Miles caminó por las
calles en silencio, sin dirigirle una mirada siquiera a María. Avanzaban tan
rápidamente como podían hacia la sede de Libertas. Para María ahora era
evidente que la preocupación máxima de Miles era Érato y la turbación que le
asediaba era debida a ella. María rezó para que Érato estuviera bien, la frágil
mente de Miles se veía ahora atacada por demasiadas cosas: La muerte de su
amigo, el silencio, el miedo… pero la esperanza de que su amada estuviera bien,
de que aun estuviera viva era lo único que parecía atarle a los últimos restos de cordura,
pese a que las ataduras eran cada vez más débiles.
Cuando llegaron a la zona
exterior de la capilla todo parecía normal, quizás con menos gente, pero
normal. Miles se detuvo unos segundos y se dirigió hacia la entrada del bar, cerrado. Apretó los puños. Se dirigieron hacia la puerta trasera,
que daba directamente a la capilla.
La puerta estaba cerrada
a cal y canto, no sólo por medios mundanos sino también por medios mágicos.
Miles torció el gesto y se mantuvo pensativo unos segundos. Posó una mano sobre
la puerta y entonó una letanía que María
no conseguía entender. La letanía al principio era suave y lenta, pero poco a
poco fue acelerándose y ganando en rabia mientras la puerta emitía algunos
pequeños crujidos y temblaba ligeramente.
Miles tenía el ceño
fruncido y los ojos entrecerrados, aumentó ligeramente el volumen de la voz.
María podía sentir la energía que se estaba acumulando contra la puerta, podía
sentir la presión del aire y cuando finalmente la puerta cedió, con un fuerte
crujido y un portazo, se sintió liberada de la opresión que el conjuro de Miles
generaba.
Entraron a la carrera,
dirigiéndose directamente a la sala común. Se pararon en seco al alcanzarla y
abrieron la boca sorprendidos. Aquella sala parecía el escenario de un
bombardeo, había columnas caídas, manchas de humo en las paredes y en el suelo.
Las alfombras y las almohadas, de rojo brillante, ahora estaban requemados y
agujereados en los mejores casos. La fuente, de un blanco prístino y que había
sido el orgullo de la capilla, con su elaborada estatuaria y su música
cristalina, había sido quebrada y sus restos se esparcían por toda la sala. El
agua formaba un charco creciente que poco a poco terminaría por inundar todo
aquél espacio.
Miraron a su alrededor
con desolación, vieron a Khat y Tarik tumbados en paredes opuestas, heridos y
aparentemente inconscientes. Miles siguió inspeccionando el lugar hasta que
encontró a Érato. También estaba tumbada, y herida, temblaba violentamente de
frío y su cuerpo había sido golpeado por numerosos hechizos, Miles corrió hasta
ella y se arrodilló, tomándola en brazos.
-
Sabía que
vendrías – La débil voz de Érato desprendía amor.
-
Tranquila, te
curaré – Miles apenas podía ocultar su desesperación.
-
No, Al, no, ya no
puedes curarme.
-
No me hagas esto,
no te vayas… - María nunca había oído suplicar a Miles, y probablemente aquella
fuera la primera vez que suplicaba en muchísimo tiempo.
-
Este cuerpo sólo
es una cáscara, Al, renaceremos…
-
¡No! Tú me
arrancaste de los brazos de la muerte, haré lo mismo por ti… ya ha terminado
todo, ya estamos libres… - Miles trataba de contener las lágrimas.
-
Que nuestras
almas queden ligadas mas allá de las vidas y se reencuentren en cada renacer,
Aliazars. – Érato sonrió mientras exhalaba su último aliento, Miles la estrechó
contra él y sollozó durante unos minutos.
María oyó ruido
proveniente de los otros dos magos y se giró hacia ellos. Ambos se estaban
incorporando, lenta y dolorosamente. María analizó rápidamente el escenario,
tratando de reconstruir mentalmente el combate. Pronto se hizo evidente que los
dos magos se habían enfrentado a Érato y habían conseguido una victoria
pírrica. María dio un paso atrás, atemorizada, pues no deseaba verter sangre,
demasiada se había vertido aquél día.
Miles había dejado a
Érato en el suelo, con sumo cuidado y delicadeza, apartándole suavemente un
mechón del rostro. Se levantó y su rostro era inexpresivo, encarándose a los
dos magos traidores alzó ambos brazos apuntando hacia cada uno de ellos.
Murmurando unas pocas palabras los alzó en el aire y ambos empezaron a gritar
de dolor.
-
Domino la magia
de vida y puedo infligiros un dolor insoportable en todas y cada una de las
fibras de vuestro ser, con magia de tiempo puedo hacer que cada segundo sea
para vosotros un año. ¿Quién y dónde?
-
Si crees que te
lo diremos es que nos subestimas, bastardo. – Gritó entre dolores uno de los
dos.
-
Miradlo de esta
manera, si respondéis acabaré con vuestro sufrimiento. – Miles hizo un pequeño
gesto con las manos y los dos magos aullaron de dolor. - ¿y bien?
-
IRIS. – Gritó
uno.
-
TRAIDOR. – Gritó
el otro a su compañero.
-
Iris… - si
aquello debía sorprender a Miles no lo pareció, cerró el puño que apuntaba al
mago que había hablado librándolo del dolor y de la vida. El cuerpo cayó inerte
encharcando con su sangre el suelo que le rodeaba. Se giró hacia el otro. -
¿Dónde?.
-
Jamás te lo diré.
– el mago consiguió balbucear aquellas palabras, tras ello gritó de nuevo ante
el nuevo recrudecimiento de la tortura.
Miles lo sostuvo
intensificando cada vez más la tortura, hasta que al final cedió el mago
gritando “Tecnocracia”. Miles cerró el
puño y el mago cayó al igual que el otro, manchando con su sangre el suelo.
María había mirado, horrorizada, toda aquella escena. Miles estaba fuera de sí,
había matado a sangre fría a aquellos dos magos que aún siendo culpables no
merecían aquella horrible muerte.
-
¿C-cómo has
p-podido? – consiguió decir con voz trémula.
Miles se limitó a mirarla
y se dirigió hacia la salida. Cuando llegó al lugar donde antes se encontraba
la fuente se encontró a El Caminante justo de frente. María temió que se
enfrentaran ambos magos en aquél mismo instante.
El Caminante ofrecía su
aspecto habitual, con ropas anchas y coloridas, con las rastas esmeradamente
cuidadas y fumando algo indeterminado. Había estado mirando la escena en
silencio y sin llamar la atención. Miles había estado demasiado ocupado
torturando a los magos y María demasiado escandalizada ante ésas muestras de crueldad innecesarias como para reparar en
él. Miles lo miró largamente, evaluando el peligro potencial que podía suponer
su interlocutor:
-
Tú sabías lo que
iba a pasar, ¿Verdad? – Miles habló con un deje de amargura.
-
Así es. – El Caminante no denotaba ningún sentimiento
en especial.
-
¡Podrías haberlo
evitado! –Agarró por la camisa a El Caminante en arrebato de rabia.
-
No debo
entorpecer al destino.
-
¡No me hables del
destino! Yo he sobrevivido al mío.
-
¿No crees
realmente que era el destino de Érato salvarte la vida aquél día para que tú
pudieras cumplir hoy con el tuyo?
-
Mi destino no
está escrito, lo escribo yo con mis actos.
-
Si pensar eso te
hace feliz, adelante, pero al final el destino pone a cada uno en su sitio.
Miles estuvo a punto de
golpearle, pero al final soltó la camisa y se marchó en dirección a la puerta.
María y El Caminante se quedaron quietos, cada uno en su sitio y mirándose.
-
Deberías ir tras
él, Morríghan, antes de que termine esta noche te va a necesitar.
-
¿Qué puedo hacer
yo?
-
Deberías
preguntarte a ti misma qué es lo que debes hacer, no lo que puedes. Ahora ve, corre.
María asintió y corrió
tras de Miles, el cual ya desaparecía entre las calles que había en la otra
punta de la plaza, María tuvo que acelerar el paso aún más.
Alanna al fin había
podido bajar del ferry, gracias a su escaso equipaje pudo salir sin grandes
demoras del puerto. Caminó aceleradamente en dirección al casco antiguo de la
ciudad, aunque no sabía dónde exactamente. Caminó por el paseo marítimo,
acercándose cada vez más a la catedral.
Al poco alcanzó la Lonja,
y guiada por la intuición buscó en la parte trasera, donde halló una puerta
partida. Entró sin dificultades, pero con cautela, pues no sabía que se
encontraría dentro. Al llegar a una amplia sala que mostraba los signos de un
cruento combate vio los cuerpos de tres personas en distintos puntos de la
sala, los tres sin vida, y a un hombre de aspecto extraño sentado sobre los
restos de una estatua rota. Aquél hombre la saludó sin mirarla, mientras seguía
mezclando varias hierbas sobre un trozo de papel rectangular.
-
Buenas noches, pequeña. Llegas un poco más tarde de lo previsto, me temo.
-
Yo…
-
No temas,
pequeña, no están aquí, deberás seguir guiándote por tu instinto, pero llegarás
a tiempo.
-
¿Cómo sabes…?
-
Llevo tiempo
esperándote, pero ya hablaremos en otro momento, ahora ve.
Alanna estaba confundida
por aquél recibimiento, pero obedeció a aquel hombre tan extraño. Salió de
nuevo a la calle, cerró los ojos y se dejó llevar por sus propias piernas. Se
encaminó a través del interior de la ciudad y anduvo por sus calles durante
cerca de una hora, momento en el que llegó a las afueras.
Continuó caminando,
siguió la carretera por el arcén dirigiéndose hacia el noroeste. Pasó al lado
de lo que debía ser un gran hospital construido como una muestra sarcástica de
cómo el progreso dominaba a la naturaleza, siguió adelante en dirección a
la universidad, según los carteles.
Una vez en el campus
universitario se dio cuenta de que aquél no era el lugar y siguió en dirección
a un lugar llamado Parc Bit. Nada más llegar allí vio que algo iba mal. Uno de
los edificios presentaba daños evidentes. Pese a lo cansada que estaba debido a
la caminata corrió hacia aquél edificio.
La puerta estaba en ruinas por efecto evidente de la magia.
Ostias a tutiplen. XD
ResponderEliminarWAR!
ResponderEliminarCuando un hermético se calienta... Los demás cobran.
Ya le tocaba sacar carácter. ^^
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