lunes, 16 de julio de 2012

Un villano real



Yo era pequeño,
Un joven zagal,
Inocente, tímido y puro

El hombre encorvado y deforme cantaba con una voz de tenor envidiable mientras se balanceaba de un lado a otro marcando el ritmo de la canción mientras alargó la última “u” con una sonrisa sàdica.

Los niños mayores
Eran muy malos
Siempre abusaban de mí
Pero entonces vi
¡Lo vi! ¿Que ví?

Golpeó al desdichado que tenía más cerca, que había intentado capturarlo junto con otros tres, con una fuerza brutal desplazándolo por el aire varios metros hasta que chocó violentamente contra la pared.

Vi mi futuro
Ancho y oscuro
Ser el Maestro del mal

En circunstancias normales su tendencia a alargar ciertas vocales, como la a de mal, habría resultado molesta, pero ante el despliegue de poder era no sólo inquietante, sino también aterrador.

Sus cuatro oponentes estaban malheridos, desperdigados por la vieja nave industrial. Se habían creído capaces de vencerle, pero le habían subestimado de tal manera que no podían hacer ya nada. Mientras tanto la canción continuaba.

Ellos me pegaban
y yo les podía
Aunque no quería
No sería un buen maestro de mal.

Dio varios saltitos como si bailara.

Yo lo que quiero
Lo que necesito
Es un héroe de verdad.
Pues el mundo yo conquistaré.
Pero no puedo mostrarme aún.
Necesito mi némesis para seguir.
Y esta muy mal, esta fatal,
Sin mérito humillar.

Paseó la mirada por los cuatro infelices.

Veréis mis pequeños,
La cosa está así,
Yo soy poderoso y busco a un par
Que mis planes pueda frustrar.
Yo soy el malo pero no tengo bueno
¿Qué mierda de historia
Esta será?
No sois ni la pálida sombra de mi poder.

Amplió la sonrisa enloquecida y llena de malícia.

Cierro los ojos
Y veo mil flores.
Su venganza llegará…
Por las cien rosas
Y los mil claveles
Que asesinado habéis.
La espina en la carne,
La sangre beben
Y nuevos esbirros tengo ya.

Cientos de flores de una especie indeterminada aparecieron alrededor de los cuatro fallidos captores enredándose y mordiendo sus brazos y piernas. Gritaban desesperados pero nadie les podía oír. Las flores fueron uniéndose hasta tomar formas vagamente humanoides que obedecían los designios de su amo.

Los pies les podía quemar,
La ropa podía arrancar,
Por la escalera hacerlos caer,
Pero no tenía mérito humillar.
Yo soy poderoso y ellos no,
¿Dónde está mi par?
Puedo haceros volar,
Puedo haceros cantar,
Mejor música que vuestros gritos
No habré de escuchar.
Pero no debo mostrarme
Pues no hay un héroe
Que frustre mis planes,
Que os de esperanzas
Y al final os habré de matar.

Los arrojó al aire haciéndoles chocar contra las paredes, los pies en llamas. Gritaron, de dolor y rabia, de desesperación. Sabían que iban a morir, pero aquél ser se ensañaba y no les dejaba partir.

Me llaman merodeador,
pero merodeado debería ser,
vienen a buscarme, me rondan sin tregua,
y creen que so merodeo
Equivocados  están,
no merodeo, yo tengo objetivo,
el mundo conquistar.

La canción tenía una cierta macabra solemnidad.

Ésta es mi historia,
Ahora la sabéis
Y ya me puedo marchar,
Apago las luces,
La voz en off,
¡Una risa malvada y adiós!
Los cuerpos inertes de los cuatro valientes cayeron pesadamente al suelo, ni una luz había ahora y en la lejanía solo se oía una risa hiriente.

lunes, 2 de julio de 2012

Mudanza (y II)


Schrödinger le siguió, la cabeza en alto y arqueando la espalda desafiante. Subieron al coche, un viejo Ford fiesta rojo y bastante cuidado, y salieron a la calle en dirección al puerto. Aquél era el principal motivo por el cual habían decidido ir por mar en vez de la comodidad de un vuelo rápido y barato. El coche, cargado con los últimos equipajes, resultaría necesario en la isla cuyo servicio de transporte público dejaba bastante que desear.

Aquél tipo de misiones eran especialmente engorrosas, rara vez conseguía mantener un trabajo durante más de medio año y aquella  inconstancia pasaba factura, especialmente en los tiempos que corrían. Sus ahorros se iban a ver severamente tocados ante aquella mudanza y, una vez más, se hallaría en el paro. Muchos considerarían que para un mago aquella circunstancia no debía ser realmente duradera, y si hubiera querido podría haber hecho que le contratasen de lo que él quisiera. Pero aquél uso de la magia era arriesgado e irresponsable, abusar de él podía atraer las atenciones de la tecnocracia más de lo deseado. Más aún teniendo en cuenta los hechos acaecidos en las islas.

No habían recibido informaciones claras, sólo una de las capillas isleñas había dado respuestas y lo había hecho de forma escueta. Muchos magos se habían enfrentado entre sí la misma noche bajo acusaciones de Infernalismo. Le correspondía a él realizar los debidos informes y comprobaciones, así como censar los magos existentes en las islas. También, y era la parte difícil de la misión, debía asegurarse de que el foco infernalista había sido erradicado y erradicarlo definitivamente, en caso de existir todavía. También debía evaluar el riesgo que representaba la actividad tecnocrática que, según los comunicados interceptados, era frenética en aquellos momentos.

Miró con cierta melancolía las calles de Barcelona mientras avanzaban hacia el puerto. Pese a no sentir especial aprecio por la gente, el lugar tenía un encanto que añoraría, siempre la añoraba. En el puerto, Schrödinger arañó, maulló y gritó al ver el mar, tratando de impedir el abordaje.

-          ¡Quieres matarme! – decía desesperado Schrö mientras trataba de escaparse de las manos de  – Esa cáscara de nuez se hundirá y nos ahogaremos todos, ¡VAMOS A MORIR!

-          ¡Cálmate de una vez, maldito gato! – Sanç consiguió atrapar a su familiar por el pellejo del cuello, quedando a salvo temporalmente de la acción de sus uñas. – No me obligues a dormirte.

-          No te atreverías – Schrödinger trató, en vano, de liberarse – ¡no te lo perdonaré nunca!

-          Ya está bien, no tenemos tiempo para esto – Sanç posó la mano libre sobre la cabeza del gato, el cual bufó – Hora de dormir, pequeñuelo.

Schrödinger se durmió en cuestión de segundos y Sanç aprovechó para colocarlo con sumo cuidado en el interior de la jaula para animales y la cerró. Sonrió, sabiendo que Schrödinger le haría la vida imposible durante una buena temporada para vengarse de aquellas ofensas. Por suerte no habría más problemas aquella noche. Subir el coche al ferry fue un trámite, acomodarse en las butacas una misión imposible. Se sentó junto a una de las ventanas del navío, alejado de los demás viajeros. Mirando a través del cristal mientras se alejaba lenta y perezosamente del muelle. Hasta que no salieron a mar abierto no notó el bamboleo de las olas.

Quizás por defecto profesional, no concilió el sueño en todo el trayecto. En un transporte como aquél estaba demasiado expuesto y no había posibilidad de escapar. Se pasó toda la noche en vela, atento y vigilante, controlando a los demás presentes hasta que sus respiraciones se hicieron pesadas y regulares para poder estirar las piernas paseando por cubierta. No le resultó complicado compensar el movimiento del barco para no desequilibrarse. Era un ferry estándar, con bodega de dos pisos para coches y camiones y luego otros tres o cuatro para el pasaje. Las puertas que daban a la cubierta exterior estaban cerradas por la noche, para evitar accidentes desafortunados. El trayecto, con todo, se completó sin novedades y Sanç se dirigió en coche hacia el que sería su nuevo hogar. Mientras esperaba en un semáforo en rojo despertó a Schrödinger y lo hizo callar ante la tromba de protestas indignadas.

El piso lo habían alquilado en una zona conocida como “S’Escorxador”, un barrio tranquilo y popular con multitud de servicios y buenas conexiones con el resto de la ciudad. Era también un barrio con alquileres asequibles. Al día siguiente empezaría a buscar trabajo y, a su vez, la búsqueda de magos tradicionales supervivientes y visitar las sedes de las diferentes capillas.
El edificio era un edificio como cualquier otro del barrio, construido entre las décadas de los setenta y ochenta, durante la segunda fase del crecimiento de la ciudad tras el boom turístico. Viviría en el ático de un edificio de cinco plantas, con ascensor. Los pasillos y el ascensor olían a lejía.

-          Un poco frío, el edificio, ¿no crees? – Schrödinger se había calmado a lo largo de los últimos minutos.

-          Es lo que nos podemos permitir. – repuso, taciturno, Sanç.

-          Si no digo que esté mal…

Sanç alcanzó la puerta del que iba a ser su piso, ya tenía la llave y la introdujo en el cerrojo. La puerta se abrió antes de que terminara de introducir la llave. Sanç se puso en guardia y le hizo un gesto a Schrödinger para que se quedara atrás.

El hermético abrió la puerta con cuidado y entró sigilosamente, avanzando por la casa despacio. No tardó mucho en llegar al salón, con una terraza de poco más de diez metros cuadrados. En ella había un hombre vestido de manera informal, con el pelo castaño corto, medía en torno a un metro setenta y se giró para encararse con Sanç.

-          Bienvenido a tu nuevo hogar, Quaesitor. – el hombre, con ojos marrones y cejas pobladas, sonrió con soberbia.

-          ¿Quién eres tú y qué haces aquí?

-          Deberías cubrir mejor tus pasos, Quaesitor.

-          Eso se puede arreglar – Sanç entrecerró los ojos.

-          Oh, tranquilo, no vengo en son de guerra, Quaesitor.

-          Eso lo veremos. – repuso Sanç.

-          Oh, que torpe soy, aún no me he presentado – Sonrió el desconocido – Soy Petrus, Septariano del Coro Celestial y he venido, enviado por mi gente, para asegurarme de que tus investigaciones son correctas y certeras.

-          ¿Insinúas que falsearé los datos o que seré incapaz de llevar a cabo una investigación seria? – Sanç hablaba fría y desapasionadamente.

-          No nos engañemos, a la Orden de Hermes le interesa menoscabar el prestigio del Coro Celestial en el Concilio y es, cuando no, curioso que fuera un hermético el que planificara y liderara el ataque, más aún el que no haya dado señales de vida ni se haya encontrado su cuerpo.

-          He sido escogido por el Concilio para esta misión, si tú o los tuyos tenéis pegas a esto, a ellos debéis acudir. – apuntó Sanç, templando la rabia que sentía en su interior – Si te interpones en mi camino o en mi misión, serás considerado parte del problema y se actuará en consecuencia.

-          Hermosa amenaza – se rió – Pero he venido a proponerte colaboración, cuatro ojos ven más que dos y a ambos nos interesa acabar con esto lo antes posible.

-          Se terminará cuando deba terminar, yo trabajo sólo.

-          Como todos los herméticos, pero el Concilio nos agrupa a todos. Como comprenderás, a los septarianos nos interesa conocer los detalles de lo ocurrido para tomar las medidas precisas.

Sanç miró largamente a su interlocutor, no le gustaba y sabía que se convertiría, probablemente, en una carga más que en una ayuda, pero era mejor tenerlo cerca, dadas las circunstancias.

-          Te permitiré ayudarme, Septariano, pero ante el primer movimiento extraño que vea por tu parte, te acusaré ante el Concilio.

-          Sea, Quaesitor. – Petrus le tendió la mano a Sanç, pero él no se la estrechó – Te dejaré apuntado mi número de teléfono, ya que yo viviré en las afueras. Ahora descansa, el viaje habrá sido agotador.

Sin más, Petrus se marchó cerrando la puerta tras de sí. Shrödinger se restregó entre las piernas de Sanç, cuyo gesto seguía serio, con tintes de mal humor.