jueves, 31 de mayo de 2012

Interludios: Teatro Vampírico

Sólo decir que este interludio, un poco más largo que el anterior, tiene importancia para "Vorágine" una vez le de comienzo.

¡Un saludo!

***

Bajó el telón, apenas mitigando la exaltada ovación de los espectadores,  la protagonista se deslizó hacia el lateral, como una diva, casi flotando sobre el entarimado. Al poco, ante la insistencia de la audiencia, tanto ella como los demás actores salieron y saludaron, dejando que la lluvia de aplausos los inundara.

Desde su cómoda posición entre bambalinas,  el Gángrel miró despreciativo a la Toreador, él estaba fuera de lugar, pero cumplía órdenes… y maldita fuera la hora en que había decidido aceptar el trabajo.

Luego los actores se retiraron a sus camerinos y el Gángrel tuvo que esperar cerca de dos horas a que la toreador se dignara a prestarle atención, saliendo del camerino perfectamente maquillada y enfundada en un vestido tan elegante como caro, chocando con el aspecto desaliñado del Gángrel.

-          Bien, ¿qué quieres sabandija? – la repulsión que la Toreador sentía hacia el Gángrel era evidente - ¿Porqué molestas a Ariadna Ferrer con tu inmunda presencia?

El Gángrel sonrió con ferocidad antes de contestar.

-          Se te reclama en presencia del consejo de primogenitura, princesita. – Disfrutó al ver como Ariadna tragaba saliva, como acto reflejo.

-          ¿Q-que quiere de mi el consejo?

-          Tú sabrás, yo tengo orden de llevarte ahí de inmediato y dudo que el tiempo que has perdido les vaya a caer bien – Estaba disfrutando de ése momento, cuando la presa se daba cuenta de que había dado un paso en falso.

Al fin, todo se aceleró y avanzó con fluidez, Ariadna permaneció callada y le miraba temerosa mientras caminaban hacia El Liceu, el lugar donde se reunía el consejo habitualmente.

Los hicieron pasar nada más llegar, lo que contribuyó a aumentar el nerviosismo de Ariadna y el placer del Gángrel.

Repartidos y dispersos entre los asientos del gallinero estaban los primogénitos de los siete clanes, sobre el escenario, alto y erguido, se hallaba el príncipe Augustus, con su gesto marcial y su vestimenta perfecta. Augustus dirigió una mirada reprobadora a Ariadna y con un gesto los mandó colocarse cerca de él, frente al escenario, junto a tres figuras más.

-          Bien – Dijo Augustus con su voz templada – Tras muchas negociaciones y una espera inapropiada tenemos aquí a todos los elegidos para la misión.

Augustus miró a los cinco vampiros que había situados frente a él.

-          Joan Llinàs, del clan Ventrue, Ariadna Ferrer de los Toreador, Raimon Muntaner de los Brujah, Elsa Schmidt del Clan Tremere y finalmente Alexandre Mir de los Gangrel. – uno a uno asintieron a medida que indicaban sus nombres – Habéis sido escogidos por el consejo de la primogenitura para una misión de importancia vital para los planes de la Camarilla…

***

Alexandre miró por la borda, el olor a sal y el frescor de la noche le agradaban y le mejoraban el humor, ahora que el silencio nocturno sólo era roto por el sonido de las olas contra el casco, ahora que se había alejado del incesante parloteo de la toreador, pudo empezar a admirar lo que iba a ser su nuevo hogar.

Los riscos y acantilados de las montañas de la sierra se recortaban oscuros en la noche, podía ver las manchas de luz de las diferentes poblaciones que se repartían entre las montañas, aquello le molestó, pero no podía evitarlo, esperaba encontrar algún punto de naturaleza virgen para poder instalarse en él, aunque sabía que no iba a ser fácil.

Entrando en la bahía, la toreador volvió para molestar con su parloteo constante y vacuo, el Brujah la miró despectivo, pero el Ventrue revoloteaba a su alrededor, la Tremere se mantenía tan apartada como él mismo.

Estuvo un rato meditando con respecto a la composición de la cuadrilla, era ilógico, era un grupo que no se conocía, con varios miembros con una evidente falta de visión de conjunto, por no hablar de su escasa capacidad de trabajo en equipo. Aquélla era una misión suicida a su modo de ver, desde el principio había sospechado una encerrona y un grupo como aquél no estaba capacitado para conquistar la isla para la Camarilla. Para cuando la Toreador se calló admirada por la visión de la catedral de la ciudad, completamente iluminada destacándose como centro visual de la bahía y de la ciudad, Alex ya había llegado a la conclusión de que los enviaban para morir, mirando a los demás, le pareció que el Brujah y la Tremere habían llegado a la misma conclusión o estaban en ello, el supuesto líder Ventrue y su supuesta segunda al mando Toreador parecían creer que sería un paseo rápido y glamouroso en el que no iban a tener que ensuciarse las manos, patéticos.

Minutos más tarde el barco estaba llegando a puerto, cercano al muelle y disponiéndose a atracar, la Toreador volvía a parlotear mientras el Ventrue asentía y añadía comentarios estúpidos dándole cuerda a su interlocutora, eran demasiado ruidosos, pero a Alex eso ya le venía bien, las sombras en el muelle eran demasiado profundas y el ya se había agazapado y había sacado sus garras, con todo el cuerpo en tensión, presto para saltar. El brujah había mostrado más inteligencia de la habitual para su clan y se había parapetado  tras unas cajas, llevaba en la mano una pesada tubería de hierro, de la Tremere no había rastro y no le gustó aquello. Nadie salió para atar las amarras, y aun así la toreador y el Ventrue sólo se quejaron de lo burdo e incivilizado que era el servicio.

Las sombras avanzaron. Pudo verlo al oír los grititos de sorpresa de aquellos dos inútiles y ruidosos vampiros que se suponía que les lideraban. Realmente se merecían la muerte definitiva, pero no podía permitírsela, su muerte solo lo expondría aún mas, lo primero era salir de ahí, después ya pasarían cuentas.

El Ventrue se colocó caballerosamente frente a la toreador y se enfrentó a las primeras sombras que cayeron sobre cubierta. A una señal de Alex, el Brujah y él se abalanzaron contra esas sombras rasgándolas sin mucha dificultad.

-          ¡Eran un señuelo! – Gritó Alex, colocándose espalda contra espalda con el Brujah esperando el verdadero asalto, notó como el Brujah se estaba empezando a poner demasiado nervioso, eso tampoco le gustó. La Tremere seguía sin aparecer  y murmuró – Esa zorra nos ha dejado en la estacada.

El Brujah bufó y estrujó la tubería con más fuerza.

Media docena de vampiros, medio recubiertos de sombras con formas grotescas de tentáculos y brazos deformes los rodearon, cayendo pesadamente sobre la cubierta, silenciosos y mortíferos. Los ojos de Alex empezaron a brillar en un rojo antinatural y pudo ver como otros tantos vampiros, envueltos en sombras, se habían colocado algo más apartados, a su alrededor nuevas formas de sombras se iban formando y se acercaban peligrosamente, aquél ataque estaba minuciosamente preparado.

-          Luchemos contra estos salvajes, su muerte nos dará la isla – El Ventrue seguía sin ver más allá de su propia nariz.

-          Hay que salir de aquí y perderlos, idiota. Brujah, por la izquierda a mi señal. – Dijo Alexandre, el brujah asintió.

-          ¿Cómo osas contradecirme, perro?

-          ¿Aun no ves que esto es una maldita trampa?

El Ventrue calló, asumiendo con excesiva lentitud la verdadera situación.

-          ¡Ahora, todos! – Alex gritó y tanto él como el Brujah se abalanzaron hacia la izquierda, cuando saltaron por la borda hacia el muelle mientras varios tentáculos sombríos se precipitaban hacia ellos. Sin llegar a ser tocados gracias a varios proyectiles de sangre que los destruyeron a tiempo. “Así que la zorra se ha colocado a una distancia prudencial…” pensó, luego arengó a los otros - ¡Venga vosotros dos!

La toreador los había seguido casi al instante, pero el Ventrue, heroicamente, decidió cubrir la retirada de los demás lanzándose contra los que les rodeaban y así halló una heroica muerte definitiva.

Al tocar el cemento del muelle corrieron, alejándose lo más posible de las sombras que los perseguían, algunos proyectiles de sangre más les permitieron ganar algo de distancia y rompiendo cristaleras se abrieron camino hasta las calles, después todo fue bastante rápido. Robaron un coche cuyo conductor, atónito, fue destrozado por algunas de las sombras airadas que veían impotentes cómo sus presas huían, pero la paz duró poco y fueron perseguidos a una velocidad frenética, tardaron casi una hora en perder a sus perseguidores en el laberinto de calles de una ciudad para ellos desconocida, durante toda la persecución permanecieron callados dejando que Mike, el Brujah, condujera a gusto.

Consiguieron salir de la ciudad y buscaron carreteras secundarias y fincas abandonadas hasta que, poco antes del amanecer, encontraron una vieja “Possessió” o Caserío abandonado. Cuando se adentraron en él vieron que salvo por los agujeros en el techo, el edificio parecía firme y tenía un sótano espacioso, al igual que una bodega, con los restos de grandes cubas y que les podría servir de refugio temporal. Además, a Alex y a Mike, les resultaba especialmente agradable gracias a la cara de asco de Ariadna, la toreador.

-          Voy a deshacerme del coche – Mike era bastante seco y poco dado a rodeos. – luego tenemos cosas que hablar.

-          Sin duda – La voz de Elsa, la Tremere contrastaba por su suavidad, parecía costarle hablar en voz alta.

-          ¿Pero tú de donde coño sales y como nos has encontrado? – Mike, nuevamente.

Elsa se acercó al Brujah y de entre su pelo enredado sacó una monedita de hierro rojizo.

-          Hay maneras, ahora ve, rápido, no nos conviene que nos encuentren… otra vez.

El Brujah se alejó murmurando.

***

Estaban en el sótano, entre muebles viejos y al filo del amanecer. Se miraron unos a otros, todos sabían que la llegada había sido un desastre, el primero de ellos ya había caído cuando se suponía que deberían haber llegado sin hacer ruido e infiltrarse sin ser percibidos.

-          … Os digo que era una trampa, nos han enviado a morir, nada mejor cabría esperar de la Camarilla, asumidlo, estamos solos – el Brujah continuaba con su diatriba – pero nuestra soledad también es una ventaja, tenemos la oportunidad de conquistar la isla y crear un Estado Libre Anarquista, como nuestros camaradas de California. A la mierda la Camarilla y su esclavitud hacia los antiguos, ¡seamos Libres!

La toreador asentía, sin decir mucho, era evidente que en aquél momento le parecía divertido y quizás entretenido ser una rebelde anarquista, pero de alguien como ella no se podía esperar un gran idealismo, Alex no veía en ella ni una chispa de depredador. Cuanto más la veía, mas se preguntaba como lo habían hecho los Toreador para sobrevivir a lo largo del tiempo. Por su parte, Alex, siempre había sentido simpatía por los Anarquistas, no constreñían la libertad como la Camarilla, asintió levemente.

-          La Camarilla nos ha enviado a la muerte, permanezcamos muertos para ella, es hora de iniciar nuestro camino – El Brujah se dejaba llevar por la emoción al ver que la audiencia parecía receptiva.

Elsa había permanecido en silencio, sin dar muestras de sentir nada, al cabo optó por levantarse.

-          No participaré de un grupúsculo anarquista, vosotros habéis tomado vuestra decisión, yo la mía, permaneceré fiel a la Camarilla, mañana me iré de la cuadrilla, suerte en vuestro empeño, supongo que tarde o temprano nos reencontraremos.

Y se marchó a un rincón donde se dispuso a descansar, el resto sintieron cierto alivio al saber que no tendrían que aguantar la presencia de una Tremere, Alex se sentía especialmente contrariado por su presencia, pero también era consciente que de toda la cuadrilla original, a parte de él mismo, era la que tenía más instinto de depredador, a su pesar era consciente de que era una pérdida importante.

domingo, 27 de mayo de 2012

Interludios: Batalla


Las huestes se habían encarado al albor del día, varios centenares de metros las separaban. Las fuerzas reales gozaban de una posición que era ventajosa, estando en alto y frente a los vados del río que frenarían la carga del oponente.

Sus comandantes parecían confiados y seguros de la victoria, al fin y al cabo aquél era su hogar y lo conocían bien mientras que los bárbaros acababan de llegar tras una noche de marcha, bajo el frío y la lluvia. Las tropas del Rey se mostraban en todo su esplendor, con las armaduras de los nobles relucientes y sus acorazadas monturas relinchando ocasionalmente ansiosas por hacer temblar con sus cascos el campo. La infantería mantenía ante sí los escudos en alto, mostrando las libreas de los duques de la zona y la espada ensangrentada del Rey. Se ordenaban en largas filas perfectamente formadas, en silencio, aunque podía detectarse algún movimiento inquieto de los soldados.

Pocos pasos más adelante formaban los arqueros, entre los que estaba Arcel, preparados para desatar una lluvia de flechas cuando los bárbaros se pusieran a su alcance, el cual estaba convenientemente señalado con rocas blancas, camufladas para que solo pudieran ser vistas desde su lado. Tanto la infantería como los arqueros portaban cotas de malla y un jubón de cuero blando, con brazales y grebas de cuero y un yelmo ligero reforzado, limpios y lustrosos.

En el otro lado un contingente de tropas menor al suyo, en torno a la mitad, con hombres de vestimentas, estaturas y armamentos demasiado diversos como para recordarlos todos. Abundaban las vestimentas de pieles o de telas de colores oscuros, pardos. Armados con hachas y mazas, sus espadas apenas podían recibir ése nombre, pues eran cortas y anchas, fabricadas con un metal probablemente deficiente. Eran bárbaros al fin y al cabo, jamás podían llegar a concebir una tecnología similar a la del Reino, ni en sueños. Eran salvajes, sucios y brutos.

No parecían mellados por el cansancio de la larga marcha, no estaban inquietos, muchos bromeaban los unos con los otros, se oían risas e incluso cantos en una lengua que era incapaz de comprender.

Los bárbaros poseían arcos bastante potentes, probablemente con mayor alcance al suyo y eso le preocupaba. No sería una preocupación por mucho tiempo, si ésos arcos se mostraban mejores que los propios, en pocos meses todos los arcos del ejército real habrían sido substituidos y mejorados, el Reino sabía que sólo con lo mejor podía alcanzar una gloria imperecedera.

Aquél día los lideraba el Príncipe heredero, Yalbre, único hijo varón del anciano Rey Mirfas, gallardo guerrero y gran estratega. Él había escogido el lugar donde presentarían batalla. Por medio de escuadras de hostigamiento había redirigido a los bárbaros hacia allí, se había asegurado de que no tuvieran  descanso en toda la noche y había hecho preparar el campo de batalla marcando los alcances máximos de los arcos y preparando trampas en la parcela de tierra que se extendía al otro lado del río, incluso había acertado en lo referente al lugar donde los bárbaros se pararían para prepararse para el ataque.

En cuanto los bárbaros cargaran, habrían firmado su sentencia de muerte, Arcel había oído la noche anterior que la caballería auxiliar estaría dispuesta entre los árboles en la orilla de los bárbaros y les cerraría la retirada.

Arcel se imaginaba la gloria de la victoria, rápida y sin esfuerzo. A los novatos que sobrevivían a su primera batalla les daban una ración extra de comida y había preferido ignorar los consejos que los soldados veteranos prodigaban la noche anterior, avisándoles de que estos bárbaros no eran tan bárbaros y que probablemente sabían perfectamente lo que el Príncipe Yalbre pretendía. Decían que esos “bárbaros” eran del pueblo del bosque de las montañas, los más duros oponentes a los que el Reino se había enfrentado. Divididos en clanes dispersos y enfrentados, solo se unían cuando algo que realmente lo valiera los obligaba… es más, repetían constantemente que el montañés medio era mucho más habilidoso e inteligente que el súbito más apto del reino.

Pero eran la mitad, estaban rodeados y una infinidad de trampas se alzaban ante ellos. Habían sido atrapados y no había nada que hacer, además, tenían entre las tropas del Rey a un grupo de magos expertos en la batalla.

Esos magos daban escalofríos, todos los magos daban escalofríos. Todos tenían esa aura siniestra y pálida, casi rozando la lividez, y los ancianos decían que olían a muerte. Pero por desagradables que fueran, los magos eran poderosas fuerzas de destrucción y era sabido que entre los montañeses no se apreciaba la magia. Valoraban el acero y la valentía, considerando la magia como herramienta de cobardes. Irónicamente, en los antiguos mitos eran los montañeses el pueblo cuyos magos ostentaban los mayores rangos de habilidad y poder.

El Príncipe Yalbre se adelantó con su portaestandarte y cruzó el vado en dirección a los bárbaros. De entre estos se adelantó un hombre entrado en años, fornido y armado con un gran martillo de un reluciente metal que era incapaz de identificar, parecía profusamente decorado, pero desde la distancia apenas distinguía nada.

La imagen del bárbaro, cubierto de barro y polvo, vestido con pieles de animales salvajes, con una cota de malla oscura que le llegaba hasta las rodillas, justo hasta donde terminaban esas botas también de pieles contrastaba con la brillante armadura del príncipe, esmaltada en blanco y ribeteada en oro, con la espada ensangrentada, emblema de la familia, en el pecho.

El bárbaro avanzaba a pie y el príncipe en un poderoso semental de guerra, negro como el carbón y cubierto con una armadura igualmente negra que destacaba al compararla a la armadura del príncipe, ayudando a que ésta fuera aún más deslumbrante.

Intercambiaron varias palabras pero no parecieron llegar a un acuerdo, el Príncipe Yalbre se dio la vuelta, con el rostro airado, y volvió hacia la tropa. El bárbaro, en cambio, parecía feliz y se rió de buena gana antes de volver con los suyos.

El Príncipe vociferó algunas órdenes y todo el ejército se dispuso para  el combate, Arcel clavo varias flechas  ante sí para facilitarse la recarga del arco. Como mandaba la tradición, el ejército real se mantuvo en completo silencio, ni un grito, ni una arenga, ni una risa, ni un gemido… estaban por encima de eso. El ejército del Rey era una única y poderosa mole de acero incapaz de sentir dolor, miedo o alegría. El soldado real nunca se dejaba llevar por sus pasiones o por el furor, avanzaba y mataba metódicamente siguiendo las órdenes de sus oficiales.

En frente, los montañeses empezaron a cantar al unísono “a sus Dioses” según el susurro un veterano que estaba al lado de Arcel. Les miró despreciativo mientras golpeaban con sus armas, desordenadamente, al suelo, a los arcos o a los escudos, creando una cacofonía estridente y molesta pero que no conseguía causar terror o nerviosismo alguno, salvo a los veteranos.

Arcel miró al Príncipe Yalbre esperando la señal, también parecía inquieto, pero Arcel lo achacó a la tensión del inminente inicio de la batalla. Los arqueros montañeses lanzaron varias andanadas contra las arboledas que les rodeaban, habrían parecido disparos un tanto aleatorios si no hubieran oído una gran cantidad de relinchos agónicos de los caballos que se escondían ahí.

“Ya empiezan” susurró de nuevo el veterano.

En el flanco derecho de las tropas reales se alzó un griterío y embistieron contra sus compañeros justo cuando entre la tropa montañesa sonaron varios cuernos que llamaban a combate. Los montañeses avanzaban en dos grupos: el grande esquivando todas las trampas y dirigiéndose al río, el pequeño dispersándose hacia las arboledas.

“Traición”

Los gritos provenían de la derecha, los mercenarios apostados ahí estaban  presionando hacia el centro, matando a los desprevenidos guerreros del rey. El Príncipe parecía desorientado y no daba órdenes, algunos soldados del rey lanzaron sus escudos y empezaron a correr, otros, los soldados de los duques, obedeciendo las órdenes de estos retrocedieron y formaron una línea propia pivotando para aguantar las embestidas de los traidores y de los que llegaran a través del río.

Arcel no entendía nada, al igual que los novatos de entre los arqueros y los infantes. Los veteranos, en cambio, se dejaron llevar por el instinto y la costumbre. Rompieron las filas iniciales creando sus propios contingentes, compactos y combativos. Los novatos, viéndose solos y dispersos, abandonados a su suerte, no reaccionaron a tiempo cuando los montañeses cruzaron el río sin una sola baja, sin un solo herido por las flechas de unos soldados que aún las tenían preparadas en los arcos.

Tanto los veteranos como las tropas ducales habían actuado con rapidez, minimizando los efectos de la sorpresa sobre sus ánimos y sacrificando sin pestañear a los compañeros que habían recibido la carga de los mercenarios traidores y que iban cayendo rápidamente mientras intentaban contener, sin éxito alguno, la presión que recibían por el flanco.

Los montañeses acabaron de cruzar el río y Arcel miraba aún al Príncipe, esperando órdenes, sin comprender lo que sucedía. Cayeron sobre ellos y los barrieron. Arcel reaccionó al fín, fue de los pocos que no corrieron, se quedó y luchó. No sabía por qué lo hacía, pero prefirió que fuera así, mejor morir con honor que con una herida en la espalda.

El Príncipe seguía sin reaccionar y su guardia personal lo iba moviendo en dirección a Arcel, si el grupo de Arcel y los otros novatos resistentes mantenían su posición el tiempo suficiente, el Príncipe podría retirarse del campo de batalla cubierto por los veteranos. Era difícil que llegara a pasar, los montañeses eran combatientes formidables, aún siendo inferiores en número, sus guerreros contaban por dos o tres de los soldados del Rey. Arcel golpeaba con todas sus fuerzas y con toda su habilidad y solo conseguía retroceder y sobrevivir. Frente a él un montañés alto, con una larguísima cabellera rubia rizada ornada con algunas trenzas y unos ojos azules combatía con un martillo a dos manos similar al del viejo que se había adelantado apenas minutos antes.

El golpe que Arcel recibió en el pecho lo dejó sin aliento y tuvo que poner una rodilla en el suelo para evitar caer, mirando hacia arriba vio que el montañés rubio no era tal, era una montañesa. Iba a morir a manos de una mujer, bufó, frustrado.

A su alrededor el entrechocar del acero, la carne cortada, la tela rasgada y el crujido del hueso era como una música que cuadraba con la canción constante de los montañeses en combate. Se le erizó la piel, ni siquiera sintió el golpe que acabó con él.

lunes, 21 de mayo de 2012

Epílogo


Elsa se había recuperado rápidamente. Aquél factor había hecho que los intensos  interrogatorios no hubieran tardado en llegar. Había pasado días enteros en las salas de interrogación, siendo sometida a todo tipo de pruebas, análisis y test psicológicos. Al parecer los había superado satisfactoriamente y había sido asignada otra vez en el distrito balear.

Sus informes y la información obtenida gracias a ella le habían valido un ascenso con recomendación especial por su “probada lealtad y abnegación en el servicio de la Unión”. Ahora se convertiría en capitana del equipo de rastreo y conjuración de elementos subversivos, teniendo bajo su mando a tres miembros iluminados de la Unión. Dada su experiencia con los subversores se encargaría de la búsqueda y captura de aquellos, con la misión de reeducarlos o eliminarlos, gozando de cierta libertad de acción y decisión.

Pasó las siguientes dos semanas ante una montaña de expedientes para seleccionar a sus compañeros, una montaña de posibles agentes asignados con uno sólo que había solicitado voluntariamente el puesto y conocido con el alias “System32”, perteneciente a la convención de Iteración X de la metodología estadista. Era una metodología compuesta por analistas y planificadores capaces de poner de los nervios a cualquiera. Se dedicaban a cuantificar las probabilidades y los comportamientos humanos buscando patrones que pudieran resultar contraproducentes o peligrosos. Tampoco le gustaba que fuera voluntario, pues los voluntarios podían pecar por exceso de entusiasmo, pero cuando estaba a punto de descartarlo para el equipo, una escueta orden superior la obligó a aceptarlo en el equipo.

Tener a System32 en el equipo eliminaba la posibilidad de escoger a un miembro de su propia convención, uno de los hombres grises, miembros del Nuevo Orden Mundial. No eran agentes de campo sino informadores, miembros del servicio de inteligencia. La directriz que se le había dado era que no podía haber dos miembros de la misma convención o con la misma función en el comando.

El resto del tiempo del que disponía lo dedicaba a la rehabilitación de su maltrecho cuerpo, debido al drenaje al que la había sometido Dís.

Los comandos provenientes de Barcelona habían encontrado la construcción principal medio en ruinas, con buena parte del personal no iluminado muerto o herido. Habían encontrado pruebas evidentes de ritos subversivos y habían dedicado varios días a asaltar y limpiar otras construcciones menores. Toda la estructura tecnocrática de las islas se estaba reconstruyendo casi desde cero.

Otra de las ventajas que había conseguido con su ascenso era el derecho a tener un apartamento propio, relativamente libre de micrófonos y cámaras. Había ganado el derecho a una limitada intimidad y aquella era quizás la prueba definitiva de que había subido ligeramente de estatus.

Pero aquello no era suficiente, tenía que demostrar que merecía su nuevo cargo y que podían confiar en ella incluso para cargos de mayor responsabilidad. No se le escapaba que buena parte de los motivos para ascenderla estaban relacionados con la subversora corrupta identificada como Iris. Ella había resistido a la corrupción y era la única persona viva que podría identificarla. Según los informes, el cuerpo de la subversora no había sido encontrado y su principal misión era la localización y eliminación de ése peligro. En el informe también mencionaban el cuerpo de un hombre no registrado, encontrado con tres tiros en el pecho, al que reconoció como Miles. Sintió una mezcolanza extraña de sensaciones al ver su rostro sin vida.

Los otros sucesos de la noche, repartidos en las tres islas mayores del archipiélago, se habían saldado con el hallazgo de once cuerpos en un edificio del casco antiguo de Palma que se había incendiado, tres en una discoteca de Ibiza y otros cinco en un caserío cercano a Ciutadella, en todos esos sitios había muestras evidentes de actividad infernalista y de combates entre subversores.

Miles y los suyos se habían sacrificado para corregir un mal que se había extendido no sólo entre los suyos, sino también entre la tecnocracia y luego habían ido a dar caza al origen de todos aquellos males. Era loable pero habían fracasado.

La tecnocracia sería la encargada de atrapar y neutralizar la amenaza, en una demostración de su superioridad moral y real. Las tradiciones seguían siendo un peligro y la Unión Tecnocrática era la solución a todos los problemas que padecía aquél mundo enfermo. Elsa tenía ahora la oportunidad de demostrarlo.

***

Las clases habían empezado días atrás, aquella nueva rutina resultaba agradable tras un verano lleno de aventuras y emociones de todo tipo. Era extraño volver a la rutina mundana, volver a ver a sus amigas y no tener que acudir a agotadores entrenamientos.

Pero no todo era como antes del verano, María tenía ahora una doble vida y un cúmulo de experiencias que no podía contar a nadie. No sabía en quién podía confiar, ni siquiera si debía confiar en alguien a parte de Alanna, quien se había convertido en una amiga inseparable. De día, María era una joven universitaria, estudiante de filosofía, algo tímida pero muy curiosa que devoraba todos y cada uno de los libros que caían en sus manos. Tenía un pequeño grupo de amigas y era la hija menor de una familia completamente normal. De noche, en cambio, María era una maga Euthanatos, se entrenaba constantemente y patrullaba por las calles de la ciudad, buscando. Muchas veces no sabía qué era lo que buscaba, pero terminaba encontrándolo.

En estas patrullas la acompañaba Alanna, ambas magas se complementaban. Alanna era una joven dulce, amaba la vida y trataba de preservar todo aquello que merecía ser preservado. María, por su parte, tenía una misión muy concreta, eliminar la corrupción. No había tenido que matar a nadie desde que disparara a Miles, y había muchas formas de combatir la corrupción, para su alivio. Ayudaban a los necesitados y escarmentaban a los delincuentes.

Ambas se habían convertido en activistas en varios frentes, Alanna se había unido a varias asociaciones ecologistas isleñas y estaba entusiasmada con las excursiones que hacían a lo largo y ancho de la isla. Por su parte, María se había convertido en colaboradora de varias organizaciones que trabajaban en el ámbito social.

María no había olvidado la última orden que recibiera de Miles, pero no sabía por dónde empezar a buscar a Iris. Entretanto seguía entrenándose por su cuenta para aumentar su poder y habilidad.

Alanna buscaba la manera de adaptarse a aquél nuevo hogar, de costumbres tan ajenas a las de su infancia. Gracias a El Caminante había obtenido documentación vigente para regularizar legalmente su situación y habían conseguido que los padres de María la acogieran en su casa.

Ambas habían decidido declinar la invitación de El Caminante para pasar a formar parte de Libertas, prefiriendo mantener su independencia. Su nueva cábala no tenía nombre aún y no formaban parte de ninguna capilla. Tras ello, El Caminante había desparecido sin dejar rastro ni despedirse, aunque ambas tenían la seguridad de que volverían a verlo, no sabían cuándo sería. Alanna estaba convencida de que había partido en alguna búsqueda espiritual.

El mundo mágico de las islas se había visto trastornado por los acontecimientos que habían causado la muerte de más de la mitad de los magos tradicionales, de los treinta y dos magos de las tradiciones sólo quedaban con vida, que supieran, ocho si se añadía a Alanna.

Habría consecuencias e investigaciones por parte de enviados del Concilio de las Nueve Tradiciones, era algo que se esperaban. Todo aquello aún no había terminado, quedaban muchos cabos sueltos, especialmente en lo relacionado a la destrucción de las capillas anteriores a la desaparición de Iris, a los motivos que pudieron originar la primera traición de los magos de Harmonía y cuando se inició el brote infernalista. Ya no podía escapar de aquel mundo tenebroso en el que se había visto sumida y en cierta manera tampoco quería. Había descubierto que entre las tinieblas podían encontrarse las luces más brillantes.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Isla de la Calma (y II)


Se encaró a María y la miró gravemente:

-          Morríghan, tienes que matarme.

-          ¿Qué?  - María no entendía a Miles.

-          En mi estado, pronto volveré a caer en silencio, ya estoy cayendo. – dijo Miles. – Y esta vez será para no volver a levantarme.

-          Pero… - Objetó

-          Ya has visto lo que he hecho, no quiero convertirme en eso.

-          Yo no quiero…

-          No se trata de lo que quieres, sino de lo que debes – la cortó con contundencia, mientras el llameo de sus ojos seguía oscureciéndose. – Y sabes que debes darme muerte, estoy más cerca de la corrupción de lo que debería y si no lo haces me perderé irremediablemente.

María asintió, temblorosa.

-          Estas son mis últimas órdenes, acaba conmigo y acaba con Iris, cueste lo que cueste. Ella es una Nefanda ahora, la esencia misma de la corrupción. – Miles sonrió, el viento volvía arreciar cada vez con más fuerza a su alrededor. – Y por lo que más quieras, no dejes que te embelese con sus cantos.

María bajó la mirada y preparó el arma, comprobó el cargador y quitó el seguro. Lo hacía con lentitud deliberada tratando de reunir el valor. Asió la pistola con ambas manos, el pulso le temblaba. Apuntó a Miles al corazón y lo miró con lágrimas en los ojos.

-          No puedo…

-          Eres una Euthanatos, haz tu trabajo. – Miles sonrió justo antes de sumergirse de nuevo en los abismos de la locura.

La joven maga bajó la cabeza, cerró los ojos y suspiró profundamente. Cuando alzó de nuevo el rostro su pulso ya no temblaba, sus ojos estaban secos, su mirada decidida. Apretó el gatillo una, dos y hasta tres veces. Miles recibió los disparos con los brazos abiertos, sin perder la sonrisa. Mientras caía las llamas de sus ojos desaparecieron, el viento amainó y las sombras a sus pies desaparecieron. Chocó con su espalda con la pared y se deslizó por ella dejando un rastro de sangre hasta quedar sentado. Dirigió una última mirada, vidriosa, hacia María y abrió la boca para decir algo, pero nunca se podría saber qué.

María se acercó hasta él y, tal y como le enseñara Dís, se arrodilló a su lado, le cerró los ojos y puso una moneda en su boca.

-          Kazaríste ten psijé sas ta eleuzera kanália.

Pronunció aquellas palabras que le enseñó Dís. No sabía que significaban, pero puso las manos en forma de cuenco y las tendió hacia el mago caído en forma de ofrecimiento. Una luz de un verde malsano salió de la boca del muerto y se materializó entre sus manos con la forma de un eslabón de cadena, idéntico a los eslabones de las cadenas que Dís usara antes de morir. Finalmente el eslabón se desvaneció y María se levantó.

***

Alanna había llegado apenas unos minutos atrás al edificio. Desolada miró como la muerte se había cebado con tantos hombres, muertes por efecto de la magia de un loco. Los aspersores de agua habían apagado el incendio hacía tiempo, pero los rastros del mismo eran evidentes. No había acudido nadie a socorrer a los heridos.

Minutos antes había sentido que su destino se truncaba de nuevo, había sentido el vacío que aquello había provocado, pero aún quedaba mucho por hacer. No sabía que había ocurrido allí, no sabía el motivo de tanta muerte pero sí sabía que una corrupción más allá de lo imaginable había huido, había conseguido escapar. Avanzó de habitación en habitación sanando a los pocos que podían ser sanados y terminando con el sufrimiento de los que no. Avanzó hasta que encontró un ascensor y se metió en él.

Bajó piso por piso hasta que encontró una sala repleta de resonancias oscuras, observó a una  joven, que aparecía en sus sueños, arrodillada frente a un mago muerto. Vio como una luz verde salía del cuerpo del caído y se ligaba a la joven. Sus miradas coincidieron, oscuros los ojos de una, claros los de la otra. La joven de cabellos y ojos oscuros se acercó a ella y se miraron detenidamente.

-          Debemos irnos de aquí, llegarán muchos tecnócratas en poco tiempo y preferiría no encontrármelos.

Alanna asintió:

-          Soy Alanna, de los Verbena.

-          Morríghan, de los Euthanatos.

No necesitaron decirse más, al encontrarse ambas habían sentido una gran calma y paz, conscientes de que todo lo que había ocurrido había sido para que aquél encuentro se pudiera producir.

Tras subirse de nuevo al ascensor y volver a la planta por la que habían entrado, salieron por la puerta que Miles había reventado. Lejos, en el horizonte, el sol despuntaba ya lanzando sus primeros rayos de luz rojiza.

-          Tras las nuits oscuras llega la luz que despeja las sombras del futuro. – Sonrió Alanna con su fuerte acento.

-          La oscuridad siempre acecha, profunda, especialmente cuando la luz es más fuerte. – Respondió María.

Y la luz de aquél amanecer era fuerte, deslumbrando a María, cuyos ojos se habían acostumbrado a la penumbra del interior del edificio. Rebuscó en sus bolsillos y extrajo las gafas de sol que habían pertenecido a Miles. Se las colocó con cuidado tras inclinar levemente la cabeza mientras lo hacía. Al alzar de nuevo el rostro aquellas gafas conjuntaron con su expresión grave. 

Suspiró.

Finalmente las dos jóvenes se encaminaron hacia la ciudad para perderse por sus calles mientras el sol se levantaba sobre una ciudad que ignoraba los hechos que se habían vivido aquella noche.

lunes, 14 de mayo de 2012

Isla de la Calma (I)


Miles alzó el puñal, mirando fijamente a María con sus ojos llameantes. El rostro de la joven se relajó, y se calmó. María ya había vivido una experiencia cercana a la muerte, hacía apenas unos meses aquello la habría derrumbado, pero de pronto se dio cuenta de que no tenía miedo y estaba dispuesta a morir. Sonrió a Miles consiguiendo que él permaneciera quieto. La llama de sus ojos empezó a menguar hasta que desapareció, la brisa cayó cediendo a la quietud del aire y pudo ver como las sombras se desvanecían.

-          ¿Por qué te paras, Miles? – Iris transmitía de pronto un gran nerviosismo. – Estas a punto de ser libre, ¡Hazlo!

-          No recorreré esa senda. – La voz de Miles había cambiado, sonrió a María guiñándole un ojo.

Miles se volvió hacia Iris, erguido, desafiante y apuntó con el puñal hacia la maga corrupta.

-          Como has dicho, he sido una marioneta en tus manos – no había pesar en sus palabras. – Pero hay cosas que he conseguido gracias a ello.

-          No digas estupideces, ¡Sacrifícala! – Iris, imperiosa, volvía a estar en la posición que recordaba a la de una bestia salvaje acorralada.

-          Mi alma y la de Érato han sido atadas más allá de esta vida y siempre se reencontrarán. – Miró el puñal – Esto que me has dado corta los hilos que tu habías tendido, pero no como pensabas que lo haría.

-          ¿Cómo…? – la incomprensión y la rabia, el miedo al fracaso embargaban a Iris.

-          Ha hecho falta la sonrisa de un alma pura que aceptaba su muerte para que despierte de mi sueño.

-          Tu lucidez no durará, luego volverás a estar sólo, Miles.

-          Sé que no durará, pero no habrá un luego, ni para ti ni para mí. – Miles cerró los ojos durante dos segundos. – Ignis.

La llamarada que creó Miles se dirigió hacia Iris mientras esta conseguía esquivarla a duras penas. Con sus gritos alarmó a varios tecnócratas que habían permanecido ocultos hasta ese momento. María se tumbó en el suelo, de nuevo, para ponerse a cubierto de los disparos, y se abrochó la camisa. Palpó con la mano el suelo buscando una de las pistolas que debería haber caído por allí.

Miles se había enfrascado en el combate. Sus hechizos ahora eran más débiles, más comedidos, pero mucho más precisos. No tardó más de treinta segundos en neutralizar a los tecnócratas y encararse de nuevo a Iris. El viento que rodeaba en aquellos momentos a Miles era cálido y acogedor, las llamas de los ojos se habían tornado blancas y las sombras a sus pies ya no absorbían la luz a su alrededor, desprendían una profunda y pesada tristeza.

Iris estaba de pie, cerca del pasillo de salida, en su terrible y repulsivamente atrayente belleza.  A su alrededor las sombras parecían más profundas, como si se tragaran todo lo bueno y hermoso que había en el mundo. A pocos pasos se colocó Miles, alto y orgulloso, su aspecto era casi regio.

María suspiró al ver a Miles de aquella manera, entendía por fin por qué Dís había admirado tanto a su compañero. Había algo anacrónico en él, una fuerza que iba más allá de aquella edad gris y triste en la que la maravilla escapaba y moría ante el empuje de la razón. Se trataba de una fuerza que habría arrastrado a otros a luchar hasta vencer o morir por un ideal. Vagamente, tuvo la sensación de que aquello era lo que la Orden de Hermes podría llegar a ser si fueran capaces de superar su propia arrogancia. Se le antojó que en los herméticos residía el liderazgo necesario para guiar a las tradiciones en su lucha por la ascensión, pero tenían que vencerse primero a sí mismos.

Los siguientes hechizos que intercambiaron se anulaban entre sí, demasiado igualados en poder como para que uno de los dos venciera. María, mientras tanto, encontró su pistola y la aferró sintiendo consuelo en la fría empuñadura.

-          Las cosas cambian, Iris. - Observó Miles. – Tu corrupción te ha otorgado poder, pero sigues sin poder vencerme.

-          Tú tampoco puedes vencerme – se sonrió satisfecha. – Y tu pronto enloquecerás de nuevo.

-          Ya te he dicho que lo sé – Repitió Miles con voz cansina, luego sonrió. – Pero no creas que no puedo contigo.

Miles embistió a Iris, placándola y aprovechando que la había tomado por sorpresa. La agarró por las muñecas con una mano y puso la otra a escasos centímetros de su rostro.

-          Ha llegado la hora de morir.

-          ¡No hoy! – Gritó Iris, asustada por primera vez.

Se oyó un fuerte chasquido y Miles cayó al suelo. Iris había desaparecido.

-          ¡Maldita zorra! – gritó exasperado - ¡NO!

Miles se levantó airado de nuevo, los ojos empezaban a llamear de nuevo en tonos verdeazulados.