Schrödinger le siguió, la cabeza en alto y arqueando la
espalda desafiante. Subieron al coche, un viejo Ford fiesta rojo y bastante
cuidado, y salieron a la calle en dirección al puerto. Aquél era el principal
motivo por el cual habían decidido ir por mar en vez de la comodidad de un
vuelo rápido y barato. El coche, cargado con los últimos equipajes, resultaría
necesario en la isla cuyo servicio de transporte público dejaba bastante que
desear.
Aquél tipo de misiones eran especialmente engorrosas,
rara vez conseguía mantener un trabajo durante más de medio año y aquella inconstancia pasaba factura, especialmente en
los tiempos que corrían. Sus ahorros se iban a ver severamente tocados ante
aquella mudanza y, una vez más, se hallaría en el paro. Muchos considerarían
que para un mago aquella circunstancia no debía ser realmente duradera, y si
hubiera querido podría haber hecho que le contratasen de lo que él quisiera.
Pero aquél uso de la magia era arriesgado e irresponsable, abusar de él podía
atraer las atenciones de la tecnocracia más de lo deseado. Más aún teniendo en
cuenta los hechos acaecidos en las islas.
No habían recibido informaciones claras, sólo una de las
capillas isleñas había dado respuestas y lo había hecho de forma escueta.
Muchos magos se habían enfrentado entre sí la misma noche bajo acusaciones de
Infernalismo. Le correspondía a él realizar los debidos informes y
comprobaciones, así como censar los magos existentes en las islas. También, y
era la parte difícil de la misión, debía asegurarse de que el foco infernalista
había sido erradicado y erradicarlo definitivamente, en caso de existir todavía.
También debía evaluar el riesgo que representaba la actividad tecnocrática que,
según los comunicados interceptados, era frenética en aquellos momentos.
Miró con cierta melancolía las calles de Barcelona
mientras avanzaban hacia el puerto. Pese a no sentir especial aprecio por la
gente, el lugar tenía un encanto que añoraría, siempre la añoraba. En el
puerto, Schrödinger arañó, maulló y gritó al ver el mar, tratando de impedir el
abordaje.
-
¡Quieres matarme! –
decía desesperado Schrö mientras trataba de escaparse de las manos de – Esa cáscara de nuez se hundirá y nos
ahogaremos todos, ¡VAMOS A MORIR!
-
¡Cálmate de una vez,
maldito gato! – Sanç consiguió atrapar a su familiar por el pellejo del cuello,
quedando a salvo temporalmente de la acción de sus uñas. – No me obligues a
dormirte.
-
No te atreverías –
Schrödinger trató, en vano, de liberarse – ¡no te lo perdonaré nunca!
-
Ya está bien, no tenemos
tiempo para esto – Sanç posó la mano libre sobre la cabeza del gato, el cual
bufó – Hora de dormir, pequeñuelo.
Schrödinger se durmió en cuestión de segundos y Sanç
aprovechó para colocarlo con sumo cuidado en el interior de la jaula para
animales y la cerró. Sonrió, sabiendo que Schrödinger le haría la vida
imposible durante una buena temporada para vengarse de aquellas ofensas. Por
suerte no habría más problemas aquella noche. Subir el coche al ferry fue un
trámite, acomodarse en las butacas una misión imposible. Se sentó junto a una
de las ventanas del navío, alejado de los demás viajeros. Mirando a través del
cristal mientras se alejaba lenta y perezosamente del muelle. Hasta que no
salieron a mar abierto no notó el bamboleo de las olas.
Quizás por defecto profesional, no concilió el sueño en
todo el trayecto. En un transporte como aquél estaba demasiado expuesto y no
había posibilidad de escapar. Se pasó toda la noche en vela, atento y
vigilante, controlando a los demás presentes hasta que sus respiraciones se
hicieron pesadas y regulares para poder estirar las piernas paseando por
cubierta. No le resultó complicado compensar el movimiento del barco para no
desequilibrarse. Era un ferry estándar, con bodega de dos pisos para coches y
camiones y luego otros tres o cuatro para el pasaje. Las puertas que daban a la
cubierta exterior estaban cerradas por la noche, para evitar accidentes
desafortunados. El trayecto, con todo, se completó sin novedades y Sanç se
dirigió en coche hacia el que sería su nuevo hogar. Mientras esperaba en un
semáforo en rojo despertó a Schrödinger y lo hizo callar ante la tromba de
protestas indignadas.
El piso lo habían alquilado en una zona conocida como
“S’Escorxador”, un barrio tranquilo y popular con multitud de servicios y
buenas conexiones con el resto de la ciudad. Era también un barrio con
alquileres asequibles. Al día siguiente empezaría a buscar trabajo y, a su vez,
la búsqueda de magos tradicionales supervivientes y visitar las sedes de las
diferentes capillas.
El edificio era un edificio como cualquier otro del
barrio, construido entre las décadas de los setenta y ochenta, durante la
segunda fase del crecimiento de la ciudad tras el boom turístico. Viviría en el
ático de un edificio de cinco plantas, con ascensor. Los pasillos y el ascensor
olían a lejía.
-
Un poco frío, el
edificio, ¿no crees? – Schrödinger se había calmado a lo largo de los últimos
minutos.
-
Es lo que nos podemos
permitir. – repuso, taciturno, Sanç.
-
Si no digo que esté mal…
Sanç alcanzó la puerta del que iba a ser su piso, ya
tenía la llave y la introdujo en el cerrojo. La puerta se abrió antes de que
terminara de introducir la llave. Sanç se puso en guardia y le hizo un gesto a
Schrödinger para que se quedara atrás.
El hermético abrió la puerta con cuidado y entró
sigilosamente, avanzando por la casa despacio. No tardó mucho en llegar al
salón, con una terraza de poco más de diez metros cuadrados. En ella había un
hombre vestido de manera informal, con el pelo castaño corto, medía en torno a
un metro setenta y se giró para encararse con Sanç.
-
Bienvenido a tu nuevo
hogar, Quaesitor. – el hombre, con ojos marrones y cejas pobladas, sonrió con
soberbia.
-
¿Quién eres tú y qué
haces aquí?
-
Deberías cubrir mejor
tus pasos, Quaesitor.
-
Eso se puede arreglar –
Sanç entrecerró los ojos.
-
Oh, tranquilo, no vengo
en son de guerra, Quaesitor.
-
Eso lo veremos. – repuso
Sanç.
-
Oh, que torpe soy, aún
no me he presentado – Sonrió el desconocido – Soy Petrus, Septariano del Coro
Celestial y he venido, enviado por mi gente, para asegurarme de que tus
investigaciones son correctas y certeras.
-
¿Insinúas que falsearé
los datos o que seré incapaz de llevar a cabo una investigación seria? – Sanç
hablaba fría y desapasionadamente.
-
No nos engañemos, a la
Orden de Hermes le interesa menoscabar el prestigio del Coro Celestial en el
Concilio y es, cuando no, curioso que fuera un hermético el que planificara y
liderara el ataque, más aún el que no haya dado señales de vida ni se haya
encontrado su cuerpo.
-
He sido escogido por el
Concilio para esta misión, si tú o los tuyos tenéis pegas a esto, a ellos
debéis acudir. – apuntó Sanç, templando la rabia que sentía en su interior – Si
te interpones en mi camino o en mi misión, serás considerado parte del problema
y se actuará en consecuencia.
-
Hermosa amenaza – se rió
– Pero he venido a proponerte colaboración, cuatro ojos ven más que dos y a
ambos nos interesa acabar con esto lo antes posible.
-
Se terminará cuando deba
terminar, yo trabajo sólo.
-
Como todos los
herméticos, pero el Concilio nos agrupa a todos. Como comprenderás, a los
septarianos nos interesa conocer los detalles de lo ocurrido para tomar las
medidas precisas.
Sanç miró largamente a su interlocutor, no le gustaba y
sabía que se convertiría, probablemente, en una carga más que en una ayuda,
pero era mejor tenerlo cerca, dadas las circunstancias.
-
Te permitiré ayudarme,
Septariano, pero ante el primer movimiento extraño que vea por tu parte, te
acusaré ante el Concilio.
-
Sea, Quaesitor. – Petrus
le tendió la mano a Sanç, pero él no se la estrechó – Te dejaré apuntado mi
número de teléfono, ya que yo viviré en las afueras. Ahora descansa, el viaje
habrá sido agotador.
Sin más, Petrus se marchó cerrando la puerta tras de sí.
Shrödinger se restregó entre las piernas de Sanç, cuyo gesto seguía serio, con
tintes de mal humor.
prime!!
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