jueves, 28 de junio de 2012

Mudanza (I)


Sonreía concentrado en su tarea, la alquimia era más una afición para él que una necesidad. Le relajaba la elaboración de pociones y aquello resultaba, a la par, bastante útil. Las pociones tenían infinidad de usos y aplicaciones. Mejorar temporalmente sus sentidos, despejar su mente o fortalecer su cuerpo eran unos pocos ejemplos, ya que había pociones que curaban enfermedades, aceleraban la recuperación de las heridas y el cansancio, pociones explosivas, somníferas… Y todas esas las había hecho ya incontables veces.

Uno de los pocos divertimentos que se permitía era aquél, la alquimia, a la que dedicaba gran parte de su tiempo de ocio, buscando nuevas recetas y nuevos retos. Precisión y concentración eran fundamentales, no todos podían llegar a convertirse en alquimistas pues aquella senda reclamaba mucha paciencia y un perfeccionismo casi enfermizo debido a los peligros que entrañaba una mala mezcla.

El gato, negro como la noche, se deslizó imperceptible dentro de la habitación. Sus ojos, igualmente negros, seguían todos y cada uno de los mesurados y metódicos movimientos de las manos de su dueño, Sanç. Con un salto elegante, se posó sobre la encimera que había a la espalda de Sanç.

Sanç tenía unos veinticinco o veintiséis años, nunca se lo había preguntado y realmente no le importaba. Alto y delgado, exhibía una gran sobriedad a la hora de vestir, con colores lisos y poco llamativos. Unas converse o unas zapatillas de trekking solían cubrir sus pies, vaqueros azules o grises sus piernas y su torso solía estar protegido por camisas de lino u otros materiales naturales, de colores blancos o beige. Las mangas estaban ahora arremangadas para evitar ensuciarlas con alguno de los muchos ingredientes que poblaban la mesa de trabajo y que el gato era incapaz de reconocer en su totalidad. Llevaba el pelo recogido con una coleta y era de color negro, liso y perfectamente arreglado. Una poblada barba de dos días completaban el conjunto, bajo él había una piel blanca que apenas conocía el sol. Sus ojos eran de un verde claro, anodino. En general su aspecto no llamaba la atención y aquello, unido a su habitual silencio y seriedad, hacían de él una persona que era fácil de olvidar y muy difícil de describir.

Aquella habilidad natural para pasar desapercibido resultaba beneficiosa para un mago como él. Sanç era un Quaesitor, miembro de la Orden de Hermes que se encargaba de asegurarse del cumplimiento estricto de las leyes de la Orden y del Concilio. También era, a menudo, el que tenía que encargarse de resolver los desmanes causados por magos locos o imprudentes, siempre con la mayor celeridad y de la forma más silenciosa posible.

-          ¿Y qué haces hoy, Sanç? – dijo el gato, hablando con total naturalidad.

-          Somníferos, que quedan pocos en la reserva, Schrödinger. – respondió, sin dejar de vigilar la mezcolanza que había puesto a hervir.

-          Ha llegado un nuevo encargo. – anunció el gato, Schrödinger.

-          Lo sé, me temo que este será uno largo.

-          ¿Cómo cuanto de largo?

-          Lo suficiente como para que tengamos que irnos a vivir allí una temporada, nos iremos mañana.

El gato saltó a la mesa donde se estaba desarrollando todo aquél trabajo. Sanç no se había girado para hablar con él, nunca lo hacía mientras elaboraba pociones.

No le gustaba para nada la idea de cruzar el mar, odiaba el agua como todos los gatos pese a los drásticos cambios que había vivido años atrás. Aquella parte de su ser no se la habían quitado.

-          ¿Y qué tenemos que hacer allí? – Schrödinger sabía que había que preguntarlo todo para que Sanç se dignara a dar la información.

-          Investigar unos casos de supuesto Infernalismo, asesinatos de magos, ataques a capillas… - suspiró Sanç – Lo normal.

-          ¿Normal? – hasta el gato, que tan bien conocía a su dueño, sabía lo excepcional del caso.

-          Ni las ironías coges ya, te vuelves viejo. – sonrió Sanç.

El gato bufó para luego tumbarse sobre el libro de recetas que estaba consultando Sanç y empezó a lamerse el pelaje para acicalarse.

-          ¿Podrías apartarte del libro, Schrö?

-          No, aquí se está muy cómodo. – respondió el gato.

-          Puede, pero siempre encuentras cómodo aquello en lo que esté trabajando en cada momento.

-          Será que necesitas divertirte más – se burló el gato. – Ojalá las gatas isleñas no sean tan insulsas como las de aquí.

-          ¿Insulsas? – Sanç enarcó una ceja.

-          No tienen mucha conversación, ¿sabes? Sólo maúllan y eso… - aclaró el gato – sirven para pasar un buen rato, pero poco más.

-          Siempre pensando en lo mismo, Schrödinger. – le riñó Sanç.

-          Sí, soy un animal por si no te has dado cuenta, y resulta que tengo mis necesidades. – Schrödinger entrecerró los ojos – harías bien de seguir más mi ejemplo en eso, que eres un rancio.

-          Tengo otras prioridades – se rió mientras mezclaba varias hierbas más.

-          ¿Qué puede haber más importante que la belleza y el cariño de una mujer?

-          No he encontrado la apropiada aún.

-          Que no hayas encontrado la apropiada no significa que no puedas ir explorando el terreno. – le repuso, meneando la cabeza – Además, si no sales de aquí nunca encontraras a esa “apropiada”.

Sanç calló y continuó con su tarea, odiaba aquellas discusiones con el gato. Schrödinger continuó acicalándose sobre el libro.

La mañana siguiente la dedicó a preparar las maletas mientras su gato lo miraba aprensivo. En previsión a una larga estancia, ya había alquilado una casa allá, enviando a su ayudante por delante, y habían trasladado la mayor parte de las cosas importantes a la que sería su nueva casa. El material de alquimia estaba ya totalmente empaquetado y las cajas estaban cargadas en un camión de mudanzas que ya esperaba en el puerto. La ropa también estaría preparada cuando terminara aquella maleta y ya sólo faltaría lo difícil.

-          Sabes que tienes que hacerlo, Schrö. – con voz cansina.

-          Me niego, es humillante. –Schrödinger estaba realmente ofendido.

-          Si no te metes en la jaula no te dejarán subir al barco.

-          Te digo que no, por los mil demonios, yo no me enjaulo voluntariamente.

-          Te meterás ahí por las buenas o por las malas, Schrödinger, no tenemos tiempo para esto.

-          Como te me acerques me aseguraré de dejarte unas marcas preciosas en esa cara que tienes. – entrecerró los ojos. – y mearé en todos los muebles una vez lleguemos allí.

-          Schrö, en serio, no tenemos tiempo para esto.

-          ¿No eres mago? Pues consigue que me dejen subir por mi propio pie a ese maldito barco.

-          La magia no debe usarse para esas frivolidades, Schrö. – le reprendió.

-          ¿Así que tu familiar es una frivolidad, eh?

-          No he dicho eso, Schrö.

-          Es lo que das a entender.

-          Haz lo que quieras maldito gato, eres peor que una mujer indecisa. – Sanç tiró la toalla con el gato y cogió la maleta. – El que pasará hambre serás tú, no yo.

Sanç salió de la habitación y se paseó una última vez por la casa, completamente vacía y desnuda.  No sentía especial tristeza por abandonar Barcelona en una nueva misión. Desde que despertara, años atrás, se había sentido bastante desarraigado. Sus misiones a menudo le llevaban lejos de su hogar, si es que podía llamarlo así. No sentía paz al entrar en esa casa, no la sentía suya, y aquello seguiría siendo así cuando volviera de Mallorca, pasara el tiempo que pasara.

No tenía familia, le habían repudiado cuando empezó a hacer cosas raras y a cambiar, a juntarse con “gente poco conveniente” y a cambiar de hábitos. A todos los magos les pasaba, el trauma del despertar y la nueva visión de la realidad hacían que cambiaran para siempre y aquél cambio a menudo los alejaba de aquellos a los que había querido en algún momento.

Tampoco contaba con muchos amigos, su maestro ya no era tal, pues tenía un nuevo aprendiz y ahora estaba sólo. El hecho de ser un Quaesitor  conseguía asustar y alejar a todos los magos, la fama de la casa pesaba demasiado. Muchos consideraban a los Quaesitores como una especie de policía secreta que se encargaba de reprimir cualquier discordancia en las tradiciones, eran vistos de la misma manera que era vista, generalmente, la guardia civil. Una especie de enemigo contra el que no se puede luchar y que es mejor mantener alejado. La fama de la casa tenía sus ventajas cuando se trabajaba, pues muchos habían oído bulos sobre escabrosos procedimientos que usaban para obtener la verdad de sus prisioneros y la casa no se molestaba en desmentirlos, a veces hasta los potenciaba. El temor era un arma más en el arsenal de un Quaesitor. Pero aquella misma fama redundaba en grandes dificultades para establecer relaciones personales o amistades, todos se ponían en guardia y nunca confiaban.

Los Quasitores, entre sí, tampoco se relacionaban en exceso. Sus misiones solían ser solitarias y estaban en constante movimiento. No se asentaban nunca en ningún sitio y rara vez colaboraban dos veces con el mismo Quaesitor de manera que, aunque muchos sí se conocían, no establecían relaciones profundas. Sanç, en concreto, contaba entre sus amigos reales a su familiar, el gato Schrödinger, y a su ayudante, Oriol, un chico ansioso por aprender alquimia que se pagaba sus clases ayudándole en sus misiones y haciendo las veces de criado y secretario.

lunes, 18 de junio de 2012

Magi in Tenebras: Vorágine. Prólogo


Durante un tiempo (al menos hasta que finalice el trabajo final del máster que estoy cursando) publícaré una vez a la semana, intentando que sea siempre en Lunes. Con todo... hoy lanzo ya el Prólogo de Magi in Ténebras: Vorágine... espero que os guste.


Esto empieza ya...

Pd: para los que me han comentado que no recordaban de donde salía el personaje de Iris, podés leer su primera aparición en: E. Halloween 2011 (I)E. Halloween 2011 (II) y E. Halloween 2011 (y III)


***


Iris se deslizaba con movimientos felinos mientras se adentraba en la cueva, con una sonrisa maliciosa y confiada en sus labios. Sobre su cuerpo sólo había una capa de tela negra cubriendo su desnudez. Tal y como acostumbraba cuando se dirigía a aquellas reuniones, no cubría su cabeza con la capucha, era la única persona de los presentes que siempre mostraba abiertamente su identidad. La reunión a la que se dirigía era, esta vez, especial. Era la primera que celebraban después de los sucesos que ella había orquestado y provocado en las islas y que habían esparcido la muerte y la destrucción en la mayor parte del mundo mágico del archipiélago.

Las galerías de la cueva estaban a oscuras, como siempre, pero la oscuridad era para ella como el abrazo de un amante cálido y dedicado. Conocía el camino a la perfección, lo había atravesado incontables veces desde que se liberara de sus miedos y de las trabas de una absurda moralidad que ahogaban su potencial, su poder.

Minutos más tarde llegaba a la fría cámara central, excavada por siglos de corrientes de aguas ahora desaparecidas. Era una bóveda natural de roca caliza, apenas labrada en el centro por manos humanas para destacar un altar. Una docena de figuras cubiertas completamente por capas y ropas negras que no dejaban piel al descubierto. Diez de ellas formaban un círculo que se abrió para franquearle el paso hasta el altar, donde las otras dos aguardaban.

-          Llegas tarde, Corruptora. –La voz de la figura más alta rezumaba ira.

-          Tus impertinencias han sido toleradas por ahora, pero tras tus estrepitosos fracasos deberías tener más cuidado-. – La voz de la otra figura, más baja, denotaba autoridad.

-          El premio era grande – sonrió Iris, la Corruptora. – Lo sabes bien, Sacerdote.

-          Te precipitaste y con ello has dañado gravemente nuestros progresos – respondió la figura de vos autoritaria, conocida como “Sacerdote”. – Teníamos un culto infernalista ampliamente extendido y ahora no queda nada.

-          Tampoco quedan magos que se puedan enfrentar a nosotros. – repuso, una vez más, Iris.

-          ¿Qué no? Me parece que no ves las cosas con claridad, Corruptora. – La voz del Sacerdote tomó el tono de un padre que reprende a su hija. – El concilio ya ha enviado a un agente para investigar lo ocurrido y varios magos sobrevivieron.

-          Todos novatos y ¿Qué podrá hacer un único agente?

-          Es un Quaesitor. -Se oyeron murmullos en el círculo exterior ante tal revelación. – Y le ha seguido otro mago.

Sacerdote se paseó alrededor del altar, mirando a los demás presentes, que se callaban inmediatamente cuando sentían su mirada posada sobre ellos, parecía pensativo.

-          Tomaremos medidas para neutralizar al Quaesitor, pero no serás tú, corruptora – bajo la capucha, Sacerdote entrecerró los ojos. – Tú volverás a tu misión inicial y esta vez no te saldrás del guión, hemos perdido demasiado potencial con la matanza de magos y hemos llamado demasiado la atención, no sólo del concilio.

-          Pero…

-          Silencio – Sacerdote no alzó la voz, pero se impuso al instante, Iris calló. – Crea un nuevo culto infernalista y cíñete al plan, no llames la atención. Mientras, Destructor, se encargará de su parte.

Destructor se pasó la lengua por los labios, enseñando los colmillos a Iris.

-          Así lo haré, Sacerdote, así lo haré…

-          Los demás seguid con vuestras insidias, estas islas deben pertenecernos, pero no a costa de atraer a todos nuestros enemigos. Si queremos bailar sobre las cenizas de este mundo, primero debemos preparar la sinfonía – concluyó Sacerdote – Ahora, marchaos y cumplid la voluntad del Wyrm.

Iris se fue, humillada, saliendo de la cueva con paso airado. Ella había creado una pequeña porción de caos, muerte y destrucción y el premio que recibía era el escarnio público. Algún día Destructor pagaría por sus traiciones y ése día ella estaría en primera fila para verlo. Sacerdote permaneció en la sala, junto a Destructor:

-          No me fío de ella, Sacerdote.

-          Haces bien.

-          Deberíamos acabar con ella, supone un riesgo.

-          Aún nos es útil, Destructor. Cumple con tu parte y yo me aseguraré de que ella cumpla con la suya. Y no creas que no sé que la mayoría de los recién llegados que debías interceptar se te han escapado, has fracasado en tu oportunidad de ganar prestigio entre  los tuyos (*).

-          Los estamos rastreando…

-          Tráeme sus colmillos y deja en evidencia al Arzobispo.

-          Así se hará. - dijo Destructor mientras recuperaba un tic largamente olvidado: Tragó saliva.

-          Ahora márchate, pronto amanecerá.


***

(*) En referencia a este interludio

lunes, 11 de junio de 2012

Interludios: El pecio



Nuevo interludio, éste se debe a que el magnífico ilustrador Marc Reynés (del que ya os hemos hablado alguna vez en este blog y del  que podréis ver parte de sus trabajos en http://sinpostnohaydibujo.blogspot.com.es/me pidió que hiciera un relato de la ilustración que aparece a mitad de esta publicación, así que... aquí lo tenéis.

***

Aquello le daba mala espina, desde el principio. Encontrar pecios abandonados en medio del espacio, en rutas que no usaban ni los contrabandistas, era un hecho ya de por sí excepcional, pero que el pecio fuera una nave alienígena de un modelo desconocido, aquello era malo.

Muy pocas, extremadamente pocas, eran las razas capaces de llevar a cabo viajes espaciales y ninguna de ellas tenía relaciones amistosas con las demás. Después de las últimas grandes guerras espaciales, en las que la destrucción y el salvajismo de las distintas razas se habían cebado con los civiles se había logrado una paz inestable, debido a que cada una de las mismas estaba exhausta.

Todas competían por unos espacios que definían como vitales, todas habían subyugado o extinguido a las razas inteligentes menos avanzadas que habían encontrado en sus áreas y cuando se habían topado con razas tecnológicamente iguales, el conflicto siempre era inevitable. Era una mera cuestión de supervivencia, la mayor parte de las veces no había habido odio entre las razas, no hasta las últimas guerras en las que sí se habían causado odios que no desaparecerían aunque pasaran décadas.

Él había sido un marine de asalto, de los locos que se lanzaban con sus trajes hacia las naves enemigas o que las penetraban con barcazas de asalto y había sobrevivido a la nada despreciable cifra de treinta y siete batallas, era uno de los más veteranos. Al acabar la guerra se había retirado del ejército, harto de tanta sangre y de los alienígenas y se había convertido en marinero de una nave mercante que se dedicaba al comercio interno entre los planetas de las federaciones humanas, sin alienígenas por medio que molestaran.

Los odiaba, con abrumadora pasión, las raras veces que veía a uno se veía obligado a refrenarse para no lanzarse de inmediato para arrancarle el corazón (o los corazones en el caso de los Eclidianos). Y al ver el pecio había sugerido primero e insistido después en lanzar varias cargas explosivas y enviarla al olvido para siempre. El capitán se había negado y, no contento con eso, había reunido a los tres marineros con experiencia militar que tenía en su propia tripulación y los había armado con carabinas de baja calidad y les había ordenado escoltarle por el interior del pecio abandonado.

Los tres veteranos se encogieron de hombros, pero se miraron entre sí, nada convencidos. Su experiencia les indicaba que entrar en naves alienígenas era una idiotez, lo mejor era destruirlas a distancia y no volver a preocuparse por ellas, pero el Capitán, un joven inexperto que sólo había conocido a comerciantes no humanos sentía curiosidad por visitar el interior de una de esas naves.

Mientras se acercaban con la nave de salvamento vieron las abruptas líneas del pecio con todo detalle, a nadie le sonaba ni remotamente el modelo de nave. No se parecía a nada que hubieran conocido antes y aquello les perturbaba. Parecía mantener aún en marcha algunos de sus equipos, unas pocas luces y quizás algunos de los ordenadores de a los veteranos añoraron los escáneres de signos vitales que tantas emboscadas les habían evitado. Suspiraron.

Alcanzaron una zona lisa donde pudieron posar la nave, iniciando los trabajos de acoplamiento estanco y perforación del casco para acceder al interior de la nave. Reut, experto en demoliciones y sabotajes se encargó mientras Trup y él mismo se mantenían alerta y apuntando al que pronto sería un boquete en el casco de un metro veinte de diámetro. El capitán se mantenía unos pasos por detrás.

La placa cortada cayó pesadamente y todos sintieron como se les hacía más difícil caminar. Los sistemas gravitatorios seguían en marcha y pertenecían a una raza procedente de un planeta con una gravedad mayor, aquello era un nuevo contratiempo y los veteranos se empezaron a preocupar. De las cinco grandes razas exploradoras, sólo una procedía de un planeta más pesado que la tierra y eran enemigos formidables.

-          Craf – le dijo Trup – cuando Reut se aparte salto primero, luego me sigues tu… capitán, usted espere aquí hasta que aseguremos la zona.

Tanto Craf como el capitán asintieron. Reut se apartó y Trup saltó, cayendo con un gran golpe que resonó en los vacíos pasadizos del pecio.  Craf le siguió y ambos aseguraron la zona. Reut fue el tercero en bajar, usando una escalerilla portátil y finalmente el capitán.

Exploraron la nave con metódica paciencia, sin dejar huecos, los veteranos estaban demasiado acostumbrados a sorpresas en el interior de las naves enemigas como para permitirle al inexperto capitán de una nave mercante tomar las decisiones. No se separaron tampoco, la experiencia les enseñó que separarse era siempre una mala idea.

En el interior, las líneas seguían siendo abruptas y seguían sin encontrar referentes conocidos, la nave estaba fría y a oscuras acrecentando su inquietud a medida que avanzaban. El puente de mando, o lo que creían que era el puente de mando, estaba desierto y unas pocas lucecitas parpadeaban. No comprendieron ni fueron capaces de relacionar los signos que allí había con ningún otro que conocieran.

Siguieron explorando, bajando varias cubiertas hasta llegar a una puerta de grueso metal cerrada a cal y canto. Los veteranos no querían abrirla, querían irse de nuevo a casa, pero el capitán no transigió. Soplete en mano Reut necesitó varias horas para agujerear la puerta, hasta que finalmente cedió. Tras ella había bastantes luces encendidas, pero nadie vivo, aunque técnicamente decir nadie era incorrecto.

Varios tanques de suspensión vital estaban repartidos por la sala, la mayoría de ellos apagados hacía muchísimos tiempo y con cadáveres de los que sólo quedaban los huesos aún flotando en sus aguas enturbiadas. Sólo uno de los tanques permanecía aún en funcionamiento y su contenido fascinó a los presentes.

Un cuerpo femenino de una belleza sobrecogedora, con piel y pelo blancos y completamente desnuda y con un vacío, una nada oscura si es que podía llamarse a eso oscuro, en el centro mismo de su pecho. Parecía humana, aunque algunos rasgos y detalles como la piel y el pelo eran inusuales y jamás había visto nada parecido a lo que portaba en su busto. Parecía estar aún viva, aunque con el tiempo que debía de llevar en suspensión era difícil de adivinar hasta qué punto.



Se miraron entre sí sin saber qué hacer. Finalmente, el capitán decidió llevarse a la chica, pues si estaba viva podría ser muy valiosa para alguno de los gobiernos de la federación. Una fuente de información increíble y para él era una suerte haberla encontrado. Los veteranos obedecieron, en contra de su propia voluntad. No sabían quién ni qué era, que era capaz de hacer ni cuánto tiempo llevaba en suspensión, despertarla podía ser traumático y arrastrarla hasta algún sucio laboratorio para convertirla en una esclava sometida a quién sabe qué no era una idea que agradara a ninguno de los presentes, salvo al propio capitán.

Tardaron horas en encontrar la manera de liberarla, una manera para nada sutil puesto que al no descubrir los mecanismos para liberarla optaron por reventar el tanque. La mujer cayó arrastrada por los líquidos tan bruscamente liberados y Craf la cargó lo más amablemente que pudo evitando tocar la oscuridad. Tras comprobar que sus signos vitales seguían allí, aunque algo alterados, se fueron de la nave y volvieron al mercante, instalando a la mujer en la enfermería. Se turnarían cada ocho horas para vigilar su progreso.

Reut la vigiló durante las primeras ocho horas pero no pasó nada, Trup realizó el siguiente turno con idéntico resultado. Craf realizó el tercer turno, a desgana. La mujer resultaba inquietante para él. Su piel de alabastro rota por la negrura resultaba hipnótica y Craf apartó la sábana para poder observarla con detenimiento. Normalmente habría llevado a cabo ese gesto para contemplar las formas de la mujer, pero esa vez no.

Llevaba tres horas observándola cuando ella se movió por primera vez, apenas las puntas de los dedos, pero Craf se puso en guardia. Una hora más tarde ella despertó con un grito y cubriendo su desnudez mientras miraba asustada al veterano. Éste estaba apuntando hacia ella con una vieja pistola robada al ejército. Sus respiraciones aceleradas y el nerviosismo que ambos compartían creaban una extraña sensación en Craf, como si en cierto modo fueran iguales. Craf bajó su pistola y ella se tranquilizó.

-          No te haré daño pequeña – le dijo Craf mientras le tendía una mano, ella se acurrucó contra la pared, sin dar muestras de comprender. Él se señaló a sí mismo – Craf.

-          ¿Ggraff? – Pronunció titubeante.

-          Craf – insistió con una sonrisa.

-          Meliet – la chica se señaló a sí misma. Craf sonrió de nuevo mientras enfundaba la pistola con movimientos lentos y pausados.

La nave empezó a temblar violentamente, Meliet volvió a asustarse y a gritar pero Craf se acercó a ella y la estrechó entre sus brazos poniendo cuidado en no tocar la negrura, alrededor de la misma se sentía un frío gélido.

-          Estamos aterrizando, Meliet. – Ella lo miró, sin comprender.

Cuando se produjo el violento golpe contra el suelo producto del aterrizaje Craf levantó los protectores exteriores de las ventanas y miró a través de ellas. La visión que obtuvo no le gustó: Un pelotón del ejército de la federación los esperaba, junto con varios furgones de retención. Vio como el capitán salía a recibirles con los brazos abiertos y como era tiroteado en la cabeza sin haber mediado palabra alguna.

Reconoció los movimientos de los soldados que se adentraron en la nave, típicos de un grupo de asalto recién salido de la academia. Negó con la cabeza y desenfundó la pistola. Meliet estaba de nuevo asustada tras oír el tiro fuera de la nave, pero dejó que Craf la tomara de la mano y la arrastrara en una carrera frenética a través de los pasadizos del mercante.

-          ¡Ahí está! – la voz metalizada de un soldado con la faz cubierta por una máscara de combate y los pesados pasos de las botas militares de todo un comando se acercaron hacia ellos, las balas surcando el aire a su alrededor.

Craf corrió hasta la bodega de carga y empujó a Meliet hacia su interior, disparó tres veces hiriendo a uno de sus perseguidores y se encerró en la bodega bloqueando desde dentro el sistema de apertura. No tenía salida alguna, estaban atrapados. Meliet escondía su rostro entre las manos y sollozaba. Craf suspiró, algo en su interior le decía que aquella criatura era delicada y necesitaba de su protección. Abrió el tambor de su pistola, un antiquísimo colt que había pertenecido a un oficial de rango mayor muerto durante una batalla y que Craf había robado, sólo le quedaban dos balas. Cerró el tambor de nuevo mientras los primeros golpes se dejaban oír al otro lado de la puerta, no tardarían mucho en derribarla.


-          ¿Por qué? – Gritó Craf por encima del ruido del ariete.

Se hizo el silencio.

-          Armamento alienígena no autorizado, entrega al sujeto al ejército de la federación o serás acusado traición y condenado en consecuencia.

Craf miró a Meliet, ahora ella le miraba a él. Craf creyó ver en sus ojos una súplica y suspiró. Besó la frente blanquecina de la chica.

-          Por encima de mi cadáver, bastardos. – Gritó de nuevo y se preparó para morir combatiendo.

Eso sería, en el fondo, un descanso. Morir como había vivido, entre sangre y fuego, pero al menos esta vez sabía el motivo por el que estaba dispuesto a morir y aquello le daba paz.

Una pequeña explosión consiguió que la puerta cediera, volando violentamente contra la pared contraria. El primer soldado atravesó la puerta y el primer tiro de Craf lo derribó, atravesando el visor de la máscara. El segundo soldado se cubrió y Craf, sin más opciones desenvainó el puñal que siempre llevaba en la bota y se abalanzó sobre el soldado.

Pero Craf estaba volviéndose viejo y el culatazo que le propinó el soldado lo derribó nublando su visión. El soldado apuntó con su fusil, Craf podía imaginarse la expresión del soldado tras la máscara y suspiró, moriría habiendo tumbado al menos a uno.

Meliet se levantó mientras los otros soldados  entraban, no se acercaron a ella, que estaba hablando en una lengua completamente desconocida, casi gritando, y apuntaron hacia ella. Extendió los brazos, Craf la miró con tristeza pero se quedó helado. La nada de su pecho bullía y rebullía, los ojos de la joven brillaban violentamente, los soldados empezaron a dispararla pero ninguna bala la dañaba siendo todas engullidas por la oscuridad. Craf sintió como si estuviera absorbiendo el aire, las balas y, a medida que crecía el grito de Meliet y la violencia de la oscuridad, absorbió también las cajas del almacen, las armas de los soldados y finalmente a los propios soldados e incluso partes de la estructura de la nave.

Meliet cayó de rodillas al suelo, exhausta. Un violento incendio había empezado ahora. Craf se levantó, cargó a Meliet y salió corriendo por una de las aberturas que había abierto. No sabía que había pasado, pero le debía la vida y esa deuda Craf no la iba a olvidar, ahora tenía una misión: proteger a Meliet hasta el fin de sus días.

Y así lo haría, pero esas son otras historias que hoy no os contaremos...

miércoles, 6 de junio de 2012

Interludios: Rabia



No tenía previsto poner nada hoy, pero me ha pegado el venazo y aquí tenéis, está cargado de detalles que quizás hagan su lectura un poco compleja si se pretende alcanzar el sentido que he querido darle al texto. Y también soy consciente de que al poner esto os estoy condicionando a buscar esos detalles :P

Buena suerte

***

-         

-          Imbécil.

-          Algo se me tenía que pegar de ti, preciosa. –sentenció con una sonrisa feroz y una mirada para nada amable.

Le cruzó la cara de un guantazo, pero eso a él le alivió. Por primera vez en mucho tiempo tenía la sartén por el mango, ella le necesitaba a él y no al revés. En realidad, nunca la había necesitado, ahora se daba cuenta de ello, pero había necesitado avanzar de nuevo por su camino durante un tiempo para verlo.

Una extraña paz fue la que le otorgó el picor que sentía en la mejilla y la sonrisa feroz fue convirtiéndose en una sonrisa liberada. A través del fuego y del infierno, como le gustaba referirse a las desventuras que lo habían asolado durante los últimos años mientras avanzaba con un ritmo fluctuante en la senda de la iluminación y que en buena medida ella había provocado.

Ambos eran aprendices del mismo maestro, ambos dominaban las mismas esferas, pero mientras que ella tenía una facilidad casi pasmosa para la esfera de Mente, él había destacado siempre en Materia y Fuerzas. Por un tiempo, su maestro vio como se complementaban casi a la perfección, desarrollando un intenso aprendizaje pero con una elevada tendencia a entrar en conflicto con buena parte de lo que les rodeaba. Tendencia que terminó provocando la renuncia de su maestro, un estricto erudito de la Casa Bonisagus, que los envió directamente, y con referencias, a las garras de un maestro de la Casa Tytalus.

Si la Casa Bonisagus era la epítome de la teoría y la erudición escolásticas, la Casa Tytalus era la epítome del conflicto. Vivían por y para él, lo consideraban la única vía a través de la cual se podían obtener verdaderos conocimientos y muchos de sus maestros lo interpretaban con un salvajismo enfermizo.

Fueron tiempos duros, muy duros. El entrenamiento ya no consistía en aprender innumerables listas de hechizos con detalles esmerados y un perfeccionismo puntilloso. Ya no tenían un día a día completa y absolutamente predecible. Ahora, su maestro, les despertaba cada día a una hora distinta pateándoles en las costillas y los enviaba a misiones muy por encima de su capacidad sin tolerar jamás el fracaso. Como magos, ambos se convirtieron en rocas capaces de resistir todas las condiciones adversas y toda la presión que se les presentara, pero él no era un auténtico Tytalus. Era perseverante, sí, hasta la saciedad, y resistente como una montaña, adaptándose a todas las dificultades que se interpusieran en su camino. Pero era manso, el conflicto no era su vía y el maestro Tytalus lo vió. Ella era la auténtica Tytalus.

Tras un tiempo, él fue nuevamente expulsado de una Casa de la Orden de Hermes y, acto seguido,  de la propia orden para vagar durante dos años, sin maestros y sin saber qué hacer. La tecnocracia siempre estaba al acecho y necesitaba cuidar bien sus espaldas, sin dejar rastro alguno. Se acostumbró a la vida nómada, prosiguiendo sus estudios individualmente y utilizando cualquier cosa que  fuera útil para su intento de comprensión del universo.

Ella volvía a aparecer de vez en cuando, perturbando su mundo y consiguiendo que se ganara nuevos enemigos, no podía negarle nunca su ayuda.

“Camino de la perdición” se decía, cuando ella volvía a desaparecer, y seguía su senda con ojos cansados. Tardó mucho tiempo en conseguir librarse de su influencia. Fue necesario que su paciencia se colmara, algo harto difícil.

Ya hacía semanas que notaba la sensación de que algo iba mal. Mas arisco e irritable, ya había alzado varias veces la voz, aunque nunca llegando a gritar, y la situación se habría alargado por más tiempo si no hubiera vuelto justo en ese momento.

“¡Si está aquí mi huérfano preferido!” había dicho, entonces, para saludarlo.

Nunca había llevado bien la expulsión de la Orden. Había sido su sueño, no el de ella. Él había impulsado su entrada, animándola cuando ella estaba deprimida (algo realmente frecuente en aquella primera época). Él había sido su sostén y su fuerza, pero ella se la había terminado robando, como un Súcubo que roba la vida de sus víctimas. No la había odiado por aquello, por haber sido abandonado como un perro ni por haberlo convertido en motivo de burla, ni siquiera por haberle robado su sueño. Él seguía adelante como siempre, duro como la raíz de un árbol viejo y firmemente asentado, mientras rememoraba siempre dos versos que adoraba del archiconocido poeta Gustavo Adolfo Bécquer “Tu eres el huracán y yo la alta torre que desafía tu poder”.

Pero odiaba profundamente su condición de huérfano, con toda su alma. Era un odio acérrimo que embargaba la misma esencia de su ser y ella lo sabía.

“Huérfano” había dicho.

Y entonces todas las iras y frustraciones acumuladas durante años de manipulaciones y vejaciones habían explotado, sin previo aviso. Agolpadas contra las puertas que su paciencia habían mantenido cerradas, todas aquellas sensaciones brotaron de golpe en un simple y sencillo “Basta”.

Y entonces el nuevo comienzo.

“Basta” Frío, duro como el acero, sin un gesto que suavizara la rudeza de su voz. La rabia le había ganado por primera vez y ella se había quedado paralizada por la sorpresa durante unos pocos segundos.

Esos segundos supusieron para él una profunda satisfacción, anheló dañarla con las palabras al igual que ella siempre lo hacía, quería abrir en su alma heridas permanentes tan profundas y dolorosas que su sangrado fuera constante. Heridas sobre las que echar sal, escupir y pisotear. No se reconoció a sí mismo y se amargó.

Inmediatamente pugnó consigo mismo para controlarse: por un lado, su parte irracional reclamando la sangre de su víctima a la que acababa de descubrir vulnerable; por el otro lado, su parte racional que le empujaba y amonestaba sin parar pues su actitud se alejaba de aquello que quería llegar a ser.

Cerró los ojos, respirando profundamente y dominándose rápidamente, aunque no completamente. Su rostro tenso, su mirada ligeramente entrecerrada, sus puños prietos y sus dientes serrados se encararon hacia ella; quien, por su lado, se había recuperado de la sorpresa inicial y volvía a sonreír, vivaracha, y a parlotear sin parar.

Observó que aquél parloteo insulso era vacuo, repetitivo y con un componente que se repetía constantemente “yo”. Ella siempre tenía la razón, aunque estuviera diciendo disparates, pues él transigía para no discutir enconadamente hasta llegar a un callejón sin salida en el que ninguno de los dos cedería en su postura. Ella siempre tenía lo mejor y sus opciones eran las correctas. Era como una niña pequeña con demasiado poder.

Él tenía problemas para relacionarse con otra gente, era cierto, pero ella se enfrentaba a ellos, necesitando siempre un enemigo contra el que lanzar sus iras. Pero aquél día, el “huérfano” estaba harto de transigir. ¿Qué ella necesitaba un enemigo? Muy bien, él se lo daría y ella se arrepentiría.

Silencioso, pero no estúpido, él escuchaba siempre, y miraba, conocía sus puntos débiles mucho mejor que ella y ése fue su objetivo prioritario.

No recordaba que le dijo exactamente, pero no tuvo piedad ni cuartel. No se precipitó, no gritó, todo seguía un brillante y calculado plan, como si hubiera estado pensando en ello desde hacía años.

La vio llorar y le gustó, sintió poder y, sobretodo, sintió que volvía a ser dueño de sí mismo. Se presentó ante él una decisión que marcaría su existencia en adelante: Podía convertirse en aquello o volver a su autocontrol  que rayaba lo obsesivo.

Paladeó la crueldad, pero optó por la coherencia. Irónicamente, ella había tomado por nombre “Pandora” y él comprendía ahora el significado y la importancia real del nombre que todo mago.

-         

-          Imbécil.

-          Algo se me tenía que pegar de ti, preciosa.

Miró en su interior y buscó el modelo que deseaba seguir. Recordó las lecciones de su anciano maestro Bonisagus y luego rememoró todos los pasos que le habían llevado hasta ahí. Decidió que su nombre debía ser “Antístenes”