jueves, 3 de mayo de 2012

¿Respuestas?


Miles caminó por las calles en silencio, sin dirigirle una mirada siquiera a María. Avanzaban tan rápidamente como podían hacia la sede de Libertas. Para María ahora era evidente que la preocupación máxima de Miles era Érato y la turbación que le asediaba era debida a ella. María rezó para que Érato estuviera bien, la frágil mente de Miles se veía ahora atacada por demasiadas cosas: La muerte de su amigo, el silencio, el miedo… pero la esperanza de que su amada estuviera bien, de que aun estuviera viva era lo único que parecía atarle a los últimos restos de cordura, pese a que las ataduras eran cada vez más débiles.

Cuando llegaron a la zona exterior de la capilla todo parecía normal, quizás con menos gente, pero normal. Miles se detuvo unos segundos y se dirigió hacia la entrada del bar, cerrado. Apretó los puños. Se dirigieron hacia la puerta trasera, que daba directamente a la capilla.

La puerta estaba cerrada a cal y canto, no sólo por medios mundanos sino también por medios mágicos. Miles torció el gesto y se mantuvo pensativo unos segundos. Posó una mano sobre la puerta  y entonó una letanía que María no conseguía entender. La letanía al principio era suave y lenta, pero poco a poco fue acelerándose y ganando en rabia mientras la puerta emitía algunos pequeños crujidos y temblaba ligeramente.

Miles tenía el ceño fruncido y los ojos entrecerrados, aumentó ligeramente el volumen de la voz. María podía sentir la energía que se estaba acumulando contra la puerta, podía sentir la presión del aire y cuando finalmente la puerta cedió, con un fuerte crujido y un portazo, se sintió liberada de la opresión que el conjuro de Miles generaba.

Entraron a la carrera, dirigiéndose directamente a la sala común. Se pararon en seco al alcanzarla y abrieron la boca sorprendidos. Aquella sala parecía el escenario de un bombardeo, había columnas caídas, manchas de humo en las paredes y en el suelo. Las alfombras y las almohadas, de rojo brillante, ahora estaban requemados y agujereados en los mejores casos. La fuente, de un blanco prístino y que había sido el orgullo de la capilla, con su elaborada estatuaria y su música cristalina, había sido quebrada y sus restos se esparcían por toda la sala. El agua formaba un charco creciente que poco a poco terminaría por inundar todo aquél espacio.

Miraron a su alrededor con desolación, vieron a Khat y Tarik tumbados en paredes opuestas, heridos y aparentemente inconscientes. Miles siguió inspeccionando el lugar hasta que encontró a Érato. También estaba tumbada, y herida, temblaba violentamente de frío y su cuerpo había sido golpeado por numerosos hechizos, Miles corrió hasta ella y se arrodilló, tomándola en brazos.

-          Sabía que vendrías – La débil voz de Érato desprendía amor.

-          Tranquila, te curaré – Miles apenas podía ocultar su desesperación.

-          No, Al, no, ya no puedes curarme.

-          No me hagas esto, no te vayas… - María nunca había oído suplicar a Miles, y probablemente aquella fuera la primera vez que suplicaba en muchísimo tiempo.

-          Este cuerpo sólo es una cáscara, Al, renaceremos…

-          ¡No! Tú me arrancaste de los brazos de la muerte, haré lo mismo por ti… ya ha terminado todo, ya estamos libres… - Miles trataba de contener las lágrimas.

-          Que nuestras almas queden ligadas mas allá de las vidas y se reencuentren en cada renacer, Aliazars. – Érato sonrió mientras exhalaba su último aliento, Miles la estrechó contra él y sollozó durante unos minutos.
María oyó ruido proveniente de los otros dos magos y se giró hacia ellos. Ambos se estaban incorporando, lenta y dolorosamente. María analizó rápidamente el escenario, tratando de reconstruir mentalmente el combate. Pronto se hizo evidente que los dos magos se habían enfrentado a Érato y habían conseguido una victoria pírrica. María dio un paso atrás, atemorizada, pues no deseaba verter sangre, demasiada se había vertido aquél día.

Miles había dejado a Érato en el suelo, con sumo cuidado y delicadeza, apartándole suavemente un mechón del rostro. Se levantó y su rostro era inexpresivo, encarándose a los dos magos traidores alzó ambos brazos apuntando hacia cada uno de ellos. Murmurando unas pocas palabras los alzó en el aire y ambos empezaron a gritar de dolor.

-          Domino la magia de vida y puedo infligiros un dolor insoportable en todas y cada una de las fibras de vuestro ser, con magia de tiempo puedo hacer que cada segundo sea para vosotros un año. ¿Quién y dónde?

-          Si crees que te lo diremos es que nos subestimas, bastardo. – Gritó entre dolores uno de los dos.

-          Miradlo de esta manera, si respondéis acabaré con vuestro sufrimiento. – Miles hizo un pequeño gesto con las manos y los dos magos aullaron de dolor. - ¿y bien?

-          IRIS. – Gritó uno.

-          TRAIDOR. – Gritó el otro a su compañero.

-          Iris… - si aquello debía sorprender a Miles no lo pareció, cerró el puño que apuntaba al mago que había hablado librándolo del dolor y de la vida. El cuerpo cayó inerte encharcando con su sangre el suelo que le rodeaba. Se giró hacia el otro. - ¿Dónde?.

-          Jamás te lo diré. – el mago consiguió balbucear aquellas palabras, tras ello gritó de nuevo ante el nuevo recrudecimiento de la tortura.

Miles lo sostuvo intensificando cada vez más la tortura, hasta que al final cedió el mago gritando  “Tecnocracia”. Miles cerró el puño y el mago cayó al igual que el otro, manchando con su sangre el suelo. María había mirado, horrorizada, toda aquella escena. Miles estaba fuera de sí, había matado a sangre fría a aquellos dos magos que aún siendo culpables no merecían aquella horrible muerte.

-          ¿C-cómo has p-podido? – consiguió decir con voz trémula.

Miles se limitó a mirarla y se dirigió hacia la salida. Cuando llegó al lugar donde antes se encontraba la fuente se encontró a El Caminante justo de frente. María temió que se enfrentaran ambos magos en aquél mismo instante.

El Caminante ofrecía su aspecto habitual, con ropas anchas y coloridas, con las rastas esmeradamente cuidadas y fumando algo indeterminado. Había estado mirando la escena en silencio y sin llamar la atención. Miles había estado demasiado ocupado torturando a los magos y María demasiado escandalizada ante ésas muestras  de crueldad innecesarias como para reparar en él. Miles lo miró largamente, evaluando el peligro potencial que podía suponer su interlocutor:

-          Tú sabías lo que iba a pasar, ¿Verdad? – Miles habló con un deje de amargura.

-          Así es.  – El Caminante no denotaba ningún sentimiento en especial.

-          ¡Podrías haberlo evitado! –Agarró por la camisa a El Caminante en arrebato de rabia.

-          No debo entorpecer al destino.

-          ¡No me hables del destino! Yo he sobrevivido al mío.

-          ¿No crees realmente que era el destino de Érato salvarte la vida aquél día para que tú pudieras cumplir hoy con el tuyo?

-          Mi destino no está escrito, lo escribo yo con mis actos.

-          Si pensar eso te hace feliz, adelante, pero al final el destino pone a cada uno en su sitio.

Miles estuvo a punto de golpearle, pero al final soltó la camisa y se marchó en dirección a la puerta. María y El Caminante se quedaron quietos, cada uno en su sitio y mirándose.

-          Deberías ir tras él, Morríghan, antes de que termine esta noche te va a necesitar.

-          ¿Qué puedo hacer yo?

-          Deberías preguntarte a ti misma qué es lo que debes hacer, no lo que puedes. Ahora ve, corre.

María asintió y corrió tras de Miles, el cual ya desaparecía entre las calles que había en la otra punta de la plaza, María tuvo que acelerar el paso aún más.

Alanna al fin había podido bajar del ferry, gracias a su escaso equipaje pudo salir sin grandes demoras del puerto. Caminó aceleradamente en dirección al casco antiguo de la ciudad, aunque no sabía dónde exactamente. Caminó por el paseo marítimo, acercándose  cada vez más a la catedral.

Al poco alcanzó la Lonja, y guiada por la intuición buscó en la parte trasera, donde halló una puerta partida. Entró sin dificultades, pero con cautela, pues no sabía que se encontraría dentro. Al llegar a una amplia sala que mostraba los signos de un cruento combate vio los cuerpos de tres personas en distintos puntos de la sala, los tres sin vida, y a un hombre de aspecto extraño sentado sobre los restos de una estatua rota. Aquél hombre la saludó sin mirarla, mientras seguía mezclando varias hierbas sobre un trozo de papel rectangular.

-          Buenas noches, pequeña. Llegas un poco más tarde de lo previsto, me temo.

-          Yo…

-          No temas, pequeña, no están aquí, deberás seguir guiándote por tu instinto, pero llegarás a tiempo.

-          ¿Cómo sabes…?

-          Llevo tiempo esperándote, pero ya hablaremos en otro momento, ahora ve.

Alanna estaba confundida por aquél recibimiento, pero obedeció a aquel hombre tan extraño. Salió de nuevo a la calle, cerró los ojos y se dejó llevar por sus propias piernas. Se encaminó a través del interior de la ciudad y anduvo por sus calles durante cerca de una hora, momento en el que llegó a las afueras.

Continuó caminando, siguió la carretera por el arcén dirigiéndose hacia el noroeste. Pasó al lado de lo que debía ser un gran hospital construido como una muestra sarcástica de cómo el progreso dominaba a la naturaleza, siguió adelante en dirección a la  universidad, según los carteles.

Una vez en el campus universitario se dio cuenta de que aquél no era el lugar y siguió en dirección a un lugar llamado Parc Bit. Nada más llegar allí vio que algo iba mal. Uno de los edificios presentaba daños evidentes. Pese a lo cansada que estaba debido a la caminata corrió hacia aquél edificio.  La puerta estaba en ruinas por efecto evidente de la magia.

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