que los Nuckelavee tienen miedo del agua que corre. – aportó R’uya – “Si de él quieres escapar, un río deberás cruzar”

-          ¿Tan fácil? – Abdap apareció dando saltitos.

-          Eso es solo para escapar, no conozco ninguna historia en la que se venza a un Nuckelavee… - dijo R’uya meditabunda.

-          Aquí hay 42 ríos, ¿No los veis? – aportó Guilles.

-          Con suficiente tiempo puedo crear bastante agua… pero no un río. – Alanna se mordió el labio.

-          ¡Hay un sitio donde el agua se perderá enseguida! – exclamó Guilles – Hay rocas con forma de montaña, perfectas para crear un gigantesco lago.

-          Necesitamos atraer al Nuckelavee a un río, tener una cuba de agua no servirá de nada. – Apuntó Abdap mientras se apretaba la cabeza con sus manitas y cerraba los ojos en un clarísimo esfuerzo mental, excesivo para su tamaño, con un gesto afectado abrió los ojos y continuó con una sonrisa de satisfacción – Pero si se la tiramos con las manos quizás sirva.

-          Habías empezado bien, azulito, pero has terminado fatal. – negó con la cabeza R’uya.

-          Quizás no tanto… - pensó en voz alta Alanna, miró a R’uya – ¿Podrías volver a crear imágenes como las de la taberna?

-          ¿Cantar para crear un rio ilusorio? Lo dudo, se necesita al público para crear esas imágenes, la magia del Relato funciona con público, nunca sin él.

-          Pero… ¿Si tuvieras público podrías crearlo y que el Nuckelavee lo viera?

-          Si… supongo, pero no sería un río real, el Nuckelavee puede cruzarlo.

-          Tenemos que ahogarlo, si le engañamos…

-          ¿Qué pretendes, Alanna?

-          Atrapar al Nuckelavee en una cuba. – Sonrió con inocencia.

-          Eso no le matará, necesitamos un río.

-          Pero le confundirá.

R’uya suspiró profundamente:

-          Dime que necesitas que hagamos.

***

Convencerles a todos de que el tenían que ir a una zona de baldíos rocosos, llena de huecos en las rocas donde podían caerse y en plena noche para escuchar un concierto ya era algo difícil de por sí, pero añadirle el detalle de que les necesitaban para tenderle una trampa al Nuckelavee… lo había convertido en una tarea prácticamente imposible. No podían ocultarles ése detalle, necesitaba que se quedaran sentados escuchando y sin huir.

Pese a todo, lo había conseguido. Estaban en camino e iban preparados para luchar y morir, hartos de su cautiverio. Eso se debía a que R’uya se había emocionado demasiado en su discurso y los había enardecido hasta tal punto que no sabía si serían capaces de permanecer en su sitio en vez de tirarse al combate.

Fueron hasta el punto de encuentro siguiendo ruta salvaje, pues los caminos estaban vigilados. Había reunido a una docena de changelings dispuestos, tres eran troll, luego había varios Redcap y boggan. Chompick era el más animado de la compañía, sin parar de hablar de su taberna, allá en Cornualles, soñando con volver a estar allí.

***

Le había tocado la parte más sencilla: colarse en el castillo, provocar al Nuckelavee y correr como un poseso hasta el punto de encuentro sin dejarse coger ni matar. Y no había que olvidar al guardián de la ciénaga, una hermosa bola de cieno a medio pudrir. Además tenía a Abdap parloteando todo el rato y ofreciéndose a derrotar al guardián en combate singular.

Para colmo de preocupaciones, nada más llegar a la ciénaga Abdap saltó de su espalda y desapareció. Se pasó cerca de una hora buscándolo sin éxito y muy a su pesar tuvo que continuar.

Se arrastró varias horas más por el cieno, atento a cualquier signo de movimiento o peligro, pero aquél erial estaba completamente falto de vida. Incluso el musgo estaba muerto. El olor hería su suave olfato.

Guilles había optado por tomar su forma animal. Todos los Pooka eran cambiapieles, aunque cada Pooka podía convertirse en un único animal distinto. Ésa habilidad tenía algunos efectos complementarios, todos los Pooka veían su aspecto humano afectado por el animal en el que podían convertirse. Aquello hacía que un buen observador pudiera adivinar cuál era el animal en que podían convertirse.

Guilles podía convertirse en un zorro, en aquella forma tenía mejor vista, oído y olfato y aquello le iba bien normalmente, pero allí el olor hería su olfato y enturbiaba sus sentidos lo suficiente como para no ver la bola de cieno que se alzaba detrás de él.
***
Abdap no había tardado mucho en encontrar la madriguera principal de la ciénaga. Todos los ratones de aquél lugar eran bastante grandes, le doblaban en tamaño, pero tenían pocas luces. Abdap entró con su teatralidad habitual, con una amplia sonrisa, y se dirigió directamente al señor del lugar. Dos ratones especialmente grandes, casi del tamaño de ratas, cerraban el paso al salón del trono.

Abdap vio mientras caminaba por el interior de la madriguera a un gran número de ratones más pequeños, esclavizados, y matones aquí y allá. Estos matones lo miraban entrecerrando sus ojos negros, algunos le seguían.

-          Bien, nobles caballeros, soy Sir Allistair Blueblue Dientecitos de la Aguja de Plata, de allende los reinos. – hinchó su pecho mientras hablaba. – Solicito audiencia con vuestro Rey.

Los dos guardianes de la puerta se miraron entre ellos, tardando varios segundos en actuar. Se abalanzaron sobre Abdap, pero él con apenas unos movimientos acabó colocándose encima de ambos, caídos e inconscientes.

Los matones que le seguían abrieron la boca, pero no tuvieron tiempo para actuar, Abdap ya había entrado en el salón del trono y se encaraba al Rey. El salón era una gran sala circular, reforzada con ramas de los árboles de alrededor y con diversos conductos que servían para comunicarse con toda la colonia.

En el centro, sobre una piedra redondeada, estaba sentada una rata enorme, oronda y que difícilmente podría moverse. A su alrededor había gran cantidad de comida.

-          Buenos días, Rey. Soy Sir Allistair Blueblue Dientecitos de la Aguja de Plata.

-          Yo soy el Rey Ray, señor de la ciénaga.

-          Señor de esclavos, parece, pero eso acaba de terminar.

Había varios sirvientes que iban dándole de comer, se habían quedado mirando a Abdap.

-          Os desafiaría a un combate singular, pero me parece que no seríais un oponente digno.  – continuó Abdap – Pero me alegra que tengáis un buen sistema de comunicación en la madriguera. Con vuestro permiso lo usaré.

-          No tienes mi permiso… ¡GUARDIAS!

-          Los guardias de la puerta ya han caído, tus ratas no me dan miedo – Abdap se encaminó hasta los conductos de comunicación. – Hermanos Ratones, os habla Sir Allistair Blueblue Dientecitos de la Aguja de Plata, veterano de la guerra de la gloriosa madriguera Blueblue contra las hordas de Gatila y los Gathunos.

“Si los Gathunos cayeron, las ratas también pueden caer. Alzaos y liberaos de vuestras cadenas. ¡Sois más! ¡Sois más fuertes! Que no os amilanen por su tamaño, nada pueden contra el pueblo unido. Luchad, hermanos Ratones, luchad. Pues ya el reino de terror del Nuckelavee y sus secuaces está cercano a su final. ¡Luchad! ¡Sed libres! Mi espada está a vuestro servicio, ¡por la libertad de los ratones!”

La puerta cedió ante los golpes de los matones, pero la arenga ya había sido escuchada.

***

El guardián de cieno atacaba sin descanso, Guilles lo esquivaba a duras penas y sabía que no podría vencerle. Cuando ya esperaba la muerte un ejército de ratones con Abdap a la cabeza cargó contra el guardián, colándose entre el cieno que lo formaba, como si construyeran una nueva madriguera. El guardián gritaba de dolor y se movía con espasmos, Abdap apareció por encima de la cabeza del guardián y gritó:

-          ¡Sigue con tu parte!

***

Ya había empezado el concierto y Alanna ya tenía preparada la trampa, aún no era hora de que surgiera el río pero faltaba poco. La señal ya estaba allí, el Nuckelavee corría por todo el reino gritando como un poseso, de ira y rabia. Se acercaba cada vez más y la audiencia se ponía nerviosa. Guilles apareció, corriendo en forma de zorro a toda velocidad, tras él el Nuckelavee.

-          Ahora R’uya. – dijo Alanna

Ruya empezó a cantar sobre ríos, creando las ilusiones que en cualquier otra situación habrían maravillado al público.

El Nuckelavee se rió de aquella ilusión y la atravesó, también atravesó las dos siguientes. Guilles lo estaba guiando magistralmente, al tercer rio, saltó lo más adelante que pudo, pasando por encima de la trampa. El Nuckelavee cayó en la trampa y todo se precipitó.

La hija del Nuckelavee apareció como llegada de la nada y se abalanzó sobre su padre, lo descuartizó en apenas unos segundos. Todos los changeling se quedaron petrificados por el horror. Alanna sonrió, como si lo hubiera estado esperando y liberó el hechizo que había estado reservando para ése instante.

Como en un mal sueño que termina, los miedos y la sensación de opresión que pendía sobre todos huyeron mientras el reino se deshacía, dejándolos de nuevo en el camino empedrado, a plena luz del sol.

5 comentarios:

  1. Lo acabo de descubrir y me ha encantado, ya tengo algo más que leer. Gracias

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  2. ^^

    Aunque vas a estarte un rato para ponerte al día, que con la tontería ya llevo bastante escrito.

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  3. Acaso lo dudabas?

    Todos sabemos que el verdadero prota de este relato es el Ratón azul

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  4. Joder... Ingenieros pooka. Grandes héroes que no suelen ser recordados por los sidhes...

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