lunes, 27 de febrero de 2012

Reino de Pesadilla (I)

Pasaron esas horas vespertinas sin más contratiempos durmiendo el resto de la noche, dejando a Abdap montar guardia tal i como había pedido.

A la mañana siguiente el sol se alzó radiante y el paisaje a su alrededor había cambiado, ahora espesos bosques los rodeaban, lo único que seguía igual era el camino empedrado con el hilo de plata en el centro.

Se levantaron al alba, Abdap seguía de pié junto a los restos del fuego, tambaleándose por el sueño y manteniéndose despierto a duras penas. Alanna creó de nuevo comida por medios mágicos, algunos cereales y bellotas para el ratón y leche y huevos para ellas, que prepararon en el fuego reavivado.

Hubieran disfrutado de un baño refrescante en el riachuelo si éste todavía estuviera ahí, pero no era el caso por lo que en unos pocos minutos habían hecho de nuevo el equipaje y habían iniciado de nuevo el camino. Alanna cogió a Abdap y lo metió en un bolsillo de su mochila, para que pudiera descansar.

Unas pocas horas más tarde Abdap volvía a dar guerra con su conversación interminable, iba con su ajuar impoluto, sentado sobre los hombros de Alanna:

- …y entonces alcé mi espada y cargué junto a mis hermanos contra las hordas de Gatila, fue una batalla épica en la que muchos familiares míos cayeron, pero contra todo pronóstico, la que tenía que ser nuestra última carga que nos adentrara en la leyenda se convirtió en una marcha triunfal en la que los Gathunos huyeron despavoridos, éramos tantos que no pudieron comernos a todos y nuestras afiladas espadas les destrozaron.

- Qué interesante, sigue, sigue Abdap – Dijo Alanna sin verdadero interés.

- Creo que podríamos llamarlo “La marcha de los Blueblue” si hiciéramos de esto una canción – R’uya hablaba con aquél tono difícil de discernir.

- Claro que sí – Abdap no se daba cuenta de lo que sucedía a su alrededor, demasiado embebido en su propia historia – Pero no puedes olvidarte de que después de aquella batalla, los ratones supervivientes entramos triunfalmente en la Gran Madriguera con una alfombra de pieles de los gatos abatidos bajo nuestros pies… ¡Oh, qué tiempos aquellos!

- ¿Y qué ha provocado que estés tan lejos de tu hogar, Abdap? – Preguntó Alanna llevada por la curiosidad.

Pero no obtuvo respuesta, a su alrededor el aire se había vuelto frío, la luz del mediodía había sido substituida por una luz crepuscular y los árboles eran negros y estaban cubiertos de nieve. Abdap se escondió en la melena de Alanna y apenas asomaba la cabeza cerca su cuello. Cada vez que exhalaban se formaban pequeñas nubes de vaho.

- ¿Qué ha pasado? – Alanna estaba atónita.

- Creo… que es un reino de la pesadilla… - R’uya parecía algo intranquila pero estaba sacando ropa de abrigo de su bolsa para cubrirse.

- ¿Qué es un reino de la pesadilla? No suena muy halagüeño… - continuó preguntando Alanna mientras imitaba a R’uya sacando ropa de abrigo y un pañuelo para que Abdap lo usara como manta.

- El ensueño es un reino creado por todos los sueños, todos ellos, por eso es tan cambiante. Pero el “todos los sueños” incluye a las pesadillas – explicó R’uya – A menudo estas se agrupan y crean reinos propios y acechan a los viajeros incautos para atraparlos.

- ¿Quieres decir que estos reinos tienen voluntad propia?

- No es eso exactamente… imagínate que estás en medio de una pesadilla, una muy intensa, estas pesadillas crean Quimeras de pesadilla, las quimeras son seres hechos de sueños, como el propio Abdap, viven de ellos y tienen poderes sobre ellos. –Respondió R’uya - Estas quimeras de pesadilla suelen representar un mal puro, la oscuridad, el miedo y la desesperanza y una especialmente poderosa suele reunir a su alrededor a otras pesadillas y les da una forma, las lidera…

- Entiendo. – Alanna se mordió el labio inferior, mirando a su alrededor buscando ojos en la oscuridad.

- Estas quimeras quieren convertir a todo el ensueño en una gran pesadilla y por eso atrapan a todos los viajeros que pueden, su miedo los alimenta y fortalece. – Intervino Abdap, tembloroso. – Son nuestro peor enemigo… Gatila y sus Gathunos eran quimeras de pesadilla y por eso nos enfrentamos a ellos.

- ¿Y no podemos salir volviendo atrás?

- Me temo que no… - Dijo R’uya.

- ¿Estamos atrapadas? – continuó preguntando Alanna.

- A menos que derrotemos a la pesadilla mayor de este reino… - dijo Abdap.

- Quietas aquí no haremos nada pues, si hay que enfrentarse a pesadillas, cuanto antes mejor. – Alanna se puso de nuevo la mochila al hombro y empezó a caminar, Abdap se arrebujó en el pañuelo mientras permanecía en su cálido escondite, entre los rizos dorados de Alanna.

Parecía el típico bosque invernal de los cuentos, árboles pelados con ramas cubiertas, el camino estaba embarrado y sucio, con un trazado irregular y con las marcas del paso de incontables carros a lo largo de los años.

Hacía frío, era un frío penetrante y húmedo, se colaba entre sus ropas y calaba hasta el hueso, caminaban encogidas esperando encontrar algún refugio ya que según R’uya, incluso en las peores pesadillas había algunos lugares seguros donde habitaba la esperanza.

Se sentían observadas y de vez en cuando creían entrever el resplandor de unos ojos maléficos entre la arboleda. Las ramas de los árboles se alzaban como dedos retorcidos de manos que suplicaban piedad y sus troncos se inclinaban hacia el camino creando una especie de túnel que no era sino una sarcástica burla del túnel floral que habían atravesado días antes.

La quietud del bosque sólo era rota por el ulular de algún búho oculto en la espesura y por el aleteo de sus alas, a los que Abdap respondía encogiéndose y cubriéndose con el pañuelo y los rizos. Alanna se había acostumbrado rápidamente al peso y la presencia del ratoncito cerca del cuello, que era como una pequeña estufa. En la lejanía retumbaron los truenos de una tempestad que se iba acercando.

- Creo que deberíamos acelerar, no me apetece nada mojarme con este frío. – Dijo R’uya olfateando el aire – Y el viento empujará la tormenta hasta nosotros en poco tiempo

Ni Alanna ni Abdap objetaron, aceleraron el paso todo lo que pudieron sin bajar la guardia, siguiendo el serpeante camino hasta alcanzar un giro bastante pronunciado tras el cual divisaron las luces de varias casas.

Se adentraron en la pequeña población buscando una posada, porque como dijo Abdap “Siempre había una posada” y en efecto, la había, un viejo edificio de madera de dos plantas que necesitaba urgentemente arreglos y varias manos de pintura, la puerta antaño debería haber sido maciza y hermosa, pero ahora la humedad y el paso del tiempo la habían convertido en una puerta fea y que empezaba desmenuzarse en algunos puntos, olía a podredumbre. La aldaba era una sencilla argolla metálica, sucia y pesada, que hicieron sonar tres veces antes de que oyeran las blasfemias del dueño que se acercaba para abrir.

Una cálida luz amarillenta se desbordó desde el interior cuando la puerta se abrió, tras ella había un hombrecillo que no debía medir más de un metro veinte, extremadamente peludo y que vestía con ropas gruesas y sucias de grasa, sus ojos eran mezquinos y calculadores, tanto Alanna como R’uya dedujeron que estaba calculando cuánto podría cobrarles para pasar la noche.

- ¿Qué se les ofrece por estos pagos, señoritas? – El enano suavizó la expresión de mal humor al ver a las dos jóvenes.

- Buscamos un lecho blando y un techo firme bajo el que pasar la noche.

- De esas cosas no tenemos aquí, pero si un lecho normal y un techo sin demasiadas goteras os vale, encantado os serviré la cena y os prepararé unas habitaciones.

- Sería muy amable por su parte, señor.

- Chompick es mi nombre y tabernero mi profesión, pasad, pasad.

Chompik se hizo a un lado dejándolas pasar, la sala común no presentaba un aspecto mucho mejor que el exterior, los suelos sucios, las mesas desordenadas y las sillas envejecidas dotaban, junto a la pobre iluminación, a aquella sala del aspecto de refugio de ladrones y asesinos, cuando la puerta se cerró tras ellas ambas empezaron a arrepentirse de haber entrado.

jueves, 23 de febrero de 2012

Abdap

En unos pocos días habían tenido más incidentes de los que se hubiera podido imaginar, muchos de ellos rozaban lo surrealista, pero habían valido la pena ante la imagen que se alzaba ante ellas y tuvo que admitir que tener a R’uya de guía tenía sus ventajas, pese a parecer que daba rodeos innecesarios y escogía las rutas problemáticas con una pericia sin igual.

Cientos de rosales y otras plantas de bellas flores crecían a ambos lados del camino formando una tupida valla que impedía salirse del mismo, la luz del sol se filtraba entre los pétalos de las flores sin llegar a encontrar ningún acceso directo, dotando a aquél túnel de una luminosa sensación de belleza. El aire, fragante, ante la combinación de los delicados aromas de aquellas flores embelesaba los sentidos, en aquél paraje sentían paz.

Las flores estaban dispuestas de tal manera que había franjas de colores dispares, aquí rojo, allá blanco, bandas liliáceas… observando durante unos instantes era fácil ver que aquélla maravilla no estaba siendo cuidada por nadie y aquél aspecto ligeramente asilvestrado dotaba de exotismo a la belleza a cada paso que daban.

Una hierba verde, espesa y sana, cubría el suelo, haciendo que caminaran casi sobre un colchón, pero no se separaban del hilo de brillante plata que había a lo largo del mismo centro del camino, avanzando ambas a paso lento para poder admirar aquello que las rodeaba. R’uya le había indicado que no se alejara del centro, pues ahora se hallaban en un paso del ensueño, una ruta donde podían encontrarse con los mismos sueños de los hombres… y con sus pesadillas, además, el ensueño era un lugar en constante cambio donde era fácil perderse para siempre.

El que R’uya, que normalmente no valoraba el peligro, fuera tan cuidadosa en aquél lugar hizo que Alanna se tomara en serio sus avisos y sus consejos y durante el transcurso de los dos días que hacía que se habían adentrado había obedecido escrupulosamente, permaneciendo en el centro, junto al hilo.

R’uya le había contado que aquellos pasos eran vías seguras y estables que las hadas usaban para recorrer grandes distancias de forma rápida. Aquél paso, en concreto, debía acortar sensiblemente su viaje hasta los Pirineos, desde donde entrarían en las tierras del reino feérico de Aragón y, de allí, a las islas que eran su destino, pero aquello implicaba un viaje relativamente largo dentro del Ensueño y por tanto una cantidad impredecible de contratiempos e imprevistos si no se ceñían al camino.

El túnel, durante los dos días, había sido igual y aún se sorprendía de descubrir nuevos matices a los aromas de las flores y nuevas tonalidades en los colores de las flores. No encendían fuego alguno para no dañar la hierba y se recostaban sobre esta para dormir, comían aquello que la magia de Alanna creaba y no sería hasta el mediodía del tercer día cuando se presentaran los primeros cambios destacables. El túnel floral se abrió y finalmente dio paso a amplia llanuras con hierba verdeante y, a lo lejos, poderosos bosques.

Los colores en aquél lugar estaban llenos de energía, eran más vivos y emitían sensaciones, Alanna se quedó boquiabierta durante unos minutos, a la salida del túnel, anonadada por lo que sus ojos veían.

Todo aquello se estaba quedando grabado en su memoria y luego sería incapaz de explicarlo con palabras pues no encontraba palabras con un significado suficiente para retratar aquello que estaba viviendo.

Continuaron sin alejarse del camino, pese a sentirse llamadas a ello, aquí la hierba había dejado paso a la piedra, blanca como la nieve pero que no reflejaba la luz ni dañaba los ojos. El camino seguía perfectamente recto, salvando los desniveles generados por las ondulaciones del terreno, hasta el mismo horizonte, el cielo de un azul prístino y sin mancha y una brisa fresca aliviaba la presión del sol… todo aquello era demasiado perfecto para ser verdad, de manera que Alanna realmente creía que estaba soñando.

Avanzaron aún durante todo el día, sin que el paisaje cambiara significativamente y pararon cuando el cansancio las venció, cerca de un arroyo convenientemente cerca en el que se refrescaron y montaron el campamento, tendiendo las mantas sobre las que dormirían y, ahora sí, encendiendo un pequeño fuego, con las ramas que había cerca, llegadas sin saber cómo.

A Alanna le desagradaba que todo aquello fuera ofrecido “sin más” por el Ensueño, temía, cada vez con más fuerza, que algo malo pasara, que se cobrara de alguna manera todos aquellos favores y aquella intranquilidad impidió que durmiera aquella noche.

R’uya parecía estar sintiendo algo parecido, aunque en ella era la emoción de una aventura en ciernes, tampoco podía dormir aquella noche y se sentó junto a Alanna, manteniéndose ambas en silencio durante largo rato, hasta que ya no pudieron más:

- Tengo miedo – Dijo Alanna, preocupada.

- No seas tonta, siento la cercanía de una nueva canción – Respondió con entusiasmo R’uya.

- Cada vez que has dicho eso hemos estado cerca de morir las dos… - apuntó, resignada Alanna.

- Las Canciones han de tener emociones, sino nadie las escucharía.

- Todo esto es demasiado perfecto – Alanna miró a su alrededor, esperando que alguna monstruosidad surgiera de la nada en cualquier momento.

- Como en las canciones – manteniendo R’uya todo su entusiasmo.

- Estas obsesionada…

- Soy bardo, ¿Qué quieres? Las canciones son mi vida y mi razón de ser, un Eshu sin cuentos, un Eshu sin canciones, moriría.

Alanna suspiró, sabía que no conseguiría que R’uya la entendiera, para ella todo aquello era poco más que un juego, un viaje en el que vivir muchas aventuras sin preocuparse por nada más, pero para Alanna aquél viaje era parte de su destino, no quería ni podía permitirse fracasar.

Pasaron varias horas y ninguna de la dos tenía sueño, desde hacía un buen rato habían avivado el fuego y R’uya rasgaba su laúd cantando todo lo que su corazón le ordenaba, tenía un repertorio asombroso y una facilidad para componer que Alanna envidiaba. Habrían seguido así toda la noche pero entonces la interrupción que Alanna esperaba se presentó.

Un ruido en la maleza, una maleza que antes no estaba, las alertó, R’uya dejó de tocar y se preparó para defenderse, sonriendo, mientras que Alanna se había puesto de pie de un salto y murmuraba conjuros defensivos.

De la maleza surgió un ratón minúsculo de pelaje azul y una larguísima cola, andaba sobre las patas traseras y se acercó al fuego, frente al que se frotó las patitas delanteras para hacerlas entrar en calor e ignorando a las descolocadas jóvenes que lo observaban, una desilusionada al haber esperado una bestia sanguinaria y la otra sin saber que pensar.

El ratón olfateaba de vez en cuando moviendo suavemente los bigotes, llevaba un hilo de lana blanca como cinturón del que colgaba una aguja como si de una espada se tratara, una capita verde claro, y un sombrero negro con una pluma de polluelo, amarilla.

Cuando pasó el estupor inicial de Alanna, dio un paso adelante y carraspeó, el ratón levantó la mirada perezosamente y clavó sus ojitos negros en los ojos de Alanna.

- ¿Si?

- Esto… ¿Qué haces?

- Calentarme – el ratón se frotó las patas delanteras enérgicamente para ilustrarlo.

- Ya… bueno…

- No tendréis algo que pueda comer ¿Verdad?

- Lo normal es presentarse primero – dijo R’uya, aún decepcionada.

- Soy Sir Allistair Blueblue Dientecitos de la Aguja de Plata – El ratón hinchó el pecho mientras hablaba. – Abdap para los amigos.

- Mucho nombre para tan poca cosa ¿No? – Dijo R’uya.

- Y bien Abdap… ¿Qué te trae hasta el fuego de dos desconocidas?

- Sir Allistair Blueblue para vosotras – Respondió altisonante Abdap – He decidido haceros el honor de inspiraros con mi presencia, infames plebeyas. Así que… ¿Dónde está la comida?

- ¿Has probado alguna vez ratón campestre a la brasa, Alanna? – Preguntó R’uya, guiñándole un ojo a su amiga.

- No, sólo Steak Tartar de ratón. – Respondió despreocupadamente Alanna.

- ¿Cómo? - Abdap había abierto la boca mientras pronunciaba de forma estridente y aguda, alargando la última o. – Sálvajes… he ido a visitar a dos salvajes…

- Yo creo que con un poco de hinojo éste tendría buen sabor, se le ve tierno. – Continuó R’uya.

- A mi es que… ése color azul me escama, lo mejor sería hervirlo bien hervido antes de cocinarlo, por si acaso.

Abdap dio un salto hacia atrás, desenvainando la aguja y preparándose para combatir:

- Ah, monstruosas criaturas, venderé cara mi piel, nadie amedrentará a Sir Allistair Blueblue, descendiente de reyes, gran campeón de… ARGH

R’uya había cogido a Abdap por la cola y se reía ante sus vanos esfuerzos por escapar, los bigotes del ratón temblaron y rompió a llorar mientras dejó caer la aguja:

- ¿A quién quiero engañar? Va, comedme – hizo un gesto afectado y lleno de dramatismo – al menos serviré como cena.

- Vamos R’uya, no le hagas daño, con lo mono que es. – Terció Alanna y R’uya puso los ojos en blanco mientras dejaba de nuevo al ratón en el suelo; éste, que no se lo podía creer corrió y saltó hacia Alanna y se abrazó a la punta del dedo gordo de uno de sus pies.

- Habéis salvado mi vida, gran Señora, ahora es vuestra, seré vuestro campeón y defenderé vuestro honor.

- No hace falta, pero gracias por el ofrecimiento. – Sonrió.

- ¡Es mi deber y lo cumpliré, aunque la vida me vaya en ello!

- ¿Con el mismo ímpetu con el que te has defendido ahora? – rió R’uya.

- Cuando el honor de una dama está en juego, no hay miedo ni dudas, mi vida por ella.

- Es deprimente que lo más bonito que me han dicho nunca lo haya dicho un ratón azul… - Alanna hizo una mueca.

R’uya no pudo contener más tiempo la risa y rió hasta que le saltaron las lágrimas.

lunes, 20 de febrero de 2012

Espacio y tiempo

A la mañana siguiente Dís no le dio tregua ni cuartel, decidió continuar su entrenamiento en los jardines de la capilla Dei Gratia, pues aún faltaban horas para que el barco los llevara de vuelta a casa. María hubiera preferido descansar y pasear, ya que la noche anterior había sido… movida, pero no, aquello no iba a poder ser.

Dís había dejado a María prepararlo todo, mezclar los inciensos, colocarlos, dibujar las líneas en el suelo… su aprendiz aprendía a una velocidad que sólo había conocido en el propio Miles, no descartaba que en unos pocos meses alcanzara su propio nivel, pero a diferencia de él o de Miles, ella poseía algo que ellos habían perdido hacía tiempo y era algo que tenían que proteger a toda costa.

María era inocente, su corazón, aunque caótico y dubitativo, poseía la fuerza para cambiar las cosas, a la gente, lo había visto aquél lejano día en la Misericordia y aquello lo había empujado a tomarla como aprendiz. Ella sería una excelente guardiana del ciclo, tenía que encaminarla antes de que fuera tarde.

Ya estaba todo listo y se sentó en el centro, había mezclado los inciensos y acababa de prenderles fuego, en poco tiempo el aroma dulzón de los mismos ocupaba todo su alrededor, María había empezado a amar aquellos momento en los que la paz la llenaba, en los que aprendía a romper todas las barreras que le habían impuesto.

- Hoy hablaremos sobre las esferas de percepción – empezó Dís – el espacio y el tiempo son dos variables que siempre te acompañarán, quizás las más importantes dadas sus implicaciones.

“Llevamos entrenándote en las esferas de Concepción y Forma durante un tiempo, como puedes ver cada vez te es más fácil no sólo comprenderlas sino también manipularlas, al principio siempre es así y los primeros aprendizajes son exponenciales, más adelante verás que vuelve a ser más difícil avanzar, pero eso no debe preocuparte.

El espacio y el tiempo a menudo van ligados y los durmientes rara vez son capaces de abarcar sus verdaderas implicaciones, pero en ellas la metáfora del tapiz es especialmente acertada. Todo está entrelazado, todo está conectado, así puedes trasladar tus sentidos más allá de tu cuerpo y de tu tiempo, también puedes ocultarte de las miradas de los demás, ya del pasado ya del futuro.

Por lo que respecta al tiempo, sigue un ritmo, como el de un reloj –le tendió su reloj de bolsillo, María lo sostuvo y escucho su tic-tac - Hay que ser cuidadosos, no se trata sólo de acelerar, frenar o ver, los viajes en el tiempo son excepcionalmente peligrosos y para nada convenientes, el destino y el curso del tiempo se protegen mutuamente y su alianza es prácticamente irrompible si vas hacia el pasado y el futuro siempre es cambiante, no hay un solo futuro.

El espacio en este sentido es más sencillo, todo está conectado como los eslabones de la cadena del reloj, con suficiente habilidad podrás estar en varios sitios a la vez, percibir si ha sido alterado o teleportarte a otros lugares, aún así ambas magias suelen pedir esfuerzos excepcionales y un gran riesgo de paradoja, así que antes de usarlos de forma vulgar valora si realmente no te vale más la pena comprar un pasaje de avión hasta Moscú, por ejemplo. Tus ejercicios empezarán, como las otras veces, en lo referente a la percepción de ambos, concéntrate.”

María obedeció, mesuró su respiración, la acompasó al latido de su propio corazón e inhalo los humos de los diferentes inciensos creando confusión en sus sentidos y, partiendo de ella, iniciar todo aquél proceso mental de paradojas que acababan permitiéndole hacer aquello que teóricamente no se podía hacer. Lo había convertido en su ritual, no era exactamente cómo Dís había pretendido enseñarla pero a ella le funcionaba así y ya era capaz de reproducir todo el proceso sin necesidad de meditar o de los inciensos, aunque era verdad que era mucho más fácil y efectivo cuando los usaba.

Su concentración fluyó rápidamente y se centró en el espacio, con los ojos cerrados, empezó a buscar sonidos lejanos y tratando de acercarse a ellos sin moverse, trató de tocar sin tocar y finalmente trató de ver sin abrir los ojos. Se apoyó primero en las esferas que conocía, en las fuerzas para oír y ver, en la materia para tocar y poco a poco consiguió su objetivo mientras jugueteaba con la cadena del reloj pasando sus eslabones uno a uno hacia adelante y hacia atrás.

Paseaba sus sentidos por el jardín triunfante y esbozó una sonrisa, sentía la misma euforia que sentía cada vez que conjuraba y seguía jugando con la cadena ajustando el divagar de sus sentidos en el espacio a la velocidad con la que pasaba los eslabones entre sus dedos.

Llegó a un punto del jardín donde había alguien, uno de los magos de Dei Gratia y se preguntó cuánto tiempo debía llevar ahí y cómo podía saberlo, devolvió su consciencia a su cuerpo, sin perder la concentración y escuchó el suave y rítmico tic tac del reloj, buscando la manera de pararlo y volverlo hacia atrás.

Sudaba por el esfuerzo, dedicando todas sus energías a comprender el tiempo y su transcurrir, la asaltó una sensación de urgencia, si tardaba demasiado estaría exhausta y no podría resolver el enigma, o el mago se iría y perdería la pista. Llevada por este nerviosismo dirigió su mirada, a través de la magia, hacia el lugar donde se ocultaba, dejando el resto de sus sentidos atentos al reloj.

Tal y como temía el mago parecía haberse cansado de estar ahí y se estaba levantando, el desánimo embargó a María, tenía que darse prisa y ahora el tic tac del reloj sólo la ponía nerviosa.

“Silencio, necesito pensar” le murmuró al reloj y éste se ralentizó primero y luego se paró en su mente, miró a su alrededor y todo estaba parado, carente de vida, frío y quieto, se asustó y perdió la concentración, abriendo los ojos y mirando a Dís, quién no estaba donde había estado, sino unos pasos más allá, mirándola.

- Yo… - casi prorrumpió a llorar.

- Tranquila, Morríghan, no paraste el tiempo.

- ¿No? – incrédula pero aliviada.

- Sólo silenciaste tu visión del paso del tiempo, lo detuviste en tu mente, o más bien fijaste tu mente y tus sentidos en un momento concreto, si hubieras querido habrías podido inspeccionar cualquier cosa con detenimiento en aquel preciso instante.

María suspiró profundamente, serenándose.

- Basta de lección por hoy, Morríghan, hoy has avanzado mucho más de lo que te imaginas.

María se fue al hotel aún inquieta y dedicó el resto del día a relajarse y a no pensar, pero sobretodo a dormir, pues estaba exhausta.

jueves, 16 de febrero de 2012

Fraternidad

Salir del sofoco y la pesadez de los túneles al frescor nocturno era un cambio realmente agradable, habían triunfado sin excesivos problemas, uno de los coristas, Raphael, se había llevado unos buenos golpes. Realmente la peor parada era María del Mar, que tenía varios zarpazos, en la espalda y en los brazos, que escocían y el doloroso golpe en la rodilla. Dís, una vez fuera, revisó las heridas de su pupila bajo la luz de la luna, mientras Miguel hacía lo propio con su compañero.

Dís optó por la vía rápida y usó magia para curarla, aunque los con la ropa no había nada que hacer, la blusa estaba rasgada y sucia con la sangre, dejando entrever algunas de las virtudes de María, virtudes que no pasaban desapercibidas por los dos coristas, los cuales, pese a todo, mostraban un recato aceptable y no pasaban de las miradas furtivas.

María se dejó hacer, el dolor de la rodilla no se curó, mostró resistencia a ello y Dís susurró algo sobre la paradoja y sus efectos, pero estaba contenta y animada, de hecho se sentía más viva que nunca, pese a su Agama, para ella realmente ésa era la primera vez que se enfrentaba realmente a la muerte, si la adrenalina había hecho reír con histerismo a los dos coristas, a ella la había hecho sentir mucho más viva y necesitaba regodearse en esa vitalidad, quería hacer algo que hacía tiempo que no disfrutaba, quería salir de fiesta y pasárselo bien, sin magos ni magia alrededor, quería divertirse y desconectar… lejos de casa y de todos los que la conocían, podía hacer lo que quisiera allí, sin miedo al qué dirán que habría tenido en Palma.

Todo aquello la hacía sentirse liberada y vibraba toda ella ante las posibilidades abiertas, pero no haría nada salvo que Dís le diera permiso. Entre tanto se encaminaron hacia la capilla de los Coristas, donde se suponía que Miles y el líder de Dei Gratia les aguardaban.

María no sabía mucho del líder local, sólo que su nombre era Iaccobus y que era un mago bastante joven, al igual que sus dos compañeros, y fundador de Dei Gratia, pero antes de encontrarse con él y con Miles, tenía que ir a cambiarse, pues con la busa rota y sucia no estaba presentable y no se sentía completamente cómoda con las miradas de los otros.

En el hotel no se entretuvo mucho, corrió escaleras arriba deseando que no se fijaran en ella en recepción, contó con la suerte suficiente como para no encontrarse a nadie en el pasillo y cuando cerró la puerta de la habitación tras de sí dio un largo suspiro. Abrió los cajones donde había guardado su ropa y escogió un vestido de lino blanco, fresco, casi en previsión para salir después a divertirse, cuando fue a cambiarse se vio sucia, con restos de sangre seca y polvo, con lo que decidió darse una ducha rápida. Se secó el pelo lo justo y los rizos pronto se formaron en bucles elásticos, se puso el vestido y unas sandalias, cogió su bolsa y bajó, todo el proceso le había llevado apenas veinte minutos.

Dís no se había ensuciado durante la expedición, y los coristas no parecían incómodos pese al polvo que llevaban encima, la habían esperado en un bar que había a escasos metros del hotel, tomándose una caña y con los dos coristas envueltos en un parloteo trivial sobre el que Dís no se molestaba siquiera en fingir interés.

La recibieron con una familiaridad y amabilidad que resultaba chocante. En Harmonía, no había ni pizca de cordialidad, era rígida, estricta y formal; si bien era verdad que en Libertas si se sentía más acogida, su estilo no era exactamente de su agrado, quizás demasiado informales o quizás excesivamente bohemios. Lo cierto es que en exiliados tampoco se podía decir que se sintiera acogida: Judith era una muestra perfecta de los magos de Harmonía, al no haber aceptado su tutela la había “rebajado” a la categoría de pagana insalvable, además de que tanto Dís como Miles sospechaban que Judith formaba parte del entramado que pretendían derribar; Haxor seguía considerándola una niñata que la capilla les había impuesto, entre ellas había una tensión que estallaba con facilidad; Dís era su maestro, era el único que le había demostrado aprecio y ella también tenía a aquél hombre en alta estima, pero no podía ser más diferente a ella y, en cuanto a Miles, se mantenía distante, no sólo con ella, sino con todos salvo con Dís y Érato, aunque en ambas excepciones era una cercanía que iba a ratos, según fluctuase su humor, el propio Dís había comentado más de una vez que Miles necesitaba relajarse.

María tenía malas sensaciones con todo aquello, aunque partes de su nueva vida le gustaban y no las cambiaría por nada, se sentía en la cima de un castillo de naipes, añoraba a sus amigas, a las que apenas veía ahora y temía que pronto dejaran de llamarla y de contar con ella; añoraba la despreocupación previa a su despertar, sabía que tenía que escoger que carrera quería estudiar, sabía que había peligros enormes que acechaban a su cábala, a su capilla y en general a todo el mundo mágico de las islas, una batalla se estaba preparando y tenía miedo y dudas sobre su desenlace… irónicamente todo aquello reforzaba esa sensación de vitalidad y las ganas de disfrutar de aquella noche.

Se pasaron cerca de media hora más en aquél bar, mientras apuraban algunas rondas de cerveza más, antes de volver a ponerse en marcha. No llegaron a alcanzar la capilla, Iaccobus y Miles les habían salido al paso y ambos parecían de buen humor, más Iaccobus que Miles, quien para variar mostraba un aspecto taciturno. Miguel y Raphael se pusieron a relatar inmediatamente el ataque a los vampiros, con pelos y señales, mientras Dís seguía impasible y María se sonrojaba levemente ante la lluvia de elogios y alabanzas que vertían sobre ella, que se removía incómoda mientras echaba miradas a su alrededor buscando una salida.

Continuaron caminando, todos juntos, durante un rato, el ambiente de camaradería que se había generado ablandó las expresiones tanto de Dís como de Miles. Hasta cierto punto hasta ellos se sentían más cómodos allí que en su propia casa, mientras cenaban en un celler todos, sin excepción, bebieron y rieron, María pudo descubrir que Dís tenía un repertorio de chistes sobre las tradiciones que era bastante envidiable y que Miles se soltaba bastante cuando bebía vino, hablando sobre cosas que escapaban todavía de su comprensión pero que provocaban las risas de los demás.

Al final pasó algo que no se esperaba, pero esa historia… era otra historia.

martes, 14 de febrero de 2012

En los túneles

Anochecía, Dís y María del Mar se habían pasado todo el día trazando planes junto con los dos magos de la capilla local, conocida como Dei Gratia. Los dos estaban cortados por el mismo patrón, eran jóvenes de en torno a 23 o 24 años, llevaban el pelo corto, casi rapado y era de color oscuro, eran bastante alegres y simpáticos, nada comparables a Dís, María hizo migas con ellos, sus alias eran Raphael y Miguel y se trataba de dos coristas celestiales muy distintos a los que ella conocía, parecían disfrutar realmente de una fe abierta y comprensiva y se entusiasmaban con facilidad. Miles por su parte se había pasado el día con el líder de Dei Gratia para trazar sus propias negociaciones.

Dís, María del Mar, Raphael y Miguel se encaminaron, sin haber cenado, hacia la guarida de los vampiros en el Castell de San Felip, en cuyos túneles se escondían. Sabían que podían encontrarse con alrededor de media docena de vampiros, quizás algún ghoul, nombre que recibían los desdichados que los vampiros esclavizaban al alimentarlos con su sangre. El objetivo era sencillo, entrar en los túneles y limpiarlo de alimañas, para ello los coristas se habían preparado a conciencia, llevaban estacas de madera, protecciones en el cuello, gruesos guantes y muñequeras, así como chalecos y pantalones de cuero reforzado, junto con pesadas botas militares, salvo Dís, que vestía con su habitual traje negro y, como siempre, llevaba las gafas puestas. También llevaban, los coristas, dagas y algunas pistolas de calibre medio, Raphael y Miguel llevaban sendas cruces y varios botecitos de agua bendita y esencia de Ajo, pese a que Dís les había indicado la inutilidad de los mismos.

María del Mar, por su parte, se había puesto unos vaqueros y unos zapatos ligeros, llevaba una blusa negra y se había recogido el pelo con las agujas de plata. Sus únicas armas eran la daga que le regalara Dís y el peine de hierro y madera que la noche anterior le había permitido abatir al vampiro. Según Dís, las primeras armas había que ganárselas. Dís no parecía armado, nunca lo parecía, pero María sabía que llevaba dos pistolas pesadas en sendas sobaqueras y dos dagas, una en el antebrazo derecho y otra en la pierna izquierda, además de un maletín alargado donde tenía su fusil de francotirador.

Aquello no era un mero entrenamiento, iba a estar bajo fuego real, en combate real. A diferencia de la noche anterior aquí no iba a poder seducir al vampiro y jugar con él y su deseo de sangre, ésa noche invadían su casa y la situación iba a ser hostil.

En la entrada de los túneles Miguel y Raphael empezaron a rezar, conjurando de esa manera varios hechizos de protección; Dís y María se sentaron y realizaron sus propios hechizos, mejorar la visión, silenciar sus movimientos, generar un escudo térmico, visión de auras y encantamiento de las dagas. Por ahora ella dominaba pocos hechizos más, aun no era capaz de generar llamas más allá de las que generaría una pequeña hoguera y algunos más relacionados con la parte más destructiva de la entropía. Al terminar los rituales se adentraron en la oscuridad.

Los túneles eran húmedos y fríos, plagados de recodos y giros, avanzando en silencio y con lentitud. Miguel y Raphael iban con las pistolas en las manos, mientras que Dís y María preferían tener las manos libres, para no precipitarse atacando o disparando ante el primer sonido inesperado y para poder inspeccionar a su alrededor, María sabía que Dís debía estar pensando en lo novatos que eran los otros dos, incluso ella estaba mejor preparada y aquella iba a ser su primera batalla real.

Avanzaron durante cerca de una hora, buscando pasadizos ocultos o de acceso restringido cuando los oyeron. Había dos personas hablando con voz queda, apenas se les oía y no podían entender lo que decían, los dos coristas levantaron automáticamente las pistolas y sólo el imperioso gesto de Dís impidió que dispararan, dejaron escapar un leve suspiro de fastidio, lo que provocó que Dís se girara hacia ellos, pese a las gafas se podía adivinar que les estaba dirigiendo una dura mirada de reproche, ambos coristas se encogieron un poco y guardaron la compostura.

Con una mueca de fastidio Dís se volvió de nuevo hacia la dirección de las voces y con un gesto le indicó a María que le siguiera, ambos desenfundaron las dagas.

Los nervios de María iban creciendo a cada paso que daban, la noche anterior no había tenido tiempo para pensar, simplemente había actuado, ella era la presa, pero ahora era el depredador y no quería decepcionar a su maestro… pero si había ghouls… no quería matarlos, pese a todo eran hombres vivos…

Gracias a los conjuros pertinentes, a la oscuridad de la que venían, a la luz que deslumbraba a los dos sujetos pudieron situarse en el límite del círculo de luz, sin ser vistos.

- … te digo que no volvió anoche. – dijo uno de los dos, alto, situado a la derecha, con un aspecto paliducho pero claramente vivo.

- Estará en algún agujero de alguna de sus presas, ya sabes como és. – dijo el otro, bajo, gordo y de voz más grave.

- Pero hoy me tiene que dar la sangre… -el alto parecía claramente preocupado.

- Puede que ya no le sirvas – respondió con una risa el gordo en la que casi se atragantó, dejando claro que él también estaba vivo.

- No te rías imbécil, la vida me va en ello.

Dís le hizo un gesto a María, aún no atacarían.

- Tú... tú crees que alguno de los otros amos…

- Ni lo sueñes, los amos no comparten siervos, deberías saberlo ya y mantén un poco de dignidad, pareces un Yonki de mierda.

- Pero Grishnak…

- No

- Y Rai? O Malacath?

- Que no cojones, tampoco Roth así que ni lo preguntes.

El alto suspiró abatido, pero del fondo se oyeron rozaduras de piedra y el crujido de varias puertas al abrirse.

- Que coordinados hoy, aunque han tardado – Dijo el gordo, con fastidio – Vamos a lamerles el culo antes de que decidan dejarnos secos.

Ambos se encararon hacia un pasadizo que llevaba hacia la derecha y entonces dio la señal para noquearlos. Dís y María se adentraron de un salto en el círculo de luz y lanzaron sus respectivos ataques, en pos de la silencio, Dís propinó un tremendo puñetazo en el esternón al gordo, que lo dejó sin habla ni respiración; María, que no contaba con la fuerza de Dís, optó por un poco elegante pero efectivo rodillazo en la entrepierna del alto que, cogido por sorpresa, se dobló sobre sí mismo sin pronunciar palabra y se desmayó. Dís golpeó en la nuca al gordo dejándole sin conocimiento. Los dos coristas se acercaron con las estacas prestas pero de nuevo los gestos de Dís les disuadieron, con una breve orden, ataron y amordazaron a los dos Ghouls.

Avanzaron por el pasillo oyendo algunas quejas e improperios de los vampiros mientras llamaban a sus sirvientes, tenían que actuar rápido por lo que aceleraron el paso y llegaron a una galería amplia con varias columnas y elevada que daba a una sala abovedada en la que cuatro hombres, extremadamente pálidos y uno de ellos también extremadamente deforme, se desperezaban.

Dís obligó a sus acompañantes a pegarse a la pared y avanzar mientras él abría el maletín y preparaba su rifle con precisión profesional. Los dos coristas amartillaron sus pistolas y se colocaron detrás de las columnas, María se colocó en otra columna, empuñando el peine, tanto ella como Dís ya habían comprobado que no había más salidas que aquella por la que habían entrado.

Los cuatro vampiros se habían cansado de llamar a sus sirvientes y de amenazarles y habían decidido que ya era momento de renovar el servicio, empezaron a dirigirse hacia la salida. Dís estaba terminando de preparar su rifle, pero los Coristas estaban nerviosos y dispararon sin demasiada fortuna.

- ¡Idiotas! – gritó María.

Los vampiros se precipitaron hacia ellos, Dís voló la cabeza del primero justo antes de que alcanzara a los coristas, María empujó a otro de los vampiros contra el deforme, el último vampiro consiguió golpear a uno de los coristas que voló hasta estamparse contra una de las paredes.

El vampiro deforme se liberó de su compañero con un empujón y se encaró a María, el rostro del vampiro estaba lleno de pústulas purulentas, en algunos puntos había excemas y en otras se podía ver el hueso, los ojos eran completamente negros y el hedor que desprendía era comparable al de un trozo de carne en putrefacción, María tuvo que contener las arcadas y mantener la concentración.

El vampiro hizo una mueca parecida a una sonrisa, en la que mostró sus dientes podridos y deformados, de sus dedos surgían una especie de garras y se movía a una velocidad inaudita, sus primeros zarpazos casi golpearon a María, que se limitaba a defenderse. El Vampiro rió.

Dís voló la cabeza al segundo vampiro, aquél que su compañero empujara, los dos coristas habían empezado a descargar sus pistolas en el cuerpo del tercero, que reía alocado mientras seguía avanzando hacia ellos.

María estaba sorprendentemente tranquila, concentrada, entendía ahora aquello que Dís le decía sobre el combate “una vez empieza, no hay tiempo para nervios o miedos, deja que tu instinto te guíe… yo te entreno para que tu instinto sea capaz de utilizar todo lo que te he enseñado”. Ahora María estaba utilizando no solo el peine, sino también la daga, parando a duras penas los zarpazos del vampiro.

María se movía paso a paso, llevando a su oponente hacia donde ella quería, un paso atrás, dos a la izquierda, otro paso atrás… pronto estuvieron en el mismo centro de la sala, María se sabía observada por Dís, que esperaba, con el rifle preparado, pero sin intervenir. En un momento dado el vampiro desapareció, aquello desconcertó a María y entonces llegó el primer zarpazo, que rasgó su blusa en la espalda y dejó tres largos cortes superficiales en su piel. María serró los dientes mientras miraba a su alrededor, nerviosa, oyó una risa cruel y el segundo zarpazo la alcanzó en el brazo del peine, que cayó al suelo.

María cerró los ojos y murmuró “no te fíes de tus ojos, hay demasiadas cosas que no pueden ver, siente tu entorno”.

El tercer zarpazo la abría alcanzado en la cara, pero María dio un paso atrás en el momento justo.

“Pyros” susurró extendiendo su mano libre hacia la derecha, una pequeña llamarada surgió de su mano y golpeó al vampiro, cuya invisibilidad se rompió y, llevado por el pánico, emitió un agudo grito y saltó hacia un rincón de la sala, sus ojos brillaban ahora rojizos. Pero tras la llamarada María dio un paso atrás y sintió que una extraña fuerza actuaba sobre ella, tropezó golpeándose la rodilla.

Los dos coristas estaban sin balas y su vampiro seguía avanzando, Dís suspiró y viendo que su pupila se las apañaba sola apuntó y voló la cabeza del tercer vampiro.

- Domingueros. –espetó con desdén.

María no quería que Dís matara al último, tenía que hacerlo ella si quería demostrarle que estaba preparada, se puso de pié pese al dolor en la rodilla y miró al vampiro, que la miraba con un odio profundo, varias ratas se estaban congregando a los pies del vampiro y aquello no le gustó a María, en primer lugar detestaba las ratas y en segundo… parecían obedecer al vampiro.

El truquito del fuego no le iba a servir si no se acercaba lo suficiente al vampiro, suspiró para serenarse y pensar sus movimientos mientras se acercaba, sin apartar la mirada, al vampiro. Las ratas, ahora ya en un buen número corretearon hacia la magam ella ya esperaba aquello por lo que de un salto se subió a la mesa, ganando unos pocos segundos que aprovechó para dar una patada a una jarra de barro que había allí, usando a toda velocidad sus conocimientos de materia, convirtió el agua de la jarra en alcohol puro. El vampiro esquivó la jarra agachándose pero la jarra estalló al estrellarse contra la pared y lo empapó.

Las ratas ya estaban sobre la mesa, María tomó impulso y saltó de nuevo, hacia el vampiro esta vez, quien se apartó con la mayor celeridad posible, aunque no la suficiente para esquivar completamente la nueva llamarada que María creó.

El alcohol prendió, envolviendo en llamas al vampiro. Éste profirió un largo alarido que les forzó a taparse las orejas mientras tropezaba con todos los muebles que encontraba a su paso y los destrozaba llevado por una furia irracional, las ratas se dispersaron.

Pronto el vampiro cayó al suelo y se arrastró varias decenas de centímetros, entre gemidos lastimeros, María se acercó con precaución y en cuanto tuvo oportunidad usó la daga para separar la cabeza del vampiro de su cuerpo.

Los coristas rieron de forma estridente, llevados por la descarga de adrenalina, Dís empezó a desmontar el rifle y María se quedó mirando a su maestro. Cuando éste hubo guardado el rifle en el maletín la miró y asintió levemente, sólo entonces María se permitió el lujo de sonreír con alivio.

jueves, 9 de febrero de 2012

Descansando

Miles se había sentado en posición del loto, tratando de relajarse y calmar su espíritu. Para variar, sentía un gran vacío en su interior, un vacío que era incapaz de llenar, que le acechaba y le desbordaba, un vacío inabarcable que trazaba, dominante, las mas profundas líneas de su psique. Pese a saber que estaba sometido a un silencio, era difícil enfrentarse a él y mucho más derrotarlo… las primeras noches con Érato le habían liberado de aquél vacío, pero ahora ya ni ella lo llenaba, todo sentimiento había muerto y Miles se sabía sólo y desamparado.

Su alma pedía venganza, rápida y cruel, contra todos aquellos que habían causado algún daño a su gente. Tenía que hacer esfuerzos titánicos por no lanzarse contra sus enemigos, también había momentos en que le costaba discernir entre amigos y enemigos, pero tenía que controlarse, tenía que hacerlo para que cayeran todos, a la vez y sin posibilidad de que se escapasen.

“Un hermético ni se va solo ni se va en silencio.”

Porque las posibilidades de sobrevivir a todo aquello eran tan escasas como las de triunfar, si sus cálculos eran correctos, los “malos” serían más que ellos, el factor sorpresa era la base de su estrategia… eso y la posibilidad de contar con algunos aliados. Aliados que bien podían estar tan corruptos como sus objetivos.

Se levantó y empezó a dar vueltas por la habitación, como una bestia salvaje enjaulada, mirando con reproche los muros y el cielo nocturno a través de las ventanas. Tenía muchas cosas que hacer y poco tiempo, necesitaba hacer cosas para no pensar en su propio vacío ni en las pesadillas que asolaban sus sueños en las que sólo veía muerte y a un enigmático supuesto pupilo.

Tomó la almohada y la apretó contra su propia cara para ahogar el grito de frustración y rabia que profirió, luego la dejó de nuevo en la cama, de cualquier manera y siguió dando vueltas, cabizbajo, esforzándose por alejar los pensamientos sin conseguirlo.

Miró a su alrededor, o había nada, un televisor que no ofrecía entretenimiento alguno, nada de libros, ni una mesa, nada. Casi desesperado rebuscó frenético en sus maletas y sacó un mp3, comprobando aliviado que tenía batería aún, se puso los cascos y subió el volumen al máximo.

Dejó que los acordes de la guitarra, hicieran vibrar todas las fibras de su ser, por un momento llenando ese vacío. La música llenaba todo su alrededor, suspiró con profundidad y sonrió levemente. Dejó que el ritmo de la batería se adueñara de su alma alzando su ánimo siguiendo la melodía.

No había soledad en ése momento, la canción brotaba de sus labios, desafinada, pero no importaba, no se oía a sí mismo, deslizándose aquí y allá sin rumbo fijo por la habitación…

Pero como con todo, apenas era una evasión temporal, tarde o temprano se acababa enfrentando nuevamente a la realidad, una realidad que dejaba mucho que desear. El presentimiento con respecto a su cercana muerte era, hasta cierto punto, un consuelo, pero también le empujaba a avanzar sus planes tanto como pudiera, no se iba a ir solo y su partida dejaría una huella permanente en el recuerdo de los magos de la isla.

Finalmente el cansancio le permitió dormirse y soñó, como cada noche, su pupilo ofreciendo sus últimos encargos de artesanía, en su nombre, a aquellos que habían pagado por sus artefactos. Venganza y persecución en una espiral inacabable, ¿Cuántas vidas debía llevar así? Y luego la visión de su muerte, siempre eran formas distintas, todas ellas humillado y sometido.

Se despertó sudoroso apenas unas horas después y apretó los puños y serró los dientes, no podrían con él, ni ahora ni nunca, llevaría a cabo su venganza se interpusiera quien se interpusiera, no podía morir hasta que el responsable último de sus desgracias cayera y caería…

***

Volviendo hacia el hotel, Dís y María caminaban despacio, con calma y en silencio la mayor parte del tiempo, hasta que María no pudo contenerse más:

- ¿En qué consistirá mi entrenamiento, Acarya?

- Ya dominas los principios básicos de la magia más elemental y ya tienes la forma física necesaria, también has aprendido los rudimentos más importantes de la filosofía Euthanatos. –Empezó Dís, no solía gustar de respuestas cortas- Es hora de que empiece tu guardia.

- ¿Mi guardia?

- Los Euthanatos somos los guardianes de la rueda, nuestra es la responsabilidad de que su flujo continúe, equilibrado e imperturbable, si la rueda se detiene, el mundo se destruye.

- Soy consciente de ello… pero… -La preocupación asomaba en la voz y los ojos de María – ¿No es muy pronto? Yo… yo no me siento capaz de… matar a… personas.

- Nunca se está preparado para matar a alguien, antes de hacerse deben tenerse en cuenta muchas cosas, en todo caso, tu labor por ahora no irá encaminada a ello. – Dís la tranquilizó- Soy un Caballero de Radamantis, soy un guerrero, y tu mi aprendiz, ello te coloca entre los Caballeros. Nosotros luchamos, contra la tecnocracia y contra los seres que amenazan a los durmientes.

- ¿Entonces no tendré que matar a personas? – Algo esperanzada.

- Nunca digas nunca, Morríghan, hay personas más monstruosas que los monstruos que crean- María no parecía muy contenta- Pero por ahora no tendrás que hacerlo.

- Y… ¿Cuál será mi deber?

- Nos queda poco tiempo, tú serás una maga guerrera, tal y como lo soy yo y mi maestro antes de mí, y el maestro de mi maestro… y así hasta los mismos inicios de los Caballeros. En apenas dos meses has avanzado lo que yo tardé años en conseguir y me temo que ni eso bastará.

- ¿Poco tiempo?

- En unas semanas lo entenderás, en todo caso, debes empezar a aprender a valerte por ti misma…

María puso cara de no gustarle lo que estaba oyendo.

- Nos iremos de cacería, mis contactos en la isla han indicado donde está el refugio de vampiros de la ciudad y han pagado generosamente mis servicios para que lo limpie.

- Más vampiros…

- Son una aberración para la rueda.

- Pero cobras por estos trabajos…

- De algo hay que vivir, una parte se va a las arcas de los Caballeros, mantener nuestra orden tiene sus costes, otra me la quedo yo para vivir y perfeccionar mi entrenamiento y equipo, otra parte será para ti, si me acompañas.

María asintió, poco convencida.

- Nuestro trabajo no es agradable y nunca, absolutamente nunca, te precipites a la hora de aceptar estos trabajos, cada acto tiene sus consecuencias y hay que valorarlas todas antes de tomar una decisión, los caballeros sólo combatimos por causas que son justas y sólo si los que nos contratan ponen tantos efectivos como nosotros.

- ¿No iremos solos?

- No.

- ¿Cuando…?

- Mañana, será tu primer entrenamiento realmente práctico.

- ¿Con quién…?

- Mañana les conocerás, Miles se quedará hablando con su líder mientras nosotros limpiamos con los otros dos el nido.

- ¿De día?

- De noche, de día sería difícil ocultar nuestras acciones.

María asintió de nuevo.

- Por la mañana trazaremos la estrategia, será el primer paso de tu entrenamiento.

- ¿No echaran en falta a su compañero?

- Seguramente - Dís sonrió y cada uno fue hasta su habitación, dispuestos a descansar las pocas horas que aún les restaban antes de que saliera el sol.