jueves, 29 de marzo de 2012

Asalto a la capilla (y II)


Los perros gruñían enfurecidos, mientras las babas caían de sus bocas profanando el suelo. Su pelaje era rojo oscuro y negro y sus colmillos sobresalían de una forma antinatural. Los cuatro perros se movieron lentamente, rodeándoles y olisqueando el aire.

Los tres magos se pusieron espalda contra espalda, Dís empuñando ambas pistolas y Morríghan su daga, Miles mantenía en alto las palmas de sus manos, ligeramente por debajo de la altura de sus hombros.

-          Miles, deberías ir con cuidado con la paradoja. – dijo Dís sin dejar de vigilar los movimientos de los perros.

-          Esto es a vida o muerte, Dís. – Miles respondió con sequedad.- Me importa una mierda la paradoja.

-          Si sigues conjurando alocadamente sea un combate a muerte o muerte.

-          ¿Qué más da?

Dís suspiró, los perros seguían rodeándolos pero ahora sus movimientos eran más lentos y habían echado para atrás sus orejas.

-          Vamos, vamos… - murmuró Miles mientras empezaba a concentrarse.

Como obedeciendo una señal los perros saltaron al unísono contra sus presas. Los tiros de Dís no parecían causarles grandes daños mientras que los hechizos de Miles empujaron hacia atrás a varios de ellos. Morríghan dio un grito y rodó por el suelo tras ser golpeada y derribada por uno de los perros.

Dís empezó a moverse por todo el patio, atrayendo la atención de su perro y el que estaba atacando a Morríghan, tenía un corte profundo en el brazo donde la garra del sabueso la había alcanzado. Miles inamovible rechazaba a los perros en cada uno de sus ataques haciéndolos volar hasta estamparlos contra las paredes o las columnas.

Dís estaba en apuros, las balas no dañaban a los perros y resollaba por el esfuerzo constante de esquivar las embestidas de los perros. Morríghan, llevada por el pánico, trataba de detener su hemorragia desesperadamente. Rasgó su camisa para hacer un torniquete con la tira de tela resultante.

Los sabuesos que atacaban a Miles cargaron una última vez contra él, quien ya con un gesto claramente molesto conjuró, utilizando la magia de fuerzas nuevamente, alzando en el aire a los perros y guiándolos con gestos furibundos de sus manos contra los que atacaban a Dís. El choque fue de gran violencia y acabó con las vidas artificiales de aquellos animales que al chocar se hicieron añicos, volviendo a la roca de la que habían surgido.

-          ¿No podías haber hecho eso antes? – Dijo Dís, molesto.

-          Quizás, pero no creí que necesitaras niñera. – Respondió con sorna Miles.

-          Sigamos tenemos que encontrar a la  bruja de Judith.

-          Ayuda… - Morríghan estaba temblorosa y seguía sangrando.

-          Tu aprendiz deja un poco que desear, Dís. – comentó despreciativo Miles.

-          Está aquí en contra de su voluntad, Miles. – Dís respondió mientras curaba a su aprendiz.

-          Es un lastre. – Miles, con dureza.

-          Está asustada, pero antes de que termine todo esto su miedo desaparecerá. – Dís sonrió a su aprendiz, reconfortándola.

-          Más le vale o aún será más complicado salir con vida de aquí.

Continuaron avanzando por las habitaciones de la capilla en dirección al Salón de los Concilios, con la cautela suficiente para no ser tomados por sorpresa por algún nuevo horror enviado por Judith. La encontraron en la antesala del Salón, sonriente, con una gigantesca serpiente a sus pies:

-          Habéis sobrevivido. – disgustada. – Y enteros.

-          Tu belleza nos impulsa a seguir, cariño. – Respondió Miles.

Judith entrecerró los ojos, sintiéndose insultada:

-          No cruzaréis esta sala, infieles.

-          Sabes que lo haremos, pero tú tienes dos opciones.

-          Ah, ¿Sí?

-          Tu primera opción es rendirte y apartarte, con esta puede que vivas, pues tu destino será fijado por el tribunal del Concilio de las tradiciones.

-          ¿Y la segunda?

-          Quedarte ahí de pié y morir.

-          Creo que me quedaré con la segunda opción.

Judith saltó a un lado mientras pronunciaba otro conjuro. Miles y los demás se pusieron a cubierto cuando oyeron los crujidos que provenían de algún punto de la sala. Alzaron la mirada siguiendo con ella el rastro del ruido.

Las águilas que conformaban las molduras crujían y empezaron a moverse. El polvo caía con cada uno de sus movimientos mientras se liberaban de su prisión. Cada segundo que pasaba su aspecto exterior iba cobrando semejanza mayor con el de águilas vivas, difuminándose el blanco del yeso hasta convertirse en el marrón oscuro del plumaje de las aves.

-          No deberíamos dejar que termine su hechizo. – Dijo Dís mientras salía de su cobertura y empezaba a disparar contra Judith.

Judith gritó cuando la primera bala impactó contra su hombro, interrumpiendo su hechizo. Tras esa bala impactaron varias más, en el torso y en la cara. Judith se desplomó sin vida y con un rostro apenas reconocible.

-          Ha sido demasiado fácil. – Comentó Miles.

-          Ya, suele pasar, los Herméticos también cometéis a menudo el mismo error que ha cometido Judith.

-          ¿Qué error? – Miles estaba más intrigado que enojado.

-          Creeros inmunes a las balas. – Dís miró a su interlocutor significativamente. - ¿O no recuerdas la caída de tu capilla? Todos estabais fuera de cobertura, conjurando una destrucción admirable, pero muy poco prudente. Con más estrategia haríais mucho más daño a la tecnocracia del que le hacéis.

Miles resopló, saliendo de su escondrijo. Morríghan también se levantó y miró horrorizada el cuerpo de Judith, dio un paso hacia atrás.

-          No… - la joven cerró los ojos y giró la cabeza para otro lado.

-          Morríghan – Dís se acercó a ella forzándola a mirar hacia Judith – Endurece tus ojos y tu corazón, eres una Euthanatos: sabes que la muerte de Judith era necesaria, su corrupción ya no tenía remedio.

-          Dejaos de cháchara – intervino Miles. – Hemos hecho mucho ruido y al otro lado de la puerta deben estar todos los demás esperándonos. No deberíamos decepcionarles.

La puerta, de doble hoja, era distinta a la que había allí normalmente. Estaba elaborada en madera de olivo, formando cuadros que eran enmarcados por bandas de hierro. Dís se acercó a la puerta y cogió las argollas que hacían las veces de aldabas y de tiradores para abrirlas. Las puertas crujieron un poco cuando empezó a abrirlas. La detonación que siguió los empujó a todos hacia atrás y levantó una gran polvareda que dificultó la visión.

lunes, 26 de marzo de 2012

A través del Pirineo (I)


Cuando las últimas hebras del reino de Pesadilla se hubieron desecho, todos los Changeling y un gran número de quimeras sintientes habían aparecido en el mismo punto del camino en el que habían desaparecido.

La mayoría de quimeras huyeron a los bosques que los rodeaban, salvo Abdap y sus ratones que estaban en perfecta formación militar, formando un círculo protector en torno a las crías y los más ancianos. Algunos llevaban estandartes. Abrieron paso a Abdap quién se dirigió hacia el interior del círculo en busca de los más ancianos:

-          Nobles ancestros – les dijo mientras les saludaba con una profunda reverencia – Lejos, en las islas que se alzan en el tormentoso mar del norte está la ancestral madriguera de los Blueblue. Id en paz y con esto…
Abdap se quitó un anillo minúsculo que llevaba en la mano derecha y se lo entregó al más anciano.

-          Si mostráis este anillo sabrán quién os envía y os acogerán.

-          Muchas gracias por todo, joven Allistair…

Abdap se fue del círculo mientras los demás ratones le vitoreaban, caminaba con la solemnidad del que está acostumbrado a aquellas cosas y da a su público lo que desea ver. Cuando llegó hasta Alanna, se encaramó por sus ropas y ocupó su sitio sobre los hombros de la maga, acomodándose entre sus bucles.
Los ratones se marcharon formando una gran procesión y ahora tocaba el turno a los Changeling. Muchos marcharon en dirección al oeste y al norte, buscando las salidas de aquél paso que daban a los feudos franceses. Unos pocos acompañaron a R’uya y Alanna, entre ellos su ya inseparable amigo Guilles, quién decía tener muchísimas cosas que perder si seguía viajando con ellas y que por lo tanto prefería dejarlas y no verlas nunca más.

Buscaron la salida más cercana, pues Alanna anhelaba salir del ensueño pues creía que el influjo de la fantasía de aquel lugar acabaría por enloquecerla. Añoraba el sol y el aire de su mundo y el sabor rudo y basto del alimento no creado mágicamente. Cuando finalmente salieron del ensueño habían cubierto menos distancia de la que creían. Aparecieron en un círculo feérico situado en medio de un bosque pirenaico y que parecía abandonado desde hacía años.

Caminando siempre en dirección sur entraron en un gran valle que R’uya reconoció como Andorra, un pequeño y tranquilo país situado en  pleno Pirineo.  El aire frío de la montaña despertó y animó al grupo que continuaron su camino. No encontraron a nadie durante varias horas y fueron recogiendo bayas y raíces para cenar aquélla noche.

Aquél país resultaba muy del agrado para Alanna. No había sufrido una excesiva ocupación humana y los efectos de las acciones de la modernidad en aquellas tierras era aún poco notorios. Pero había leyendas e historias que indicaban que aquella era una zona ampliamente poblada por clanes de hombres lobos, quizás motivo por el cual aún el hombre no había destruido la belleza natural de aquellos valles.

-          ¿Y por qué te asientas tan al norte, Alanna? – Inquirió Guilles.

-          He de cumplir con mi destino. – Respondió escuetamente Alanna.

-          Bah, eso suena trivial. ¿Cuál es tu destino?

-          Bueno… no lo sé exactamente… mis sueños me dicen que vaya a las Islas de los honderos pues la vida de muchos depende de mi llegada.  – El rostro de Alanna se ensombreció ante el mero recuerdo de la gran responsabilidad que recaía sobre sus espaldas – Aunque no sé de quienes, las islas necesitan de mis habilidades de sanación.

-          ¡Eres una matasanos!  Podrías mirarme los dientes que como me los lavo tres veces cada día creo que los tengo perfectos. – Guilles mostró sus dientes sucios y amarillentos mientras sonreía.

Siguieron caminando unas horas más y optaron por alejarse de las poblaciones dispersas que encontraban. Aquella parte del viaje quizás fuera la más alegre y amable que había tenido hasta el momento. Guilles y R’uya resultaban una compañía alegre y despreocupada que la ayudaban a olvidar la oscuridad que se alzaba ante ella. También se había acostumbrado al peso y al calor de Abdap junto a su cuello y sus ocurrencias conseguían hacerla reír a menudo. Al final tenía lo que había deseado al principio del viaje: Compañía. Con sus amigos le resultaba mucho más fácil enfrentarse a los peligros que acechaban en el horizonte.

Cuando el atardecer empezó a alargar las sombras de los árboles empezaron a buscar un lugar dónde pudieran acampar. No les costó mucho encontrar un abrigo de roca cerca de la vereda por la que transitaban.

Guilles fue a recoger leña mientras Alanna y R’uya empezaban a preparar el campamento. Excavaron un pequeño agujero en el suelo y lo rodearon por un círculo de piedras para encender allí la hoguera cuando volviera Guilles. En un arroyo cercano llenaron las cantimploras y la pequeña olla que llevaba Alanna. Aprovecharon para lavarse y refrescarse antes de que el sol se despidiera definitivamente de aquél día.

Cuando volvieron Guilles ya estaba encendiendo el fuego y a su lado tenía un montón considerable de leña, suficiente para mantener el fuego encendido toda la noche. Pusieron el agua del caldero a hervir y Alanna, ayudada por Abdap, empezó a machacar las bayas silvestres y algunas raíces para hacer una pasta más o menos uniforme que echó en el agua hirviente. También echó la poca harina que le quedaba, para espesar el caldo, y manteca. Guilles miraba el mejunje poco convencido, seguro de que aquello debía tener un sabor horroroso:

-          ¿No puedes crear un poco de comida? – Dijo R’uya, quien tampoco parecía convencida con la cena que se estaba cocinando.

-          Estoy cansada de comer siempre lo mismo, R’uya. Además de que abusar de la magia puede pasar factura, en el ensueño no tenía problemas en conjurar comida pero aquí es otro cantar.

-          Esto tiene pinta de estar buenísimo… - intervino Guilles. 

-          A mí me bastan unas cuantas semillas y bayas y me doy por satisfecho. – Indicó Abdap, su menú consistía siempre en semillas y bayas.

-          Si no os gusta, no os lo comáis. – Dijo Alanna enfadada.

Se hizo el silencio mientras la cena terminaba de prepararse. El caldo se había convertido en una masa espesa, parecida a las gachas, de un color rojo intenso. Desprendía un fuerte olor dulzón. Alanna vertió parte del contenido de la olla en varios cuencos y se los tendió a sus compañeros, que lo probaron con cautela.

-          Bueno… - Dijo R’uya – Malo no es, lo admito, pero es más para desayunar que para cenar, ¿No? Es muy dulce.

-          Puaj, ¡asqueroso! – dijo Guilles con la boca llena mientras engullía su ración - ¿Podré repetir?

-          Sí, pero deja suficiente para que podamos desayunar mañana – sonrió maternalmente Alanna  - ¿Veis como no era tan terrible? Quejicas.

La risa que siguió fue interrumpida por el crujido de una rama a sus espaldas, los tres viajeros se giraron y el terror atenazó sus corazones. Cerca del límite del círculo de luz creado por la hoguera se alzaba una figura de más de dos metros de altura, erguida sobre dos potentes patas traseras, cubierta de un pelo gris oscuro. El baile de las llamas creaba un juego de luces y sombras cambiantes que conferían un aspecto misterioso al hombre lobo que miraba a los comensales con las orejas echadas hacia atrás. Gruñía y mostraba los dientes de una forma amenazadora.

jueves, 22 de marzo de 2012

Asedio Digital (I)


Haxor suspiró. No estaba nerviosa aunque si inquieta, sabía que se trataba por la emoción de la batalla que llevaba semanas preparando. Aquél era el día en que triunfaría convirtiéndose en una leyenda o fracasaría arrastrando en su caída a todos los demás.

Se tomó las cosas con calma. Se terminó su café, bien cargado. Cogió el termo de dos litros donde había más café. Aquél líquido negro y espeso sería todo lo que necesitaba para apoyarse en su ataque y mantenerse en plenas facultades. Aquél día no tuvo que fingir que prefería el café amargo, como hacía normalmente. En aquél termo es café era increíblemente dulce, que era como en realidad le gustaba.

Habitualmente fingía que prefería el café amargo para evitar que se rieran de ella, pensaba que el tener que endulzarlo sería percibido por los demás como un signo de debilidad y ella no podía permitírselos. Era la maga más joven de las islas, contaba con apenas 15 años y todos la trataban siempre como una niña. Sólo Miles y Dís la habían considerado siempre una igual. Había necesitado de su ingenio y de su astucia para ganarse el respeto de los otros magos, para atemorizarlos y mantenerse a salvo.

La novata aun no lo había vivido, no había sentido la angustia de perder a todos los que querías por culpa de la tecnocracia. No había vivido la humillación de la derrota y el exilio. Tampoco había sentido sobre sí las miradas condescendientes y compasivas de los que la rodeaban, como si fuera una simple niña desamparada y sin recursos.

No, ella era una Tecnomante, su reino eran los ordenadores y su familia los Adeptos. No era una niñita desamparada que necesitara protección de los adultos. Había llegado el día en que les demostraría a todos que era una maga perfectamente capaz de tomar sus decisiones y de llevarlas a cabo hasta sus últimas consecuencias.

Preparó también varias bolsas de palomitas, que metió en un bol de cristal enorme, y las inundó de queso mantecoso. Había tomado esa costumbre desde que lo viera en una película americana de serie b. El día anterior también había comprado chocolatinas y patatilla y las había metido en una bolsa. Cogió el termo, la bolsa y el bol.

Suspiró de nuevo mientras subía las escaleras. Elsa, la tecnócrata, estaba atada en una habitación con la puerta abierta. Sus miradas se cruzaron. Estaba en una silla, golpeada, agotada y hambrienta. Dís había cumplido con su función haciendo que pareciera haber sido torturada durante semanas. A regañadientes Haxor admitió para sí que la tecnócrata había demostrado una resistencia y una entereza admirables. Se había ganado su respeto y en señal del mismo la saludó con una leve inclinación de cabeza. Elsa sonrió y correspondió con otra inclinación, igualmente leve, de cabeza.

Cuando se sentó ante el ordenador aun faltaban cinco minutos para que diera comienzo el ataque. Repartió las provisiones a su alrededor, catando las palomitas puso el bol sobre uno de sus servidores para que se mantuvieran calientes y las chocolatinas las colocó en el rincón más fresco que encontró.

Escribió un e-mail a Random Bug, quizás el único amigo que tenía a parte de Dís y de Miles. Le envió su biblioteca particular, convenientemente encriptada en diferentes grados de dificultad para que tuviera que esforzarse para desvelar los secretos que ocultaban todos aquellos archivos.

Antes de empezar el ataque hizo una última comprobación de los sistemas de autodestrucción que había instalado en todos sus ordenadores y demás aparatos. El ácido haría que intentar recuperar los discos duros o los CD fuera una absurdidad. Pero el ácido no correría hasta que ella le diera la señal, necesitaba de toda la potencia de sus máquinas para estar al cien por cien cuando iniciara el asalto.

Ajustó las tres pantallas que usaba durante la última comprobación y se acomodó en su silla. Sentada en la posición del loto suspiró una última vez antes de apretar el botón “enter”. Durante toda aquella operación no iba a entrar “físicamente” en la telaraña digital ya que sería muy peligroso una vez los tecnócratas detectaran el ataque y activaran sus defensas y sus rastreadores la buscaran. Iba a tener que hacer todo aquello desde las limitaciones de su cuerpo físico y el teclado desgastado.

La primera fase era sencilla, había investigado todos los posibles exploit de las defensas y de los sistemas tecnocráticos de la isla durante meses y se había preparado a conciencia. Paso a paso desvió o paralizó todas las comunicaciones informáticas de la tecnocracia. Cortó sus líneas telefónicas y pirateó el sistema de seguridad. No contenta con ello tomó el control, simultáneamente, de todos los edificios de las diferentes construcciones de los tecnomantes.

En apenas unos segundos se había adueñado de la mayoría de sistemas y, aprovechando nuevas puertas traseras que iba encontrando, había iniciado la copia y descarga de archivos para reenviarlos a varios Adeptos para que pudieran aprovecharlos para atacar a la Tecnocracia en el futuro y, además, dieran fe de su audacia. Cortó la corriente de todo aquello que no necesitara encendido en sus edificios. En otros casos sobrecargó la red en algunos puntos para quemar los circuitos. Se dedicó a causar todos los problemas que pudo dentro y fuera de la red.

 La principal ventaja que tenía la Tecnocracia contra las tradiciones era su tecnología. Esa ventaja quedaba anulada completamente contra los Adeptos ya que ellos habían hecho los diseños originales de muchas cosas que la Tecnocracia seguía utilizando. Ellos, los Adeptos, eran los únicos cuya tecnología avanzaba a la misma velocidad y nivel que la de la tecnocracia.

Como era de esperar las alarmas y defensas de los tecnócratas saltaron casi inmediatamente y la ventaja de la sorpresa que tenía no duraría mucho. Haxor necesitaba ganar todo el tiempo que pudiera mientras la parte principal de su misión no se veía cumplida. La complicación de aquél ataque no residía en entretener a los tecnócratas para que no pudieran prestar ayuda a las capillas corruptas, la dificultad radicaba en el hecho de que mientras los entretenía tenía que encontrar todas las pruebas posibles de la corrupción de la propia Tecnocracia isleña y la enviaba a cualquier construcción tecnócrata del continente.

No le gustó la rápida reacción de los tecnócratas continentales, aunque era de esperar. Todas las construcciones de la tecnocracia compartían un flujo constante de información. Eran como grandes nodos enlazados los unos con los otros. Haxor había cortado ese flujo entre las islas y el resto del mundo y era evidente que buscarían el motivo, aunque había esperado que creyeran que había un fallo técnico y tardaran más en enterarse de que se trataba de un ataque.

Ahora tenía que defenderse de todo el mundo, literalmente, y había pocas cosas más testarudas que un montón de tecnócratas cabreados. Por suerte Haxor era una de esas cosas. Había creado un flujo constante de información que mantenía informados a muchos Adeptos en tiempo real de los avances de su ataque. Se había asegurado de que todo aquello no pasara desapercibido.

Tenía infinidad de ventanas abiertas que ocupaban hasta el último píxel de las pantallas. Saltaba de una a otra comprobando todos los procesos abiertos, corrigiendo o modificando todo lo que fuera necesario y buscando cualquier elemento extraño o ajeno en sus propios equipos.

Mientras hacía todo eso engullía sin parar patatilla y palomitas, las chocolatinas las reservaba para cuando se estresara. El café también había empezado a bajar y se maldijo al haberse olvidado de subir refrescos, probablemente terminara pasando sed y trabajar con sed la irritaba. El teclado estaba sucio por el aceite de todas aquellas cosas que estaba comiendo.

lunes, 19 de marzo de 2012

Asalto a la capilla (I)


La noche del duelo había llegado, todos los magos de Harmonía estarían en la capilla. Miles estaba en la puerta exterior, silencioso y taciturno. A su lado estaban Dís, con aire triste, y Morríghan, con movimientos nerviosos que no podía controlar. El duelo estaba programado para cinco minutos más tarde. Érato y sus compañeros de Libertas ya deberían de haber llegado, pero no respondían a las llamadas, la impaciencia se adueñaba de Miles.

-          Debemos entrar ya. – A Morríghan le temblaba la voz.

-          Sin ellos no podemos tomar la capilla, Miles, hay que abortar la misión. –Intervino Dís.

-          No, las otras capillas serán atacadas dentro de 5 minutos, no tenemos tiempo para avisarles. Hay que atacar.

-          Érato y los suyos nos han traicionado, ¿No lo ves? – insitió Dís. – No podemos ganar.

-          Ya sé que no podemos ganar, pero si no los mantenemos ocupados, ayudarán a las otras capillas y todo se habrá perdido. – Miles se mantuvo firme.

-          ¿Carneros al sacrificio entonces? – sonrió Dís.

-          Carneros al sacrificio. – respondió Miles.

-          ¿Nos estarán esperando? – Morríghan estaba asustada.

-          Si nos han traicionado, sí. A nosotros y a los demás. – le contestó Miles.

-          Será una carnicería… - Morríghan tenía ganas de llorar.

-          Lo será, pero un hermético no se va sólo- Miles parecía feliz ante la seguridad de su muerte y de la cercanía de la batalla.

-          Ni se va en silencio. – Concluyó Dís.

-          Yo… -Empezó a decir Morríghan.

-          Ya lo hemos hablado antes, pequeña: no se trata de lo que queremos hacer sino de lo que debemos.
Morríghan tragó saliva, con ojos vidriosos y los siguió mientras ellos se adelantaban.

La capilla parecía distinta. La sensación de opresión que generaba era mayor de lo habitual, el silencio era absoluto y sus paredes exteriores eran más oscuras de lo que recordaba. Morríghan lo achacó a sus miedos y a sus nervios. La puerta principal, de roble, maciza y anciana, tenía el color oscuro de la edad y estaba claveteada con hierro frío. Ahora Morríghan entendía el porqué del hierro.

Tras la puerta estaba el vestíbulo. Era una habitación amplia, rectangular, con media pared forrada de madera y la otra mitad empapelada en rojo. Varios percheros flanqueaban la puerta junto a algunos cuadros antiguos, bodegones unos y representando navíos los otros. Remataban la decoración del vestíbulo las molduras que unían la pared y el techo, con sus formas de águilas de dos cabezas. Aquella sala era bastante parecida a la antesala del Salón de los Concilios.

Justo en el centro del vestíbulo se hallaba Judith, de pié, sonriente como siempre, pero esta vez su sonrisa transmitía malícia.

-          Bienvenidos, conspiradores. – su voz pretendía ser dulce, sin llegar a serlo.

-          Así que Libertas, al final, sí estaba tan corrupta como vosotros. – gruñó Miles, Morríghan adivinó en su voz el dolor y la tristeza por Érato.

-          ¿Corruptos? Nosotros seguimos la senda recta del coro infernal, míseros ilusos, ya nada puede salvaros pese a nuestros intentos. Pero aún podéis arrepentiros y vuestro sacrificio quizás permita que nuestros maestros sean clementes con vosotros mientras dure vuestro eterno tormento. – Judith seguía riéndose.

A los pies de Judith se movían numerosos seres pequeñuelos, de piel grisácea y vestidos únicamente con un taparrabos. Tenían tres ojos, todos ellos negros, muy juntos y dientes afilados y separados. Sus cabezas ovaladas eran coronadas por un número variable de pequeños cuernos puntiagudos.

-          Ellos serán el primero de vuestros tormentos, infieles. – Judith movió levemente su mano indicando a los diablillos que atacaran, con otro gesto las puertas quedaron cerradas mágicamente con sellos que no iban a ser fáciles de romper.

 Morríghan se colocó detrás de Dís, quien ya empuñaba sus dos pistolas y mostraba una puntería mortífera sin dejar de disparar a aquellas criaturas infernales. Miles había decidido combatirlos con fuego, provocando la risa de Judith. Ésta a su vez, se iba alejando para ponerse a salvo en la siguiente habitación. Para sorpresa de los diablillos, aquél fuego que al principio no los dañaba se intensificó. Miles creó un círculo de fuego con un deslumbrante brillo blanco.


-          Esto no funciona, Miles, son demasiados para matarlos a tiros y tu fuego no los detendrá mucho. – Dís, sin dejar que sentimiento alguno enturbiara su voz. - ¿alternativas?

-          Chispazos. – Miles si denotaba enfado al hablar y parecía algo ausente debido a la concentración que necesitaba para mantener el círculo que les protegía. – A la de tres dispara a los de la derecha y dame tres segundos…

-          De acuerdo.

-          ¡TRES!

-          ¡Serás…! – Dis apenas había tenido tiempo para cambiar el cargador de ambas pistolas cuando Miles dejó caer las defensas.

Morríghan pateó varios diablillos y los intentaba mantener a raya con su daga mientras Dís volvía a descargar sus pistolas contra las cabezas de aquellos pequeños seres.

Miles tomó aire y se concentró, sin inmutarse por los diablillos que se abalanzaban hacia él y que no llegaban a alcanzarlo gracias a la cobertura de los dos Euthanatos. A los tres segundos empezó a pronunciar el conjuro y extendió las manos de las que empezaron a salir rayos.

Al principio los diablillos los ignoraron, pero cuando varios de ellos cayeron ennegrecidos y humeantes cundió el pánico entre ellos. Algunos trataron de esquivarlos, sin mucho éxito; otros trataron de huir y pronto se convirtió en una desbandada. Corrieron hacia la otra habitación despejando el suelo  de aquella, donde quedaron sólo los cuerpos de aquellos que habían sido abatidos. Miles detuvo su hechizo, sudoroso.

-          Vamos a tener que perseguir a Judith por toda la casa, mientras siga viva aparecerán mas bichos de estos.

-          Y cuando ella muera los que haya invocado seguirán aquí, van a causar muchos problemas. – Apuntó Dís.

-          Es más buena de lo que creíamos, son muchos bichos invocados a la vez.

-          Pero no lo suficiente, ¡en marcha!

Avanzaron con cautela hasta la siguiente habitación, que estaba vacía y continuaron hasta el patio central del edificio. El patio parecía el claustro de un convento, con los bordes porticados y cubiertos y el centro un pequeño jardín con una fuente en el centro. Las plantas del jardín estaban muertas o agonizando y la fuente, antes con agua cristalina, escupía lentamente un lodo viscoso. Las cuatro estatuas que habían decorado el pié de la fuente, con formas de perros monstruosos, habían cobrado vida y los miraban hambrientos.

-          Me parece que estos van a ser más complicados que los otros… - suspiró Miles.

jueves, 15 de marzo de 2012

Preparativos


Desde que habían vuelto de Menorca no habían parado en ningún momento. Los preparativos para el asalto simultáneo de todas las capillas corruptas estaban en pleno auge. Dís se había mostrado bastante melancólico durante esos días, cada vez más a medida que pasaba el tiempo, pero también había intensificado el entrenamiento de María dejándola exhausta día tras día.

Miles había pasado mucho tiempo con Érato, ultimando la estrategia y los detalles, o al menos eso decían. María consideraba que probablemente dedicaban ese tiempo a otras actividades más lúdicas.

Haxor Ran seguía pasando la mayor parte del tiempo encerrada en sus habitaciones y  preparando su particular batalla contra la tecnocracia, especialmente necesarios tras confirmarse que la corrupción infernalista había alcanzado sus construcciones y ante la relación evidente entre las capillas y la propia tecnocracia. 

Los últimos días los habían dedicado al traslado de todo aquello que tenían en aquella casa a otra distinta. A María no le habían explicado el por qué, pero prefirió no preguntar, sabía que tarde o temprano se enteraría. Dejaron muy pocos muebles, a excepción de los que pertenecían a Haxor y que estaban ocupados por sus maquinas. Habían trasladado toda la biblioteca, el taller i el museo de reliquias. Mientras lo hacían Dís le había ido explicando a su pupila para que servían todas y cada una de las cosas que cargaban.

Se había marcado el día del duelo como el momento idóneo para el ataque, puesto que todos los Magos de la Capilla, en pleno, estarían reunidos. Aquella mañana, el día antes de que diera comienzo la ofensiva, los cuatro magos se habían reunido en torno a su prisionera tecnócrata:

-          ¿Qué vais a hacer conmigo? – Preguntó Elsa, visiblemente preocupada al verse rodeada por todos sus captores.

-          Como sabes, pronto iniciaremos un ataque contra los núcleos corruptos de las tradiciones. – Comenzó Miles, mientras Elsa asentía. – Hemos podido comprobar que tú te hallas libre de esa corrupción, pero no así tus compañeros.

-          ¿Qué haréis…?

-          No contamos con la fuerza suficiente para atacar a las capillas y a la vez las construcciones tecnócratas corruptas. – continuó Miles. – Pero te tenemos a ti.

-          ¿A mí?

Miles alzó varias carpetas repletas de papeles y un par de cuadernos, mostrándoselos a Elsa.

-          Aquí están copias completas de los informes que hemos realizado sobre el infernalismo y nuestras operaciones, debidamente encriptados para que parezca que realmente no queremos que tus compañeros los lean. – Le tendió algunos de los informes a Elsa. – Verás que hemos optado por un encriptado simplón, elaborado para que dé el pego y tus compañeros crean que han conseguido burlar nuestros secretos.

-          ¿Para qué me explicas todo esto? – Elsa entrecerró los ojos.

-          Cuando te liberen, te pedirán un informe, y se lo darás.

-          No voy a decir lo que vosotros queráis que diga. – Elsa alzó el mentón, mostrándose desafiante.

-          Ni lo pretendemos. – Sonrió Miles.

-          ¿Entonces?

-          Estos informes están perfectamente detallados y darán la información necesaria a tus compañeros, cuando te rescaten, para que purguen a los tecnócratas corruptos.

Elsa suspiró profundamente, llevaba muchos días sabiendo que ella acabaría purgada y ya se había resignado a ello.

-          Pero me temo que, para que tu inocencia al respecto sea más realista, vamos a tener que atarte y golpearte para que parezca que te hemos estado torturando para sacarte información.

Elsa abrió la boca sorprendida.

-          ¿Por eso trasladáis todas vuestras cosas?

-          Así es.

-          En cuanto a mí, me van a pillar, pero sólo porque les voy a dejar. – escupió Haxor. – Como pareces la única tecnócrata no corrupta de la isla, vamos a tener que atraer a la tecnocracia de la península. De eso me encargaré yo mientras bloqueo a los de aquí.

-          ¿Tu sola?

-          Me basto y me sobro. – sonrió salvaje Haxor – Además, cuando me encuentren, no obtendrán nada útil que pueda dañar a las tradiciones, por mucho que me torturen no sacarán nada.

-          Lo tenéis todo muy planeado… - Elsa hablaba dubitativa.

-          Yo me ocuparé de atarte y de lo demás, tampoco te daremos comida ni bebida en adelante – Comentó Dís con su habitual tono de voz aséptico. – Vas a tener que aguantar hasta mañana por la noche o pasado mañana por la mañana, según lo que los retrase Hax.

-          Está bien. – Elsa mostró una gran entereza, comprendiendo que era un mal necesario ya que, pese al trato que iba a recibir, le estaban salvando la vida.

-          Los informes estarán ocultos en la biblioteca, te agradecería que si obvies en tu informe el que hayamos trasladado todos los libros de verdad y demás posesiones a otro sitio. En su lugar hemos dejado basura New Age que contentará bastante a tus jefes. Favor por favor, nosotros te salvamos la vida y damos las claves a tu gente para que limpien a los suyos de corrupción y tu ignoras estos detallitos menores. – Miles miró significativamente a Elsa, quien asintió. – Por una vez, serán los vencidos los que dicten la historia.

Tras aquello, María prefirió salir de la habitación, pues no quería estar presente mientras Dís se encargaba de hacer creíble la coartada de Elsa. Se despidió de ella con un abrazo y deseándole suerte. En el mejor de los casos no volverían a verse nunca, pero lo más probable era que tras todo aquello fueran enemigas que iban a darse caza mutuamente. Aunque aquello sólo si sobrevivían las dos.

Se fue a casa para descansar y mentalizarse para el día siguiente, era consciente de que durante el ataque iba a morir gente y era algo que le costaba aceptar y de lo que no quería participar. Dís había sonreído cuando ella le había expuesto sus dudas y la había calmado al decirle que ella iba como apoyo, no como combatiente, los combatientes serían él, Miles y parte de los miembros de Libertas. Aun así, ella no quería formar parte de aquéllos asesinatos, se lo había dicho de esa manera a su maestro, pero él no había transigido y estaba obligada a acompañarles.

Después de cenar, cuando se tumbó en la cama, se vio invadida por premoniciones en las que todos morían y se desataba un gran mal sobre las islas. Achacó aquellas visiones apocalípticas a los miedos e inseguridades que la acosaban constantemente. Aquello no la ayudó a conciliar el sueño, el cual sólo llegó cuando el agotamiento la venció.