viernes, 30 de diciembre de 2011

Un... ¿regalo?


Hoy no hay relato, propiamente, de nuestros azarosos magos, con motivo del regalo que mi buen amigo Marc Reynés (amo y señor del blog http://sinpostnohaydibujo.blogspot.com/ que desde hace un tiempo tenéis linkeado en el lateral derecho) elaboró en estas fechas voy a improvisar un minirelato que al momento en que escribo esto aun no sé de que irá y probablemente hasta que lo termine... tampoco, puede que para entonces siga sin saberlo.

***

Las tuercas de la caldera ya estaban aseguradas, ése maldito cacharro seguía traqueteando como siempre, con sus múltiples escapes de vapor y aquél calor infernal, y para variar nadie le iba a dar las gracias por evitar que murieran todos en la larga caída que había entre su zona de vuelo y la tierra yerma que habría al final del trayecto.

No, los elogios se los llevaban siempre los jardineros y guardabosques, por la nimiedad de que eran los que proveían de comida, agua y leña a los demás, si es que hasta le hacían darle las gracias al retrasado del jefe de jardinería, a él.

Si le hubieran hecho caso, a estas alturas ya no necesitarían tanta leña, era un desperdicio de espacio en la nave, pero, como no, siempre respondían lo mismo "los jardines son nuestro sustento, no tus calderas". De los 8 niveles de la gigantesca nave los dos superiores estaban dedicados a jardines y bosque y el, Ingeniero Jefe Somav, solo quería que le cedieran una cuarta parte de esos dos pisos para sus mejoras. Tonterías sobre el "equilibrio del ecosistema" impedían mover una sola piedra de esos pisos, que ésa era otra absurdidad, en una nave de acero y madera que pretendía volar... ¿para qué subieron esas malditas y enormes rocas? Todo el peso añadido de aquellos esperpentos hacía sufrir la maquinaria, pero nadie podía discutir las decisiones de los antepasados fundadores de la colonia y mientras hacía mas de doscientos años que paseaban los pedruscos por los cielos de Blaer.

Una válvula empezó a pitar y decidió que el método estándar de reparación sería suficiente una vez más. Somav cogió carrerilla y tomó todo el impulso posible al lanzarse con todo su peso sobre la válvula. El golpe resonó por todo el nivel, pero la válvula calló. Ése era su día a día, apretar tuercas, golpear válvulas, insultar a sus ayudantes y procurar dejar un legado perenne en esa nave a través de apaños firmados y útiles. Todo venía en el manual del ingeniero jefe que su predecesor le entregó años atrás.

El manual era una maravilla, describía con todo lujo de detalles cuales eran los mejores insultos para motivar y humillar, aunque rara vez establecía una linea en la que ambos objetivos tuvieran que diferenciarse, en todo caso, no importaba mucho, tal y como sucedió con su predecesor, a estas alturas ya estaba tan acostumbrado a insultar que había desarrollado un instinto por el cual soltaba lo primero que se le ocurría... y en general acertaba, por lo menos conseguía que cada día 3 o 4 ayudantes e ingenieros salieran corriendo desconsolados a esconderse a sus habitaciones, una vez incluso consiguió que Ninni, la hija del ingeniero Florthig estuviera 3 días sin querer salir ni hablar con nadie, era uno de sus mayores triunfos personales y ése día se había ganado el respeto de la mayoría, aunque no terminaba de comprender porqué desde entonces Ninni había dejado de hablarle, al fin y al cabo él solo seguía lo que decía el manual.

Luego estaba la sección del manual sobre reparaciones, la parte mas antigua era demasiado aburrida y desde hacía generaciones los sucesivos ingenieros jefes iban añadiendo sus propios métodos y sugerencias, llegando a crear nuevos estándares, como por ejemplo el de no avisar al comandante de la nave cuando algún apaño mal calculado ponía en peligro a todos, algo bastante habitual ya que un Ingeniero Jefe no podía retirarse hasta que no había hecho un número sensiblemente mayor de apaños que su predecesor y no hacía falta preocupar al comandante por minucias tales como la posibilidad de una explosión que los matara a todos.

Somav tenía hoy un encargo especial, las Luplings, las ametralladoras de las barcazas de asalto y exploración, estaban dando problemas otra vez y el Capitán de asalto Lupi exigía que fueran reparadas. Ambos, Somav y Lupi, tenían una gran afición por aquellas armas que habían ido perfeccionando desde que ambos ocuparan sus respectivos puestos, concretamente el mismo día ya que sus predecesores sufrieron un pequeño percance relacionado con borrachera, mujeres y cañones.

Las luplings se habían convertido en uno de los motivos por los que su nave no tenía que preocuparse demasiado por los asaltos de las otras naves, no había nadie lo suficientemente loco o estúpido como para acercarse a una nave donde algunos de sus oficiales apostaban por cuál de los dos disparaba más cerca de la cabeza de los visitantes sin matarlos... con ametralladoras y entre pinta y pinta del alcohol destilado, que era usado también como desengrasante y a veces, incluso, como combustible de emergencia... y éso se lo debían a ellos dos.

Las calderas, el reino de Somav, estaban en el octavo nivel, el séptimo era el reino de Lupi, el nivel militar, donde estaban las barcazas de asalto y las dependencias de la tropa y de sus familias.

En general los estirados de los niveles primero y segundo habían establecido un sistema de castas que impedía las uniones entre habitantes de diferentes niveles, pero esa norma no regía entre los despreciados ingenieros y los alocados soldados que se mezclaban con quien querían, a menudo apoyados por el alcohol y los inventos que surgían de sus enfermizas mentes y que solían implicar explosiones y fuego.

Somav usó el ascensor exterior para ascender de nivel, así aprovechaba para martillear un poco unos cuantos clavos sueltos de las guías del ascensor, había calculado que con unos 500 viajes más, martilleando frenéticamente, estarían perfectos y el ascensor dejaría de ser considerado peligroso.

Ante la puerta del ascensor estaba ya esperándole Lupi, Capitán de Asalto y hoy, como novedad, a su lado estaba el escurridizo Capitán Svraj, que se encargaba de los negocios turbios como el contrabando de alcohol entre niveles y, de vez en cuando, daba órdenes a sus exploradores para hacer cosas provechosas.

- A ver esas Luplings estropeadas - dijo Somav mientras pateaba la puerta para que se desatascase.

Lupi le tendió su petaca mientras Svraj los guiaba hasta la mesa donde iban a jugar su partida de póquer habitual, al fin y al cabo el juego estaba prohibido en la nave y había que informar de los movimientos entre niveles al alto mando... así que desde que se estableció dicha prohibición, las Luplings habían empezado a causar problemas, probablemente porque gustaban de jugar a la ruleta rusa y se habían deprimido al no poder seguir practicando su hobby.

En la sala ya estaban los otros dos jugadores habituales, Ur, del nivel sexto, el nivel donde habitaban todos aquellos que no tenían una función del todo definida pero que eran el alma de la nave, sus fiestas eran las mas aberrantes y divertidas y solían terminar cuando alguien gritaba "¡la pasma!". Ur era un reconocido filósofo, no se sabía muy bien de qué, pero de algo debía de ser para que le reconocieran. El otro jugador era Ranirio, del tercer nivel, el nivel de los casi privilegiados, en general despreciados por los nobles de los primeros dos niveles por ser demasiado burdos y barrio bajeros y por los habitantes de los 5 niveles inferiores por considerarlos una panda de pijos y advenedizos, no se sabía muy bien por qué la gente de ése nivel solía llevar un colgante con la forma de una manzana mordisqueda por emblema, algunos consideraban que se debía a que estaban cerca de la manzana de la nobleza pero que habían intentado morderla demasiado pronto, quedándose a las puertas.

Era un grupo dispar aquél, pero habían descubierto su pasión mutua por el juego y se dedicaban con pasión a él, aunque más que por el juego en si, la pasión era por las trampas, la idea era innovar en ése punto concreto, la diversión consistía en ser capaz de hacer mas trampas que el resto para ganar y eso no era tan fácil cuando todos los contendientes sacaban póker de ases o escaleras reales en todas y cada una de las manos, el número de ases y en general de cualquier carta que estuviera en la baraja no era algo que se entretuvieran a contar, eso le habría quitado buena parte de la gracia, además, el que perdía pagaba la cuenta.

Tal y como mandaba la tradición, se sentaban en cajas de metal, ni abiertas ni cerradas que contenían herramientas y munición mezclada sin ton ni son, y la mesa era una plancha de madera sobre dos taburetes y que justo debajo tenía un agujero por el cual podían tirar las cartas y demás enseres prohibidos en caso de que se presentaran los agentes de la ley. Una o dos Luplings relucientes estaban colgadas unos palmos sobre la mesa para poder fingir que las estaban examinando si se presentaba el supuesto anterior.

La partida discurría en el ambiente distendido habitual, corriendo el alcohol casero y acercándose peligrosamente al récord de ases aparecidos simultáneamente. Cuando alguien ganaba una mano al menos tenía la decencia de enrojecerse un poco. Para cuando terminaron, empezaron a vanagloriarse al detalle con todas y cada una de las trampas que habían conseguido colar y se burlaban de aquellas que habían sido capaces de ver... dijeran lo que dijeran los nobles, el juego era, junto al alcohol, el pilar de esa comunidad flotante.

martes, 27 de diciembre de 2011

La suerte está echada

Las maletas estaban ya listas, Dís, Morríghan y él mismo serían los encargados de “negociar” la alianza con la capilla de Mahón, habían conseguido deshacerse de Judith al encargarle las tareas rutinarias de la cábala, por su parte Haxor tenía bastante trabajo con lo suyo, Miles era consciente de que lo que le había pedido era prácticamente un suicidio y le había dado la posibilidad de negarse, pero ante ello se había sentido ofendida “¿Crees que no soy capaz?” le había dicho y se había marchado dando un portazo.

Ésa actitud de los Adeptos le cansaba a menudo, todos eran iguales, si les decías “es difícil” ellos siempre respondían “para ti no para mí”, servía a menudo para conseguir lo que querías de ellos, demasiado irreflexivos para darse cuenta en el primer momento de lo que implicaba la tarea que se les había encomendado, pero a menudo resultaba en problemas, se lanzaban en sus cruzadas personales, a menudo tan absurdas como extrañas, sin pensar en el futuro y mucho menos en el pasado, creyéndose en posesión del camino verdadero, inconscientes e imprudentes. También era cierto que si te ganabas la lealtad de uno, ésta era eterna.

Él mismo no podía decir que fuera mucho mejor, al fin y al cabo el silencio acentuaba sus propios defectos; más terco, más arrogante y más orgulloso, él también era imprudente ahora y se daba cuenta de ello, pero sin poderlo evitar, el viaje a Menorca iba a marcar un antes y un después, ya que una vez hicieran lo que iban a hacer, no habría marcha atrás y la supervivencia de todos iba a ser, como mínimo, compleja.

En un momento de lucidez, Miles recordó la frase que Julio César dijera cuando cruzó el Rubicón con sus legiones, dando inicio a la guerra civil “Alea Jacta est” o “la suerte está echada” apropiada para el momento aunque también se daba cuenta de que compararse con el gran estratega y político era de una soberbia inimaginable e injustificada, pero secretamente siempre había soñado con ser un héroe de leyenda y que su nombre fuera recordado, por sus gestas, a lo largo de los siglos pero aquélla era una mala época para los héroes, habían perdido y no había posibilidad alguna de victoria, sobrevivían como podían conscientes de la cercanía de su propia extinción. Desde pequeño Aequitas, el que fuera su maestro y tutor, le había hablado de los grandes magos de la orden del pasado, de cómo habían tomado el control del mundo conocido, de las luchas contra las criaturas que amenazaban a la gente… pero también de cómo la arrogancia les había llevado a su perdición.

Los herméticos lidiaban día a día con su propia arrogancia, conscientes de que dejarse llevar por ella era su propia perdición y Miles no sabía hasta qué punto se estaba dejando llevar ahora. No quería arrastrar a los otros.

Para todo esto no podía hablar con Dís, era un amigo, cierto, pero anteponía la rueda a todo lo demás, como buen Euthanatos, lo que le convertía en un amigo peligroso puesto que en cualquier momento si consideraba que eras un elemento negativo para la rueda podía eliminarte sin pestañear, peligroso y letal, aunque prudente. Desde la desaparición de Iris no tenía nadie en quién pudiera confiar realmente, Érato… aún le costaba confiar en ella, irónicamente daría su vida por ella si se presentara tal necesidad… Se froto la sien, le dolía la cabeza.

En pocos minutos Dís llegó con Morríghan en el asiento del copiloto, Miles se sentó detrás, consciente del escrutinio al que le sometía Dís con la mirada… y ahora también Morríghan, la chica aprendía rápido, demasiado rápido para su gusto, y se estaba convirtiendo en una versión femenina y más expresiva de Dís, al menos aún no había palidecido.

***

Maria del Mar había dormido bastante bien ésa noche, tras el concierto en la capilla Libertas, al menos allí se había enterado de que iba todo aquello y por las caras de unos cuantos presentes, ellos también acababan de enterarse. Había podido ver al completo a los magos de Libertas y se podía decir de ellos que eran bastante… desconcertantes.

Aquella noche Dís le había dicho que, nuevamente, observara con detenimiento todo lo que ocurriera, nada más empezar había ido a la barra y a su izquierda había un tipo un tanto extraño, evidentemente mago, aunque bastante ordinario, para su sorpresa resultó ser hermético, como Miles, pero no podían ser mas distintos el uno del otro. Cuando les llamaron a la misma mesa a todos pudo ver a los demás, uno era como Haxor y parecía que Haxor y éste congeniaban, a su manera, puede que incluso pudieran considerarse “amigos”, otro era un ruso que estuvo dándole al vodka sin parar y que parecía bastante despistado, otra no era maga, pero la trataban como a una igual, parecía una chica de lo más normal.

Los otros magos de Libertas parecían más experimentados, dos eran bastante anodinos, luego estaban El Caminante, que parecía un pordiosero que no paraba de fumar de todo menos tabaco y luego Érato, al lado de la cual se sentó Miles y qué parecían tener una complicidad más allá de la amistad.

Al levantarse, sólo tuvo que coger la maleta y esperar a que Dís llegara en coche, como siempre estuvo aleccionándola durante todo el trayecto hasta que recogieron a Miles, cuando Dís volvió al silencio que le era habitual entre extraños.

Pese a la primera impresión que daba su maestro, María había descubierto en él a una persona amable, atenta e incluso cariñosa, las lecciones habían avanzado muy rápido y ya era capaz de realizar conjuros, Dís decía que el hecho de dedicar tantas y tantas horas al día al aprendizaje y las ganas que le ponía habían hecho que avanzara mucho más rápido de lo habitual, pero ella se seguía sintiendo torpe y quería aprender más, era maravillosa la sensación que sentía cuando conjuraba algo.

Inicialmente ella no tenía que ir a Menorca, pero la idea de estar varios días sin recibir entrenamiento la había horrorizado y había insistido hasta que Dís había accedido, en casa, a sus padres, les había dicho que se iba con un par de amigas unos días a la isla y no habían puesto traba alguna, aunque le habían insistido en que decidiera ya la carrera y ella les había prometido decidirse en el plazo de dos semanas, aún tendría tiempo para matricularse, más aún a tenor de sus notas.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Problemas domésticos

Pea estaba mojado, a aquella hora siempre solía tomarse su baño en la charca del jardín del torreón, en el centro de la zona que los Merinitia les habían cedido días atrás, no le gustaba depender de los magos, pero sin ellos probablemente estarían muertos o aún peor… No sabían cómo había ocurrido, el feudo había sido tradicionalmente un lugar luminoso poblado por hadas luminosas, el pueblo de Missillac había sido su hogar y Chateau de Bretesche el hogar de la corte del Barón Roland.

El ataque había empezado en plena madrugada, los guardias apenas habían tenido tiempo para poner a salvo a los hijos del barón y al resto de cortesanos alojados en el castillo, él y el resto de caballeros habían tenido que ceder el castillo habitación a habitación, pasillo a pasillo. Había visto caer a muchos compañeros y finalmente al propio Barón en el salón de audiencias, a partir de ése momento todo había sido un caos, la línea de Sidhe se había roto, sólo él Pea de la Casa Fiona y Florian de la Casa Scathatch habían continuado luchando y con ellos los tres mercenarios Troll, la presión de los Redcap les había forzado a retirarse, a todos menos a Florian, que había quedado frente a la puerta defendiendo la retirada de los demás, su destino era desconocido.

Desde entonces los pocos caballeros que tenían el honor suficiente para cumplir con su deber, y los mercenarios troll, habían guiado a los hijos del Barón y a su corte al interior del bosque, hallando refugio entre los huraños magos de la torre, eran ancianos, muy ancianos, habían conocido muchas décadas, pero su comprensión de las hadas y sus habilidades en la magia feérica les habían ganado el respeto de los plebeyos del país antes del retorno de los nobles… con ellos no se habían llevado nunca bien, de hecho el padre del Barón Roland, el Barón Clemenceau, los había confinado en el bosque bajo amenaza de muerte, amenaza que Roland mantuvo y que a punto estuvo de hacer efectiva hacía cerca de 10 años cuando envió a varios Sluagh para acabar con uno de los magos que se había atrevido a salir del bosque. Ningún Sluagh volvió jamás, aunque sus voces agónicas aún podían oírse en el bosque los días ventosos.

Había sido un camino sin esperanza real, propiamente sólo querían cruzar el bosque para alcanzar las tierras de Morbihan y refugiarse en la corte de los parientes Bretones de la tiempo ha difunta Baronesa.

Al alcanzar el torreón los magos los habían acogido y les habían cedido el uso de la mayor parte del lugar, sus perseguidores se habían estrellado contra las guardas mágicas del lugar, aunque su asedio era constante, especialmente durante las noches.
Y ahora le avisaban de que una joven acababa de pasar las puertas, que las mismas puertas se habían abierto solas ante ella. Una chica a la que ni las hadas oscuras que los asediaban habían osado tocar.

Pea se secó con parsimonia, era un Fiona, los retos eran su pasión, su vida, pero no dejaban de ser agobiantes a menudo. Se vistió con su armadura de cuero y malla, cargó con su martillo a dos manos y se encaminó hacia la puerta.

La joven era hermosa, con una larga cabellera dorada, se advertía fácilmente en ella la sangre de los Sidhe. Estaba rodeada por dos de los caballeros supervivientes, guardianes de las puertas, y de los sátiros y Eshu de la corte, los hijos del Barón permanecían apartados, suspicaces, bajo el atento cuidado de su ama de cría, una Boggan risueña pero con ojeras de cansancio.

Ninguno de los magos había bajado todavía, los dos miembros de la Casa Eiluned que servían de enlace con ellos miraban desde un rincón del patio. Pea se acercó a la joven.

- Bienhallada, joven doncella, soy Pea, Senescal de Bretesche, de la casa Fiona. ¿Vos sois?

- Alanna de Carnac, Verbena.

- ¿A quién sirves?

Alanna miró con extrañeza a Pea.

- ¿En qué bando estás?

- ¿Bando? – Preguntó Alanna

Los guardianes de la puerta tenían sus manos en el pomo de la espada desde el principio, ahora habían extraído un tercio de la hoja, los mercenarios troll miraban desde la distancia.

- Guardad vuestras armas.

Era una voz suave, que denotaba confianza, pero también una edad avanzada, Alanna miró al mago dueño de la voz, encorvado se apoyaba en un bastón nudoso, la mano que sostenía el bastón era decrépita y la larga barba casi alcanzaba el suelo.

- Alanna de los verbena, los sueños hablaban de tu llegada, ven, pequeña, tu destino te aguarda.

Las hadas abrieron un pasillo para que Alanna pasara y se acercara al mago.

- Pero antes de que conozcas tu camino, necesitaremos tu ayuda para resolver algunos problemas domésticos…

martes, 20 de diciembre de 2011

Trucos e ilusiones

Miles y Dís se hallaban en una estancia a oscuras, uno frente al otro, ambas voluntades enfrentadas y asaltándose, podían sentir la tensión del aire a su alrededor, pero no apartaban la mirada de los ojos de su oponente, permanecían quietos desde hacía una eternidad… hasta que Miles se agachó ligeramente, hubo un fogonazo de luz y Dís pudo ver como a su alrededor volvía a haber la sala de entrenamiento.

Miles avanzó con gran rapidez y Dís trató de moverse, pero para su sorpresa una multitud de raíces se habían enroscado en torno a su cuerpo impidiéndole cualquier movimiento, frunció el ceño y suspiró resignado, no podía alcanzar el foco necesario para escapar de ahí y esperó el golpe lo más dignamente posible.

El golpe llegó rápido, apenas un toque con la punta del dedo índice de la mano izquierda de Miles en su frente, a su alrededor la realidad se deshizo.
Tambaleó cerrando los ojos.

Al abrirlos vio a Miles frente a él, a varios metros, exactamente en el mismo lugar en el que había estado cuando empezara el duelo mental, sonreía triunfante y entonces cayó en la cuenta.

Había sido engañado con maestría, el fogonazo solo fue un hechizo, una ilusión, y cayó en ella, Miles había ganado la partida mental y lo había dejado a su merced.

- Tsk. – Frustrado, reconoció la derrota.

Miles hizo una leve reverencia y salió de la sala, Dís, por su parte, permaneció quieto y pensativo, pese a estar en silencio, Miles seguía siendo un combatiente excepcional, imprudente, incluso temerario, pero eficaz. La magia de mente se les daba bien a los herméticos de la casa Tremere y eran demasiados los usos que llegaban a darle…

***

Al amanecer, siempre al amanecer, Alanna emprendió el camino hacia el interior de aquél bosque desagradable, la alegría del sol veraniego desaparecía allí. Los árboles eran robles ancianos, centenarios, y el suelo estaba cubierto por las hojas caídas en estaciones y años pasados, ni una sola ráfaga de viento se internaba entre los árboles y pocos eran los rayos de luz que traspasaban el follaje de los árboles.

La tierra era seca y las raíces ralentizaban su marcha; algunas, traicioneras, estuvieron cerca de desequilibrarla. Sentía odio a su alrededor, odio formado por siglos de talas, pero había otras cosas, mas oscuras, que se escondían en las sombras.

Aquél bosque tenía fama desde hacía siglos, lo consideraban “encantado” los más inteligentes y las abuelas lo consideraban feérico, pero las hadas de aquel lugar parecían en invierno permanente, lo mejor que Alanna podía hacer era no perturbarlas y encontrar el torreón lo más rápidamente posible.

Alanna se consideraba una buena montera, capaz de orientarse con facilidad y de sobrevivir en plena foresta, pese a ello, aquél bosque la desorientaba y la sensación de opresión crecía a medida que se internaba con más profundidad.


Una vez más añoró la falta de compañía, un compañero de viaje habría hecho aquél tramo mucho más liviano y agradable, pero estaba sola y debía continuar.

No sabía cuanto tiempo llevaba caminando cuando alcanzó al fin un claro, el cielo se veía oscuro, sombrío, pero con el sol en alto, un sol apagado y perezoso que la inquietó aún más. En lo alto de la colina central del claro estaba el torreón, de piedra gris, maltratado por el tiempo y con indicios de haber sufrido numerosos incendios, con piedras ennegrecidas y retorcidas. Todo él daban una sensación de amenaza y de hallarse a la defensiva.

No había ventanas abiertas, apenas había plantas cerca de la base, los altos muros parecían abandonados, toda la torre parecía a punto de desmoronarse, pero el ojo experto podía ver las guardas mágicas que la protegían y la entrada principal tenía marcas de movimiento reciente. Cuando se acercó a la puerta a sus espaldas, a lo lejos, en las lindes del bosque, pudo sentir los rumores de criaturas ignotas y incontables ojos clavados en ella.

La puerta se abrió ante ella, apenas un resquicio, para permitir su paso, sin preguntas, sin ver a nadie, Alanna entró.

El patio de armas era otro mundo, la luz del sol allí brillaba con fuerza, el verdor de las plantas era más vivo de lo que podía recordar y su formas apenas posibles fuera de los sueños. Y debían ser sueños lo que la rodeban pues dos criaturas de belleza imposible, ataviados con armaduras de hojas y cortezas forjadas portando sendas lanzas labradas profusamente se acercaron a ella.

Cuando pudo apartar la vista de los dos guerreros tras un esfuerzo considerable de voluntad, se percató de la presencia de un nutrido grupo de sátiros y de lo que debían ser los magos de la torre, estaba siendo examinada centímetro a centímetro, buscaban una trampa.

- ¿Qué ocurre en éste bosque?

viernes, 16 de diciembre de 2011

Viaje

Se levantó para saludar al sol mientras este nacía, llevaba ya varios días de camino y había avanzado poco, se detenía constantemente para observar las maravillas del paisaje y las novedades de los distintos pueblos. Era cierto que ella había nacido y crecido en un pueblo, pero era pequeño y bastante aislado, vivían a la manera tradicional sin hacer uso de las modernidades que la tecnocracia había ido creando.

Vivían desde hacía siglos, milenios, de la misma manera. Tal y como mandaba la tradición, los druidas del bosque la habían acogido tan pronto como mostró sus aptitudes “especiales” y la habían educado para usarlas como sanadora. Aun así, la Suma Sacerdotisa había decidido que también recibiría educación “moderna” y se le habían enseñado todas esas modernidades, la mayoría solo de forma teórica de forma que, aunque conocía lo que veía, se maravillaba y aprovechaba para tocar e inspeccionar de cerca todas aquellas cosas.

Pese a todo, salía tan pronto como podía de las poblaciones y dormía al raso, entre los árboles, siempre que podía ya que el aire en las ciudades era sucio y desagradable. A medida que bajaba en dirección al sur y al este la situación era peor, con menos naturaleza y mas suciedad.

Cada noche seguía teniendo sueños que la empujaban a seguir viajando, pero que aumentaban su confusión, necesitaba saber quién era el maestro del que hablaba y también quería y necesitaba saber porqué era distinta en esos sueños, con quienes hablaba y dónde. Las respuestas estaban al final del viaje y tenía miedo de terminarlo, la otra sensación que le quedaba tras los sueños era una onerosa premonición de muerte a su alrededor y de oscuridad para el mundo.

Se limpió en el agua fría del río y se vistió con sus ropas blancas, comió bayas y raíces que había recogido el día anterior y continuó caminando, era una monotonía extraña, caminar día tras día, descubriendo cosas que conocía y viendo pasar a innumerables personas cada una con sus propias historias, todas con unas prisas inauditas para ella. Lloraba cada vez que veía los gigantes maltratos que los hombres hacían a la naturaleza y esquivaba los pocos túmulos de Garou que había en la campiña, no era conveniente acercarse a ellos sin invitación, aun cuando su sabiduría ancestral fuera fuente de inspiración.

Se sentía sola en esos días, le habría gustado charlar y reír para combatir sus miedos, pero no tenía a nadie para ello. Siguiendo la ruta que le indicaron sus maestras, se encaminaba hacia una torre donde aún vivían magos a una manera más o menos tradicional, aunque se trataba de sombríos herméticos. Iba allí porque le indicaron que en esa torre había algunos magos que le podrían ayudar con sus sueños, eran de la casa más afín a los Druidas, de hecho en sus raíces había druidas. Eran Merinitas y se decía que mantenían una profunda conexión con los seres feericos.
El torreón se hallaba en el centro de uno de los pocos bosques que quedaban en la zona, era sombrío y entre sus ramas susurraban presagios de muerte. Alanna decidió que lo mejor era esperar antes de adentrarse en la floresta.

***

Miles y Dís se hallaban en pleno duelo mental, medían sus fuerzas en un combate aún más salvaje que el anterior, pues ahora la derrota suponía quedar completamente indefenso ante el oponente. Aquí era donde Miles mostraba su verdadero poder pese a estar debilitado por el silencio. Siempre había sabido sobreponerse a las dificultades, cuando no le había quedado nada, aún le quedaba el orgullo… Y orgullo, los herméticos, tenían mucho.

Dís por su parte se defendía con su habitual calma, era difícil descentrarle, tenía las ideas claras y una voluntad férrea, todo apuntaba a que la pugna mental iba a ser larga, mientras el uno y el otro atacaban las defensas buscando el punto débil que diera acceso a los miedos y las más profundas pesadillas del oponente.

Dís tenía aparentemente las de ganar, el silencio de un mago las llevaba a flor de piel, pero era peligroso jugar con los castigos que la paradoja adjudicaba a sus infractores y en ocasiones esas pesadillas atacaban también a los magos a su alrededor…

martes, 13 de diciembre de 2011

Entropía

Aquello era un caos imposible de abarcar, lo adoraba, en el caos ella encontraba la paz, ansiaba que aquél caos en todo el mundo, pues en el caos y sólo en el caos la información era libre y la iluminación era posible, el despertar de todos los durmientes a esa realidad, a la realidad donde todo era cambio, creación y destrucción, donde la existencia mostraba sus aspectos más crudos.

Suspiró, por mucho que la apasionara dejarse llevar por aquél torrente de información, tenía que centrarse y empezar a preparar las trampas, señuelos y las rutas de entrada y salida, la misión que le habían encomendado sería crucial una vez empezara todo, el trabajo, pero era ingente y el objetivo casi imposible pero una vez más habían jugado con su orgullo para hacerla bailar a su son…

En el fondo, le gustaba que la retaran a esas cosas, no todos los días se tenía una oportunidad real para demostrar la capacidad que se tenía y alcanzar así a la élite, si aquello iba bien… bueno, cuando aquello fuera un éxito, entraría en la élite por derecho propio y nadie se lo iba a poder negar.

“Ah… la elite”.

Se sacudió la cabeza

“Céntrate, céntrate”

Se movió en la vorágine de datos, cubriendo sus pasos reales y dejando pistas falsas, era metódica incluso cuando se trataba de la aleatoriedad, pero sus conocimientos de entropía hacían aquello fácil y cuando jugaba con la correspondencia era simplemente maravilloso.

Observó las construcciones que se alzaban frente a ella, tras sus paredes vibraban ingentes cantidades de información, tras esas defensas había una tierra prometida. Aún no era el momento, cuando llegara deberían coordinarse a la perfección para ejecutar el plan y que éste tuviera alguna posibilidad de triunfar, aun así según sus cálculos las posibilidades de que todo saliera bien eran irrisorias… y aquello la excitaba y se sentía mucho mas motivada, de haber estado fuera de la telaraña habría ido a por una de las cervezas de su padre y se hubiera dado un buen descanso, ya lo haría más tarde.

Muchos considerarían que lo que estaba haciendo dotaba de un nuevo significado a la palabra aburrimiento, pero los estúpidos sólo consideran estupideces, ella hacía Arte, con mayúsculas, una pequeña obra maestra de la lógica, le encantaba aquello y muy pocos eran capaces de comprenderla, de sentir lo que ella sentía cuando las horas invertidas en todo aquello daban como resultado exactamente aquello que había planeado.

Pese a todo, debía ir con cuidado, ir construyendo poco a poco y volviendo sobre sus pasos, era una tarea que le iba a llevar semanas, pero al menos se libraba de tener que ir a Menorca, no le gustaba viajar cuerpo presente, era primitivo, ineficiente y la obligaba a estar alejada de sus juguetes. Así, con aquél encargo, podía quedarse en casa y seguir paseándose por la Telaraña sin ser molestada.

***

Elsa observaba con detenimiento a Miles y a Dís alternativamente, ambos hacía mucho rato que permanecían inmóviles sin siquiera pestañear, como si fueran estatuas, y sentía como el aire vibraba con una energía que era incapaz de explicar.

Morríghan y ella se miraron, no sabían que estaba ocurriendo y se buscaban mutuamente tratando de obtener una explicación. Ambas se encogieron de hombros al unísono y se sonrieron, tras un último vistazo a los duelistas, optaron por ir al jardín donde entre susurros pasaron horas.

Se descubrieron como personas afines, tenían edades parecidas e incluso gustos parecidos, de no haber estado en bandos opuestos habrían podido llegar a ser grandes amigas, pronto la confianza que se generaba entre ambas les hizo contarse como habían entrado a formar parte de sus respectivas facciones.

Elsa había mostrado sus altas capacidades ya desde niña y la habían educado en internados de la tecnocracia, entrenándola como agente del Nuevo Orden Mundial, cazadora de subversores y garante de la realidad, Morríghan se sabía a sí misma agente de la entropía, era ya consciente de que en cualquier momento le iba a tocar matar a alguien, algo que, por mucho que fuera necesario para el correcto fluir de la rueda, no se sentía capaz de hacer.

También se dieron cuenta de que dadas las circunstancias, eran enemigas acérrimas y en el futuro si Elsa era liberada, probablemente tuvieran que darse caza la una a la otra.

Acongojadas por aquello guardaron silencio sentadas junto a la charca donde nadaban unas pocas y perezosas carpas, la paz del entorno contrastaba con la dureza del futuro.

- ¿Me matarán? – Elsa no lo preguntaba por miedo, ni siquiera por resignación, necesitaba constatar aquello para trazar planes, ya hacía demasiados días que había desaparecido y probablemente ya la habrían considerado desaparecida… o desertora.

- No lo sé, la verdad es que no me cuentan nada. – Morríghan sí hablaba con pesar.- Pero lo dudo, Miles te considera su prisionera y te ha defendido ya varias veces contra los arranques de ira de Hax.

- ¿Miles?

- A parte, Dís considera que tu cumples tu función para con la rueda y no permitirá que te maten sin más.

- Pero me retienen.

- Por ahora, supongo que mas adelante te soltarán.

- ¿Sin más? – incrédula – No me lo creo.

Morríghan se encogió de hombros.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Alanna

El sol nacía en el horizonte, dejando caer sus primeros rayos para que iluminaran la tierra, refulgiendo en las gotas de rocío posadas sobre las briznas de hierba que se convertían en destellantes diamantes que se destacaban en las cimas de las suaves colinas que ondulaban el terreno. En cambio, entre las colinas, la niebla aun reinaba y pese a que pronto se levantaría, en aquél instante le daba al ambiente un aire de misticismo y magia que le quitaban el aliento a Alanna.

Sintió el placentero escalofrío de la maravilla contemplando el contraste de los valles ensombrecidos cubiertos por el mar de niebla y las cimas luminosas del verdor del pasto. Allí de pie, al alba, el frío húmedo de la mañana la rodeaba, calándola hasta los huesos, pero amaba esa sensación y esos instantes en los que su alma se sentía una con el mundo.

La leve túnica blanca que portaba, ceñida al talle por un fino cinto de hilo de oro y plata, con gemas engarzadas, apenas cubría su cuerpo fino y vital mostrando una piel clara, apenas bronceada, las mangas abiertas caían a los lados, siguiendo al cuerpo, mientras Alanna alzaba las manos para saludar al sol. A su espalda, el pelo dorado, con bucles hermosos, también destellaba ante los primeros rayos solares por las cuentas cristalinas y los argénteos cascabeles que la engalanaban.

Era un día especial, era el día de su partida, por eso se hallaba allí, absorbiendo con su mirada hasta el último detalle del paraje más hermoso de su hogar, la esperaba una lejana isla donde los sueños la guiaban, una lejana isla donde la muerte se ceñía inexorable sobre muchos de sus habitantes, muertes que ni podía ni debía evitar, con la salvedad de una sola.

Su círculo la enviaba a ella y sólo a ella, quizás porque era la más joven, con diferencia, de todas las brujas de la zona, las otras eran demasiado ancianas para las pruebas que habría que superar, también porque era la única del círculo que entendía el mundo moderno, las demás apenas salían del bosque.

Miró a sus pies, como siempre que iba descalza las flores habían aparecido y crecido a su alrededor y a sus pasos, la marca de la sanadora decían las ancianas, pasando suavemente la planta de los pies por encima de la hierba sonrió alegre, le encantaba aquél lugar ¿cómo sería su destino? Los sueños no lo mostraban, solo advertían de un gran mal que estaba a punto de mostrarse y que ella era quizás la única que podía evitarlo, aunque aun no sabía por qué en ellos se sentía completa, como si todo su yo fuera uno, sensación que contrastaba tanto con la vacuidad que la embargaba tras esos sueños.

Las ancianas tosieron disimuladamente y Alanna las miró, los rituales debían empezar, las siguió adentrándose en el bosque de robles, antiguos y poderosos, en pos del círculo de piedras, Bretaña era un país hermoso.

Éstas eran de un tamaño considerable, hincadas en el suelo se alzaban varios metros, y en el centro del círculo un altar blanco como la nieve, las ancianas se dispusieron en círculo entre las piedras exteriores, la suma sacerdotisa de pie tras el altar la esperaba. Cuando Alanna se hincó de rodillas ante ella, la sacerdotisa tomó uno a uno varios cuencos y ungió, con lágrimas en los ojos, con todos los aceites de los cuencos los cabellos de Alanna, las ancianas del círculo cantaban todas en la lengua antigua pidiendo a los dioses que protegieran a la joven en su cometido.

Quince eran los años con los que contaba, los cumplía aquél día, y quince fueron los cervatillos sacrificados a los dioses, mientras su sangre era recogida en tinajas y vertida en una especie de bañera, en la que Alanna fue sumergida ceremoniosamente.

Al salir de la bañera, cubierta de la sangre de los cervatillos, con la túnica, ahora roja, pegada al cuerpo y dejando ver todo su cuerpo, Alanna temblaba de frío y sentía unas ganas terribles de llorar, la tristeza y la melancolía era compartida por todas las brujas, Alanna era querida en aquél círculo y su partida era sentida como un sacrificio mayor.

Fue guiada hasta la playa que había al otro lado de la colina y sumergida nuevamente, dejando que las corrientes lavaran su cuerpo y su espíritu, el frío la atacó de nuevo cuando salió del agua, la desnudaron y la secaron en la misma orilla.

Ahora que estaba limpia y seca, la vistieron con una blusa blanca de lino y una falda, también blanca y de lino, que llegaba por debajo de las rodillas, ancha, unas sandalias de esparto. La bolsa de viaje con aspecto de mochila escolar pero de tejidos completamente naturales, preparada mágicamente, llevaba varias mudas así como monedas y billetes modernos y otros productos de primera necesidad.

Alanna se sentía intranquila, iba a dejar los bosques en los que se había criado para adentrarse en un mundo sucio, de metal y plástico, de humos y basura, un mundo en desequilibrio, camino de un lugar desconocido sin conocer apenas la ruta y lleno de gente que no era capaz de comprender… Finalmente no pudo contenerse más y lloró, tenía miedo, y las caricias de la Sacerdotisa sólo consiguieron que llorara con más fuerza, pero no cambiaron de opinión y la guiaron a las lindes del bosque, donde había una carretera por donde pasaban esos carros infernales conocidos como coches que la disgustaban, quizás nunca volvería y miró atrás para ver como se alejaban las ancianas y se perdían en la espesura, ya sólo le quedaban sus conocimientos y habilidades como defensa, ya estaba hecho y no había vuelta atrás.

Alanna empezó a caminar en pos de su destino.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Minivacaciones del relato

Me disculpo por adelantado ya que este martes no voy a poder actualizar (aunque espero si poder el viernes) debido a que de lunes a jueves dejo de existir para el mundo civilizado y me hallaré lejos de ordenadores e internet.

Os agradezco vuestra paciencia, en todo caso, la semana siguiente volveré a publicar regularmente pese a los exámenes y trabajos que me van a caer encima cual losa.

¡Disfrutad el puente (los que teneis)! y los que no... ¡aprovechad esos dos días libres!

Entre tanto, os recomiendo que le echeis un ojo a este blog http://www.erthara.blogspot.com/ que destila calidad por todas partes, así como a cualquier blog de la red si queréis disfrutar de un muy buen rato de lectura, hay para todos los gustos ^^

sábado, 3 de diciembre de 2011

Entrenamiento

No la habían atado, ni encerrado, ni siquiera la habían golpeado ni amenazado, sólo el collar que le habían puesto y que era incapaz de quitarse, se podía mover con casi total libertad por la casa, pero nada más, cada vez que se acercaba a los límites el collar brillaba y se calentaba, también se le hacía cada vez más complicado seguir caminando, se le agarrotaba el cuerpo y pronto aparecían calambres cada vez más dolorosos.

No le gustaba admitirlo, pero era el mejor sistema de contención que había visto nunca entre los subversores, llevaba días buscando la manera de burlar el sistema pero no había manera. En esos días había visto el día a día de aquel grupo…

El pálido al que llamaban Dís estaba adiestrando a la joven nerviosa, que se llamaba Morríghan, luego una joven que iba y venía siempre con ordenadores, una maldita adepta virtual, cada vez que la veía le entraban ganas de golpearla, su traición les había causado incontables contrariedades a lo largo de los años. Luego estaba el que la había capturado, Miles, del subgrupo que se llamaba a sí mismo “Orden de Hermes”, equivalentes en peligro a los adeptos, pero con una molesta tendencia a destruirlo todo a su paso.

Pese a todo, el día a día de aquellos subversores no era nada del otro mundo, tampoco peligroso, Miles pasaba muchas horas elaborando joyas y obras de artesanía o combinando ingredientes en una suerte de juego de química elemental y primario, la adepta no se centraba en nada concreto y los otros dos seguían con las lecciones.

Le daban de comer regularmente y apenas trataban con ella, no sabía cómo tomárselo aunque suponía que la habían capturado de forma inesperada, no con una emboscada preparada de antemano, era como si no supieran que hacer con ella.

Aquél día sí que había algo novedoso, Miles y Dís estaban en una sala amplia, frente a frente con estoques en las manos, en la galería superior Morríghan se había recostado con los codos sobre la barandilla y apoyando su barbilla en la mano izquierda, llevaba el pelo recogido en una cola de caballo y miraba con interés a los dos contendientes. Ella se puso al lado de la chica y se dispuso a mirar.

Miles y Dís se miraban, apenas pestañeaban, al unísono se saludaron con los estoques, apenas un suspiro después empezaron las hostilidades, entrechocaron rápidamente los hierros, tanteándose, avanzaban y retrocedían, lanzando estocadas mortíferas y defendiéndose. Se movían en círculo, atacando y defendiendo, defendiendo y atacando.

Tenía la impresión de que sólo estaban calentando, y así era, pronto las espadas se convirtieron sólo en un complemento y empezó el intercambio de hechizos. Miles aprovechó un momento en el que se había acercado a Dís para lanzar una llamarada contra él al grito de “ignis”, la esquivó a duras penas girando sobre sí mismo y lanzando un tajo que generó una potente ráfaga de aire que desequilibró a Miles, con una sonrisa Dís no dejó pasar la oportunidad y cargó, pero el espacio que ocupaba Miles ahora estaba vacío, un pequeño estallido delató su posición, dos metros por encima de su cabeza y precipitándose hacia Dís, el cual, a su vez, también se teleportó, unos metros más allá poniéndose a la espalda de Miles mientras la espada de este se estrellaba contra el suelo. Dís avanzó un paso, moviendo todo el cuerpo, concentrado y haciendo un gesto en el aire con la mano abierta, casi como si diera un zarpazo de abajo a arriba, varias baldosas fueron arrancadas y proyectadas hacia Miles, quien apenas tuvo tiempo para conjurar una especie de barrera mientras gritaba “Scutum”, las baldosas se hicieron añicos.

En apenas unos segundos había pasado todo esto, Morríghan miraba fascinada, ella también, el combate era casi hipnótico. Mientras los restos de las baldosas se esparcían por el suelo Miles se recolocó las gafas, tenía la frente perlada de sudor, movía los labios pero no podían oír lo que decía, cuando los abrió de nuevo avanzó a la carrera, Dís se preparó para contener el ataque.

Miles chasqueó los dedos, Dís se hundió varios centímetros en el cieno que se había formado bajo él, a punto de perder la estabilidad se mordió un dedo con furia, abriéndose una herida y lanzó dos gotas de sangre contra el ya muy cercano Miles, que frenó en seco tratando de evitar el contacto con las gotas, una golpeó la espada, sin mas efecto, pero la otra fue a parar en su antebrazo, se le crispó la mano y dejó caer la espada. Retrocedió dos pasos, ambos se miraron largamente, completamente inmóviles.

La adepta se había situado a su lado, en la galería, y murmuraba algo incomprensible.

- ¿Perdón?

- Que siempre están igual, perdiendo el tiempo con eso en vez de aprender a hacer cosas útiles. – La adepta siempre hablaba con bastante rudeza.

- Déjalos, Hax, sólo entrenan y me gusta esto de ser la que mira por una vez.

- Morr, tú deberías estudiar ahora mismo, ya va siendo hora de que empieces a ser capaz de hacer algo útil.

Morríghan resopló y dirigió su mirada hacia la prisionera.

- Aún no nos has dicho cómo te llamas – sonrió con amabilidad.

- Eh… m-me llamo Elsa.

- Yo soy Morríghan, me alegro de que al fin haya otra mujer aquí, pese a las circunstancias… - bajó la voz, algo apesadumbrada mientras miraba el collar.

- ¿Y yo que soy? – Haxor, irritada.

- ¿El que necesites preguntarlo no te da la respuesta?

Elsa no pudo evitar que escapara una leve risa, era la primera vez en años… Morríghan parecía una mosquita muerta pero de vez en cuando parecía que sacaba carácter, Haxor, por su parte, se dio la vuelta, indignada, y se fue sin despedirse.

Abajo, Miles y Dís se disponían a comenzar de nuevo